Pasa al interior y ponte cómodo

21.6.07

Cantigas de seguir y biendizer


El verdadero impulsor de la actual Universidad Pontificia de Salamanca fue el Rey Alfonso X el Sabio, quien le otorgó el estatuto de 1254, conocido también como la Carta Magna del Estudio Salmantino, que representa un cuadro legal y una base económica espléndidos. Con este estatuto, la Universidad quedó definitivamente constituida en su doble carácter de Real y Pontificia.


a Alfonso X el Sabio

La memoria de este claustro
desempolva aquel amor
que, en favor
del dolor,
hizo nido en el olvido.
Hoy, maduro el corazón,
lejos de aquellos saberes
y placeres,
sé quién eres.
Y con mi sueño cumplido,
menesteres
y deberes
del perdón has merecido.

Pero que cante el recuerdo
y encienda la tarde aquella
en que, bella
como estrella,
te besé en este balcón.
Ahora, lejos de este patio,
con la mirada en la luna
la fortuna
es sólo una
y tiembla en el corazón.
Oportuna
en tal tribuna
mi voz teje esta canción.

¿Recuerdas las magistrales
enseñanzas del deseo,
el recreo,
el apogeo
de tus labios con los míos?
Cuánto placer, cuánta ciencia
en esta Universidad.
Ahora edad
y verdad
son fluir de nuestros ríos,
soledad
y heredad,
rumor de abecedaríos.

Sea pues este cantar,
de los cantares, tu guía,
teología
tuya y mía,
secreto que ahora confieso,
homenaje a nuestra lengua,
remembranza del pasado,
un pecado
mal clavado
en mi recuerdo aún ileso,
un bocado
celebrado
con sabor a ciencia y beso.

Que San Ignacio nos guarde,
que vele Tomás de Aquino
nuestro sino
libertino
con mucha pedagogía
y que los sueños oscuros
y el informático azar
den lugar
a juntar
mi piel y tu Compañía
y a aprobar
sin rezar
el Master de Clerecía.


Raúl Vacas
Rodasviejas, mayo de 2007

19.6.07

Huellas (La poesía del bosque)

La identidad del bosque está en sus huellas porque cada rastro esconde o comparte una historia y cada historia, aún más si tiene la talla de leyenda, otorga al bosque una denominación especial. El hombre es una suma indefinida de huellas y de signos; las tres heridas de Miguel Hernández, la del amor, la de la muerte y la de la vida, dejan imborrables huellas en nuestras palabras y en nuestras historias particulares. Nuestra identidad también viene marcada por la huella que imprimimos en el carné. Todo a nuestro alrededor son huellas. Rastreamos infidelidades, sostenemos la sospecha en los indicios, interpretamos signos, borramos marcas y señales. Las huellas son mudas como la ache pero cuentan historias. Los forenses y criminólogos, como los indios, son expertos en leerlas. Saben si el dactilar es de hombre o de mujer, si lo imprimió con genio o gesto leve, si fue un extraño animal quien dejó el testimonio de su paso. Hay maestros, poetas, fotógrafos y domingueros que allá por donde van dejan huellas. También hay amores que se imprimen y tatúan en el corazón o en la mirada.Las huellas nos provocan curiosidad pero a la vez miedo y hay huellas absolutamente irreconocibles que dan lugar a fantásticas historias. No hay bosques sin huellas. No hay huellas sin bosques.
Perfumen el olfato, afinen el oído, predispónganse al tacto, siéntanse a gusto, regulen la mirada. Todo cuanto se insinúe antes ustedes tal vez sea una huella. Paseen por sus recuerdos. Cierren los ojos. Los ciegos tienen en las yemas de sus dedos la mejor de las miradas posibles. Sueñen, jueguen, escriban, lean y dejen su propia huella.



Llueve en la tierra fértil
más allá de los sauces.
Y tú, oh tú,
en la ballena de la muerte,
tan increíblemente sola.


