Pasa al interior y ponte cómodo

10.4.08

La noche de los autómatas

El Adelanto, 6 - IV - 2008

Después de unas semanas de incógnita y cuando se suponía que, con motivo del décimo tercer aniversario de la Casa Lis, la Asociación de Amigos del museo iba a donar tres nuevos autómatas a la colección, se liberó la duda. No eran tres piezas reales, sino tres actores que, disfrazados de estos muñecos característicos de la institución, abrieron la bohemia Noche de las libélulas.
A los versos, Raúl Vacas presentaba a estos simulados androides (un director de orquesta, una bailarina y un payaso clochard): Se alza en el aire mudo la batuta / E inicia el director el movimiento / Llora un violín con lánguido lamento / La triste melodía que ejecuta / Un violonchelo adulto le disputa / al xilófono la gloria de un momento. Y la noche, con la temperatura y el escenario -esa gran claraboya modernista- acompañando, se tornó mágica. De fondo, el piano de Lauren Cintado y la voz de Cristabel Padró musicaron el recital.



En la Europa de los siglos XVIII y XIX muchos relojeros-mecánicos intentaron descubrir el secreto de la vida creando todo tipo de criaturas extraordinarias de una gran complejidad mecánica. Cada uno de estos seres era fruto de un minucioso y largo trabajo de elaboración pero con resultados impresionantes.
Pero también los seres humanos, como señala la web teatrodeautomatas.com, somos autómatas, robots genéticamente programados y dotados de una sofisticada mecánica: rótulas y tendones, musculosos fuelles, calibrados balancines, sonoras lengüetas...

Alejandro Romualdo, un extraordinario poeta peruano, escribió en su libro Mapa del paraíso un soneto en homenaje al antropoide que todos llevamos dentro; ese ser aún por domesticar:

CONTROL REMOTO

Anónimo, social y combativo,
mi tácito antropoide se levanta.
Come conmigo. Fuma, Silba. Canta.
Enamoro con él. Padezco y vivo.

Siempre corrige todo lo que escribo.
Siempre intuye el dolor. Y se agiganta.
Veloz, fuga de mí : se me adelanta.
Brutal, me empuja todo lo lascivo.

Desde su límite animal, suspira.
Desde su límite animal, me mira
el pobre : taciturno, humanizado.

¡Ah, mi civil, angélico antropoide,
paga en metal y cobra en metaloide
su derecho a vivir encarcelado !


También Francisco Umbral en su maravilloso libro Mortal y rosa reflexiona sobre un extraño ser que vive en nuestro interior y que en ocasiones se hace transparente. Dice Umbral:

Un antropoide vive y se despereza cada mañana en mi genitalidad [...]
A medida que yo me voy haciendo un poco antropoidal con los años, por la inercia del eterno retorno, el antropoide se va humanizando, se va civilizando, se torna filosófico y melancólico. El día que se me muera mi antropoide me habré convertido en un bibliotecario y estaré definitivamente acabado. Hay que llevar el antropoide como el domador lleva su tigre, pasearlo por la vida. [...]
Al antropoide le aburre que yo lea periódicos, y se pone a mirar para otro lado. Está impaciente por arrojarse al cuello de alguna mujer. Se pasa uno la vida tratando de educar al antropoide, y cuando lo tienes casi completamente urbanizado, resulta que eres tú mismo, que es lo mejor de ti lo que empieza a fallar, a selvatizarse, a rebelarse [...]
Me da pena, ya, verle tan bien educado, tan correcto, tan resignado. La melancolía del hombre adulto es una melancolía de domador. Lo mismo que debe sentir el domador, si es sensible, cuando ha conseguido someter al viejo tigre, urbanizar al noble león. [...]


Todos, tal y como afirma Umbral, llevamos dentro un antropoide que realiza día a día los mismos movimientos, masculla las mismas ideas y repite los mismos hábitos. Ese automatismo nos aleja del género humano para convertirnos en verdaderos antropoides.
Algunos políticos de Salamanca son un claro ejemplo de antropoides: repiten lo que les dicta su partido, heredan las mismas posturas de sus antecesores y reinciden en cada uno de sus movimientos.
Pero toda política, todo movimiento, tiene su oponente: el humano. Humanos de la marca Fernando Saldaña, Victorino García Calderón o Josetxu Morán, de maravillosa manufactura, pero que, inexplicablemente, son apartados de la escena cultural de la ciudad por la fuerza que ya hemos mencionado: los antropoides.

