Pasa al interior y ponte cómodo

31.12.13

Presentación "Animal de huida"

Dice Benjamín Prado que “La poesía es todo lo que hay entre un disparo y el animal herido”. Vida, muerte, intensidad, todo late –si atendemos al poeta– en el corazón del poema. Y del mismo modo en que un disparo tiene su efecto dentro y fuera del verso, la sensación de peligro –con todos los mecanismos que pone en marcha el miedo– también tienen su réplica: la huida.

Emily sabe de disparos, ella está letraherida con ese arma cargada de futuro que es la poesía. Le duelen las tres heridas de Miguel Hernández: el amor, la muerte, la vida. Pero también sabe de huidas por eso rehuye el tiro, por eso huye antes de ser herida o durante la herida.




Si tecleamos la palabra “huida” en el buscador de Google nos encontramos, entre la maleza, con la siguiente explicación del “comportamiento de huida”: “Se denomina comportamiento de huida al comportamiento animal específico complejo que frente a estímulos que indican peligro producen una respuesta adecuada que aleja o protege al individuo. En los casos en que la reacción es puramente refleja se denomina reflejo de huida. Se usa el término en sentido más general para referirse a todo comportamiento que evita situaciones desagradables. Los comportamientos de huida se dan sobre todo en invertebrados como cefalópodos, crustáceos pero también en aves y mamíferos”.

Emily, que es ave y es mamífero, nos habla en Animal de huida de su propia migración, su exilio voluntario lejos de casa.

Su inconformismo, su vitalidad y su espíritu de aventura le ponen alas más allá de murallas y cárceles interiores y, como ave de paso, va sellando, uno a uno, sus recuerdos, miedos y obsesiones en este libro pasaporte. Emily es animal de huida. Huye porque busca. Se busca. Dentro y fuera de casa se busca.

“La poesía empieza cuando ya has olvidado qué es lo que te asustaba pero aún tienes miedo” dice de nuevo Benjamín Prado en el mismo poema. Y estas palabras me recuerdan a Laura, a Emily, a Lila que huyen de las normas y las imposiciones. Les asustan los límites, las fronteras, el silencio. Por eso toman distancia y sueñan extramuros. Eligen no exponerse al disparo. “La vida misma es una elección”, dice en algún lugar. Y es por eso que la vida y el poema empiezan cuando el tren anuncia su salida, y el “príncipe de Estambul que va vestido de azul con una gorra y un pito” –como decía el poeta Manuel Díaz Luis– mueve su bandera en el andén para espantar los miedos. La vida empieza a muchos nudos de la palabra “casa” o a muchos pies de altura.

Sara R. Gallardo, autora del excelente prólogo del libro, desvela los puntos cardinales de la autora y las coordenadas su poesía. Como una controladora aérea sigue las señas y señales que deja a su paso su amiga Roberts. Conoce sus tránsitos, la altura a la que acostumbra a volar, sus destinos. Conoce el libro desde dentro y por eso hay tanta claridad en sus palabras. Pero también hay luz sobre el radar. Y Sara dice de Emily: “Yo solo quiero contar mi historia, dice en sus poemas, y pone trenza y pone pájaro, pone huida y pone mar. Y pone tierra”. Así tejen su libro Laura y Emily, poniendo tierra de por medio, trazando su huida por aire, por mar, por tierra. “Yo no escribo: / yo camino / alejándome de todo / mientras me trenzo el pelo” dice en su poema XX.

Luna Miguel la entrevistó en su blog, junto a otros poetas que forman parte de la antología Tenían veinte años y estaban locos. Esto es lo que afirmaba sobre el miedo a la repercusión, la crítica y el comentario:

“Siempre da miedo, supongo, pues se escribe para los demás, y la escritura es un trabajo muy íntimo: te estás desnudando, estas ofreciendo todo lo que tienes (experiencia, palabras), con la mayor ilusión y las mayores expectativas de gustar. Sin embargo, siempre hay que tener en cuenta que los gustos y las trayectorias de lecturas son muy diferentes y que, como en la vida, no se puede gustar a todo el mundo. También eso nos ayuda a ser más autocríticos y a ver las cosas desde otras perspectivas y no sólo desde la nuestra: muchas veces se puede aprender más de una mala experiencia (o comentario) que de uno bueno, aunque en primera instancia se agradezca más y sea necesario como apoyo para seguir trabajando.”