Raúl Vacas
Inédito


Luz


Y cuando el lobo llegó a casa de la abuela observó como los enfermeros sacaban el cadáver de la anciana en una gran bolsa de plástico. Aguardó a que se fueran y entonces, sigilosamente, entró en el cuarto, se puso el camisón y la cofia y se acostó.
Pensaba ser amable y cariñoso con la niña de la capucha roja, evitar que la muerte hiriera su corazón en aquella hermosa tarde de verano.

Tomás Hijo


Ofelia

Nunca la noche estuvo tan hermosa como cuando la tísica flotó, aguas abajo, escoltada por un banco de sardinillas que jugaban a pasar entre sus dientes tan blancos; con los cabellos enredados de algas y lotos y los brazos extendidos como alas.
Sin embargo, el forense indicó a los guardias que impidieran a la gente acercarse por miedo a que la muerte les contagiara su estética; o en las noches venideras se las pasaría levantando cadáveres en un pueblo tan impresionable.

Isabel Castaño

Blues de la escalera


Por la escalera sube una mujer
con un caldero lleno de penas.
Por la escalera sube la mujer
con el caldero de las penas.

Encontré a una mujer en la escalera
y ella bajó sus ojos ante mí.
Encontré la mujer con el caldero.

Ya nunca tendré paz en la escalera.

Antonio Gamoneda
Blues castellano


Reservado ponentes

La poesía es todo
lo que hay entre un disparo y el animal herido

Benjamín Prado



Breve muestra de la Exposición "Huellas. La poesía del bosque" en Riocantos (Arenas de San Pedro) durante el III Encuentro de Animadores a la Lectura organizado por Pizpirigaña.

Idea y realización: Raúl Vacas e Isabel Castaño

Luces y sombras


Heptálogo poético

Hay poetas brillantes que iluminan con su ejemplo y sus palabras, que comparten destellos y auroras, que crean, que transforman. Poetas lúcidos, luminosos, deslumbrantes.
Y hay poetas oscuros, umbríos, lóbregos que tejen su sombra en los últimos días del invierno, que se esconden en bares y guaridas, que convierten en mitos las cavernas.
Pero también hay poetas que hablan, indistintamente, de la luz y de la sombra con absoluta claridad y sin oscuras pretensiones.
Todo poeta, al igual que el fotógrafo o el pintor, debe manejar la luz, domesticarla, acercarla al poema para vislumbrar sus palabras. Debe conocer los secretos de las luciérnagas, las fases de la luna, las clases de relámpagos, las especies abisales, las estrellas fugaces. Pero también debe conocer el lado oscuro del corazón, el interior de los sueños más profundos, la noche, las pasiones, nuestras sombras y asombros, los seres que inventaron nuestros miedos.
En todas las radiografías de todos los hombres y mujeres hay un poeta arrinconado, un esqueleto sensible e imaginativo al que la carne pone límite. Sólo el deseo, el trabajo, la paciencia y la mirada profunda distinguen al verdadero poeta.
Este heptálogo, y los textos que le acompañan nos ayudarán a entender las luces y las sombras de la poesía:


1. El poeta mira con los ojos cerrados y sueña con los ojos abiertos. Quienes mejor describen las cosas son los ciegos. Ellos entienden de metáforas, símiles y comparaciones porque describen con todos los sentidos.

Vi a una ciega que recorría con la punta del bastón el perímetro de un contendor de basuras.
No contaba con la presencia de ese obstáculo y se obstinaba en reconocerlo. Me pareció que estaba metida en un laberinto y la tomé del brazo para conducirla a la acera. El olor a pólvora era muy intenso y caminábamos sobre inmundicias de todos los tamaños. Escuché una sucesión de estallidos que procedían de una o dos calles más abajo. Un niño lloraba en algún sitio. Había anochecido y la niebla era espesa como un puré.
La invidente me explicó que había salido de la acera para no tropezar con el andamio. Miré a mi alrededor y no vi ningún andamio. Se lo dije, pero no me creyó. Sorteamos un coche volcado y tres papeleras esparcidas por el suelo antes de alcanzar la acera. ¿Dónde está el andamio?, insistió la mujer. Un estallido, acompañado de una ráfaga de luz, iluminó la calle. Repetí que no había ningún andamio a la vista. Tiene que estar por aquí, dijo ella. Empecé a tener miedo, pero no me atrevía a abandonarla. Se oyeron unos gritos ahogados por un estruendo ensordecedor. Una botella de cristal se hizo añicos a tres metros de nuestros pies. Pisé una rata.
La ciega me pidió que la siguiera acompañando. Todo empezaba a ser muy misterioso. yo sólo quería estar en mi cama, cubriéndome la cabeza con la almohada, que es la manera más desconsolada de llorar que conozco. Atravesamos tres calles y encontré un andamio. Se lo dije e hice ademán de marcharme. pero ella me tomó del brazo y comenzó a conducirme como si el invidente fuera yo. Entonces cerré los ojos y me dejé llevar. Los ruidos, los gritos y las porquerías del suelo adquirieron otra dimensión. Ignoraba si estábamos en Beirut, en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania o en la noche de fin de año madrileña. Y así estoy desde entonces, con los ojos cerrados para no ver nada.