Pero vayamos al grano. Desde hace dos años es tradición en la Noche de las Libélulas mostrar alguno de los autómatas que forman parte de la colección del museo y darle vida, además de movimiento, con poesía y música.

Este año tenemos el gusto de poner en funcionamiento tres nuevos autómatas, adquiridos recientemente por la Asociación de Amigos del Museo de la Casa Lis: un director de orquesta, una bailarina de ballet y un payaso clochard.
Y tendremos el privilegio, al finalizar el acto, de asistir a una exhibición conjunta de los tres.

Será un placer compartirlo con todos, de la mano de Lauren Cintado y Cristabel Padró (en la música), del maestro relojero Diego Terrón y de un servidor. Contaremos también con la colaboración de algunos componentes de Kuro Neko Teatro, Teatro Katúa y Descuido Teatro que presentaremos al final.

La Casa Lis se complace en mostrarles el primero de los autómatas: un director de orquesta que data de 1930 y hace días fue donado a la Asociación de Amigos del Museo por el Conservatorio de Parma. Se cree que dicho autómata es una réplica de Arturo Toscanini, director de orquesta italiano, considerado por muchos de sus contemporáneos como el más grande director de orquesta de su época. Era célebre por su prodigioso oído y su memoria fotográfica.
Este autómata, del que se hicieron apenas veinte reproducciones, era un fantástico regalo para hijos de directores de orquesta, coleccionistas o entusiastas de la música.


Se alza en el aire mudo la batuta
e inicia el director el movimiento,
llora un violín con lánguido lamento
la triste melodía que ejecuta.

Un violonchelo adulto le disputa
al xilófono la gloria de un momento,
la flauta travesera toma aliento
y el arpa, allá en lo oscuro, ni se inmuta.

La sinfonía inunda los sentidos
del público que sueña, siente y calla
y afina su emoción y sus latidos.

Y la batuta rasga, ordena, estalla
cuando los músicos más atrevidos
se besan con amor brujo de Falla.

A continuación les mostramos el segundo autómata: una bailarina de ballet con tutú de crepé largo con múltiples capas de tules. Se atribuye la confección del traje a Karinska, madre del vestuario del ballet clásico. Fue ella quien señaló que “el tutú es como un soplo de vida”.
Esta delicada muñeca, que baila con el sonido de caja de música fue un juguete muy distinguido entre las damas parisinas. La pieza fue adquirida en el Museo de los Autómatas de Grenoble.



Suena la música y la bailarina
gira con el sigilo de un planeta,
salta, se dobla, vuela, se está quieta
deja su rúbrica en cada retina.
Con su tutú de tul y seda fina
y su mirada tierna, azul, discreta,
quiere ser ave y sobre una veleta
bailar al son que el viento determina.
Sueña con cisnes y con cascanueces,
con piruetas nunca imaginadas
con el vuelo rasante de los peces.
Y con las luces frías y apagadas
ensaya cada paso tantas veces
que están sus zapatillas desgastadas.

Tenemos el placer de compartir con ustedes el tercer Autómata: un payaso clochard cedido a la Asociación de Amigos del Museo de la Casa Lis por un particular que no quiere desvelar su nombre.



¿Quién hay más melancólico en el mundo
que trate de hacer risa con su pena
y aúlle aunque la luna no esté llena
que un clochard solitario y vagabundo?

¿De quién es el suspiro más profundo?
¿Quién llora tierno como madalena?
¿Quién colorea la tristeza ajena
sólo con su mirada en un segundo?

Tal vez sienta el payaso que el amor
tan serio y tan formal en ocasiones
no pueda concebirse sin humor,

por eso no se admiten confusiones:
su llanto en realidad es de una flor
su risa como un parque de atracciones.


