Pasa al interior y ponte cómodo

26.3.07

Guerra, S.L.



En recuerdo de los 4 años de Guerra en Irak


Alguien ha expropiado el corazón del hombre. Alguien que ha pronunciado en vano el nombre de la Paz, que ha adorado a becerros y a tiranos, que ha abanderado sin bandera la palabra guerra, que abandonó su piel y sus escrúpulos para venderse al odio y al petróleo.

Alguien ha calculado en vidas su venganza. Alguien que, ajeno a la razón y al miedo, se ha lavado las manos con la sangre futura y ha negado las voces que defienden la vida. Alguien que ha propiciado el crimen y la rabia.
Por eso, y porque el sueño y el deseo de la Paz aún tienen luz y defensores (a pesar de la guerra), os pido que gritéis todos los días como el que siente cerca el ruido del disparo.
No permitáis que el mundo se resuelva a nuestra espalda. No consintáis el uso de la vida en manos del verdugo. No admitáis el fracaso y la desesperanza. No os conforméis con detonar el grito. No toleréis que el pulso de los hombres se discuta con armas y resoluciones, que la muerte sea excusa o garantía para librar al hombre de otros hombres, que la fuerza se imponga a la cordura.
No alentéis a los hombres que olvidaron un día la palabra amor. No abráis la puerta al lobo de las pesadillas. No sostengáis el peso de la destrucción y el frío. No apuntaléis los sueños abatidos ni mostréis la verdad y las heridas sin dignidad y arrojo. No enmascaréis al ogro de los cuentos para hacerlos más tibios e inocentes. No silenciéis a aquellos que negocian el precio de la vida, a aquellos que ahuyentaron los sueños de los débiles, a todo el que declara la renta de sus balas. Nunca honréis a la muerte como a vosotros mismos. Nunca rindáis el grito y la saliva. Nunca juzguéis al hombre que saneó su juicio. No admitáis eufemismos ni chantajes. No calculéis la angustia y el abismo que separa al relámpago del trueno, al grito de las bombas, a la muerte del sueño y de la luz.
Tal vez un día el corazón del hombre –a punto de pudrirse– madure y se haga dulce como un beso. Tal vez la vida no cierre sus puertas esta primavera por defunción o miedo. Tal vez los hombres y mujeres que soñaron dormidos una madrugada –a pesar de las bombas y sirenas– no pierdan nunca la esperanza. Tal vez no pierdan nunca las palabras. Tal vez no pierdan. Tal vez no. Tal vez.
No a las armas. No a las imposiciones. No a las mentiras. No al terrorismo. No a los bastardos unidos. No a las dictaduras. No a la guerra.

(Artículo publicado en el libro Al fondo a la derecha.)

La verdad



Nunca como ahora la verdad fue tan maleable y estuvo tan devaluada. La verdad del que jura con solemnidad ante el juez. La verdad del periodista que cree en la cláusula de conciencia. La verdad dialéctica del parlamentario. La verdad que nos ha de hacer libres, como profetizaba San Juan.

Hoy, la verdad verdadera es tan sólo el eslogan de una compañía de móviles. Poco más.
Una y otra vez se invoca a la verdad desde la duda y la mentira sin importar su verdadero valor o su constitución, únicamente sus consecuencias. Una y otra vez las medias verdades, o las mentiras, se enarbolan con fines políticos o partidistas. Una y otra vez dudamos si la verdad ya es únicamente patrimonio de niños y borrachos. Se cree y se confía en la verdad como castigo (verdades como puños que golpean) o como prueba testifical, pero nunca como valor añadido.
La verdad está en boca de todos pero no en el ánimo, el corazón o la mente. El desuso o la mala utilización que hacemos de ella ha conseguido destruir su inmutabilidad. La verdad ya no es indubitable.
Dice el refranero que “la verdad más firme, surge de una mentira solidamente repetida” ¿Es esta verdad la que nos hará libres? ¿Es ésta la verdad que esclarece? ¿Qué uso hacemos, individual o colectivamente, de la verdad?
Ahora se impone el rumor, la ambigüedad, la falacia, la confusión. Y a medida que avanzan las discusiones ―señala de nuevo el refranero― retrocede la verdad.
Todos, de un modo u otro, hemos faltado en alguna ocasión a la verdad para obtener un pequeño favor o un beneficio, para defendernos de la opinión mayoritaria o para salir indemnes o con éxito de una situación difícil. Mentimos, si es necesario, para encubrir o defender a un amigo, o incluso para regalarle los oídos: “Si dices las verdades, pierdes las amistades”, insiste de nuevo el refranero. Pero ahora el uso es indiscriminado. Ahora cualquiera puede arrogarse con aquello de “Yo soy la verdad”.
Y hay quien se acostumbra a la mentira y la prefiere, aunque piadosa, a una verdad.
“Yo le quería decir la verdad por amarga que fuera... pero ella prefería escuchar mentiras piadosas”, canta Sabina.
Nunca la verdad estuvo tan devaluada. La verdad de los políticos y de los curas. La verdad de los editoriales. La verdad del tomate. La verdad de la máquina de la verdad. La verdad de los jueces. Y hasta la verdad de Perogrullo.
A decir verdad ya pocos creen en la verdad.

Artículo publicado en el semanario "Avuelapluma"