“Final”, Articuento de Juan José Millás


2. El poeta busca el equilibrio, como buen funambulista, entre el abismo de la realidad y la altura de la ficción. Escribe sobre la luz y escribe sobre la sombra aunque en ocasiones la realidad y sus espejos las confundan.

Asusta que la flor se pase pronto.
Asusta querer mucho y que te quieran.
Asusta ver a un niño cara de hombre,
asusta que la noche…
que se tiemble por nada,
que se ría por nada asusta mucho.
Asusta que la paz por los jardines
asome sus orejas de colores,
asusta porque es mayo y es buen tiempo,
asusta por si pasas sobre todo,
asusta lo completo, lo posible,
la demasiada luz, la cobardía,
la gente que se casa, la tormenta.
los aires que se forman y la lluvia.
Los ruidos que en la noche nadie hace
–la silla vacía siempre cruje–,
asusta la maldad y la alegría,
el dolor, la serpiente, el mar, el libro,
asusta ser feliz, asusta el fuego,
sobrecoge la paz, se teme algo,
asusta todo trigo, todo pobre,
lo mejor no sentarse en una silla.

Gloria Fuertes. Poemas del suburbio


Aprovechó su amor y la entrega para, hábilmente, apoderarse de su sombra. Con besos y caricias, con historias fantásticas en las que las islas serían testigos de su vida en común, fue despegando la sombra de su cuerpo; y ella -absorta y seducida- no notaba nada. Sólo cuando el amante huyó con la sombra, los gritos se mezclaron con las lágrimas.

“El amante de las sombras”, de Rafael Pérez Estrada


3. El poeta no descansa. Trabaja con la mirada día y noche. Escribe sobre la sombra y a la sombra. Escribe bajo la luz natural o la del flexo y da a la luz sus creaciones. Verbos como cosechar, abonar, fertilizar, sembrar, plantar, regar, remover, cavar y profundizar, propios del campo, pueden emplearse también para definir la labor poética.

Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses; esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe.
Cuando la muerte acabe, la raíz de esta palabra y la hoja de esta palabra arderán en un bosque que otro fuego consume.
Lo que fue amado como cuerpo, lo escrito en la docilidad del árbol único, será consolación en un paisaje lejano.
Como la inmóvil mirada del pájaro ante la ballesta, así la palabra y la sombra de esta palabra aguardan su permanencia más allá de la revelación de la muerte.
Sólo el aire, únicamente lo que del aire al aire mismo transmitimos como testamento de lo nombrado, permanecerá de nosotros.
La luz, la materia de esta palabra y el ruido de la sombra de esta palabra.

Juan Carlos Mestre


4. El poeta arroja luciérnagas sobre las dudas. Debe hacerse mil y una preguntas y buscar en sus versos, o en los ajenos, las respuestas.
Pablo Neruda escribió El libro de las preguntas. Bernardo Atxaga le hizo “37 preguntas a su único contacto al otro lado de la frontera”. Benjamín Prado escribió un poema con el título de “Acertijo” que exige, del lector, las respuestas.

¿Qué poeta
comparó al humo con el Laocoonte?
¿Qué poeta escribió:
basta que alguien me piense, para ser un recuerdo?
¿Quién afirma que la última gota es siempre una lágrima?