Llegamos a la sorpresa final. Lo que van a ver ustedes, señoras y señores, es una recreación de la famosa escena del clochard y la bailarina de la Ópera Buffa “El amor puro”.
Se trata de una ópera napolitana con tema cómico de la primera mitad del siglo XVIII. Dicha ópera narra el encuentro furtivo entre una bella bailarina y su enamorado el joven payaso. La bailarina, de origen humilde, se ha prometido con un director de orquesta para poder sacar de la miseria a su familia. El director los descubre en su cita, sin que ellos adviertan su presencia y, comprendiendo la verdadera naturaleza del amor de la bailarina, decide renunciar a ella y marcharse para dejar que los enamorados disfruten de su pasión.



El amor puro

Cuenta una dama leída
que una bella bailarina
de la corte parisina,
con un hombre prometida
y con otro comprometida
era esclava de un amor
tan rico y prometedor
que la sumía en desvelos,
dichas, lágrimas, recelos,
y algún que otro rubor.

Es la dulce bailarina
de exquisito movimiento
presa de enamoramiento
de un clochard que en una esquina
ríe a cambio de propina
sin saber que su querida
está recién prometida
con un director de orquesta
que tampoco sabe que esta
lo engaña cual concubina.

Cuentan que aquel amor
no era real en esencia
sino pura conveniencia
pues, no en vano, el director
era dueño y poseedor
de la más grande fortuna.
Y ella que de humilde cuna
y mísero parentesco
intuyó dinero fresco
pensó acabar con la hambruna.

Una noche de verano
bajo la única estrella
el clochard se vio con ella
sin saber que el melomano
les vigilaba a trasmano.
Y al ver el hombre de orquesta
que aquella no era su fiesta
se desmayó y volvió en sí.
¿Quién me mandaría a mí
enamorarme de esta?

Los amantes a escondidas
se miraban, se rehuían,
se besaban, se reían
se lamían las heridas
que el tiempo dejó en sus vidas.
Y en medio de la espesura
él la amaba con locura,
con amor limpio y platónico,
mecánico y electrónico
y la intención noble y pura

El director conmovido,
resignado y moderato
después de verlos un rato
en su romántico nido,
con el pulso sostenido
comprendió la melodía
de esa bella sinfonía
y antes de darse a la fuga
en su más flamante buga
derrochó galantería.

Y al comprobar que la dama
abrazaba al vagabundo
con sentimiento profundo
detrás de un espesa rama,
decidió entrar en la trama
y acercándose al clochard
le quiso felicitar,
aunque el amor de este cuento
por razón de un instrumento
no se pudo consumar.

Y como fuera que el caso
siguiera tal derrotero,
el maestro relojero
consideró, por si acaso
acabara en un fracaso
esta opereta de mierda,
no volver a darles cuerda
y deshacerse de la llave.
Y tan sólo es él quien sabe
que ya nadie los recuerda.

Aplaudan a estos actores
que se ganan el sustento
sólo con su movimiento
y permítanme, señores
y señoras, los honores
para el viejo relojero
que con tacto y con esmero
ha hecho posible este invento.
Y aquí se acaba este cuento
sin telón ni telonero.



Gracias a Josetxu Morán, por su trabajo y su dedicación no sólo en este espectáculo sino durante muchos años en la Casa Lis. A Pilar Borrego, por enfundarse el tutú y hacernos disfrutar con su papel de bailarina. A David Galeano, por todo el humor y la ternura que nos ha contagiado. A Diego Terrón, por dar cuerda a estos maravillosos autómatas. A Sebi Galeano, por su apoyo en la parte técnica. A Lauren y Cristabel por su buena nota musical. A todos ustedes, por su atención. Y a la Asociación de Amigos de la Casa Lis por confiarme un año más la tarea de animar esta fiesta y hacerme sentir como en casa.

Con un recuerdo especial para el señor Buch y nuestra enhorabuena a don Jesús Málaga por el nombramiento de socio de honor les invitamos a brindar por esta fiesta y a disfrutar de la noche.

2 comentarios:

  1. Debió de ser precioso. Lástima no haber estado allí.
    Enhorabuena por tu/vuestro trabajo.

    Un abrazo.

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  2. Querido Raúl:

    En mi blog te he dejado un premio. Pasa a recogerlo cuando tanta actividad poética y creadora te lo permita...

    Enhorabuena por esa noche de los autómatas!!

    Un abrazo

    JM

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