Era una noche oscura.
Y volví a preguntarlo:

¿Quién escribió:
quiero morir de día, cuando aman los leones?
¿Quién escribió:
todo lo que no ha sido contado, es infinito?
¿Quién afirma
que el canto de los gallos sólo existe en los sueños?

Era una noche oscura
y nadie respondía.

¿Qué poeta
comparaba al diamante con el vuelo de un pájaro?
¿Quién oía la lluvia
caer como las gotas de una espada?
¿Quién escribió:
este vaso que yo bebo,
quedará eternamente vacío para ti?

Y quién llamó a las rosas música aprisionada.
Y quién dijo: -La mano que valía
para el amor,
también servirá para el odio.
Y quién dijo que sólo nuestras obras más puras
deberían unirse al séquito del pasado.

Aquel que me responda;
aquel que sepa
quién me robó cada uno de esos versos:
aquel será mi hermano.

Benjamín Prado. Iceberg

Y Gonzalo Rojas, una y otra vez, se preguntó qué se ama cuando se ama.


¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

“¿Qué se ama cuando se ama?, Gonzalo Rojas


5. El poeta es paciente. Aguarda a que los días maduren su cosecha. Pero no todos sabemos manejar el tiempo. No todos tenemos la suficiente serenidad para organizar nuestra prisa y nuestra espera.
Tal vez no pensemos en los agricultores que, año tras año, siembran las tierras para pasado un tiempo cosechar, o en quienes repueblan los bosques arrasados por las llamas con nuevos árboles, o en la generosidad del que planta un árbol centenario.
Escribir es un trabajo de reforestación permanente, una manera eficaz de dar forma a las semillas de nuestra imaginación. Pero para que el resultado sea satisfactorio, tenga sentido y sea verdaderamente natural, debemos ser pacientes.

Ni tu nombre ni el mío son gran cosa,
sólo unas cuantas letras, un dibujo
si los vemos escritos, un sonido
si alguien pronuncia juntas esas letras.
Por eso no comprendo muy bien lo que me pasa,
por qué tiemblo o me asombro,
por qué sonrío o me impaciento,
por qué hago tonterías o me pongo tan triste
si me salen al paso las letras de tu nombre.
Ni siquiera es preciso que te nombren a ti,
siempre nombran la luz del mediodía,
la fruta, el paraíso
antes de la expulsión.


Amalia Bautista, Luz del mediodía


6. Cada poeta esconde un propósito en su poesía. “No importa cómo es un poema / sino en quién te convierte” dice Benjamín Prado, “Preguntarme qué pienso de la poesía es preguntarme dónde / y cuándo un poema me salvó y de qué” afirma Marjiatta Gottopo. “Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser”. suscribe Vicente Huidobro. “Más de una vez he pensado que la poesía es algo que se excava mientras que la prosa es algo que se amontona, aunque esto no evite que haya prosa profunda y poesía del montón...” piensa en voz alta Javier Rodríguez Marcos, “Ser poeta no es una ambición mía: es mi manera de estar solo” confiesa Fernando Pessoa, “La poesía es un proyecto más que una definición, un iceberg del que ignoramos volumen y desplazamiento”, concluye Antonio Piedra.


La aparición del pájaro que vuela
y vuelve y que se posa
sobre tu pecho y te reduce a grano,
a grumo, a gota cereal, el pájaro
que vuela dentro
de ti, mientras te vas haciendo
de sola transparencia,
de sola luz,
de tu sola materia, cuerpo
bebido por el pájaro.

José Ángel Valente. El Fulgor


7. El poeta cree en la utopía y en la fuerza transformadora de los libros. Dijo Gonzalo Moure en una ocasión: “En esos ratos en los que creeréis que no es posible hacer nada, que no hay manera de avanzar, que no es posible ni siquiera encender la luz de uno solo de vuestros alumnos, de vuestros vecinos, de vuestros compañeros, todavía os queda una luz por encender: encender la luz de vuestra lámpara y leer un libro”.

La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar

Eduardo Galeano