Alejandra Pizarnik, una poeta que ha dejado huella en la mirada de Emily, decía en su poema “Fuga en Lila” (qué dos palabras tan cercanas, Emily):

Había que escribir sin para qué, sin para quién.
El cuerpo se acuerda de un amor como encender la lámpara.
El silencio es tentación y promesa.


Emily Roberts, nos dice Sara R. Gallardo en el prólogo, “fue la niña que despertó. Eso no quiere decir que no escriba a tientas, porque ella, como los poetas, escribe siempre para saber qué escribiría si escribiera”. Y así es, tal y como señalaba Margueritte Durás. Laura se escribe y reescribe una y otra vez. Se busca en el poema. Escribe para sí misma y nos ofrece lo que escribe como espejo y mirada.

Animal de huida no es un libro primerizo. Su autora lleva en su equipaje muchos relatos facturados, perfectamente doblados y colocados entre la ropa de abrigo, pero también poemas contundentes de todas las tallas que rellenan los huecos de su maleta dura y de su vida. En su equipaje de mano, además, lleva su novela Lila, escrita con veinte años en otra de sus huidas; la del útero a la gran ciudad, la del hogar a la intemperie. Lila está en mi biblioteca, junto al Azul de Rubén Darío. Es una suerte que el escáner de los puestos de control en aeropuertos y estaciones no desvele lo que llevamos en la cabeza, en las vísceras, en las médulas, en los libros.

“La forma más barata de viajar es la del dedo sobre el mapa”, dice Ramón Gómez de la Serna en una de sus greguerías. El viaje es para Emily su propia poética. Es huida y regreso. Es inicio y final. Es su modo de vivir y de aprender. No le cuesta escapar y perderse, ya sea en el desierto o en la selva. Planea sus fugas de forma meditada y deja atrás sus recuerdos: “La infancia no podía volar”, susurra. El hogar es núcleo pero también fisión. Emily se arropa en él pero a la vez escapa ante el menor peligro. El tiempo y la rutina son su coartada para la fuga. Y el miedo a no descubrir, a no sentir más allá del abrazo materno, a no soñar con ser otra en otro cuerpo y otra vida, todo lo que presiente en sus palabras. Le cuesta regresar porque siempre está yéndose. Por eso siempre deja abierta la vuelta. Quizá sienta el mismo temor que el propio Gómez de la Serna cuando afirma: “En el billete de ida y vuelta tememos que nos perforen la vuelta en vez de la ida, obligándonos a volver al revés, comenzando por ir otra vez para poder volver de nuevo”.

Emily sabe que es inútil huir. Lo aprendió de Clarice Lispector, en aquel texto en el que habla del silencio:

“Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.
El corazón late al reconocerlo.
Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí”.


De nada sirve la huida permanente pues el silencio, como dice Clarice, siempre estará ahí, en forma de fantasma. Por eso Emily se rodea –fuera del poema– de vida, de bullicio, de mundanal ruido, por eso sus textos destilan vida, por eso sus palabras se aliñan con texturas, aromas, imágenes, colores. Frente al negro de los miedos y el dolor, el rojo de la vida y de los labios (“en el lugar de donde vengo / no existe el color rojo”, nos dice en un poema). El azul y el verde son, en cambio, para los caballos de la poesía y el blanco para después de la entrega: “todo era blanco: / nieve blanca, muslos blancos, lienzo blanco / para pintar la despedida.”

Hay un pulso narrativo en muchos de los poemas de este libro: “Esta no era una historia, pero nosotros la convertiríamos en una”, dice en su poema ix. Cada texto es un historia, cada historia un mundo, cada mundo un viaje, cada viaje un sueño, cada sueño una palabra, cada palabra una huida hacia sí misma. Excavar y amontonar, en eso consiste escribir según Javier Rodríguez Marcos: “la poesía es todo lo que se excava y la prosa todo lo que se amontona aunque eso no evita que haya prosa profunda y poesía del montón”, nos dice. Y Emily excava y socava en su memoria, minera de sí misma, para compartir con nosotros su deseo de estar siempre lejos: “la levedad del mundo en una caja de zapatos rojos / con los que desaparecer…” nos dice en su poema iv.

Hoy Emily regresa de su huida y nos confiesa en voz alta:

“Soy pequeña,
muy pequeña,
podrías llevarme
en la palma de tu mano
o en un bolsillo.
Soy pequeña
y mi amor
también es pequeño,
y mi amor
se derrama
propiciando una catástrofe
como un niño,
se derrama:
no se oye, apenas
llega,
tropieza,
llora,
como un niño,
se inunda”


Regresa con su vida hecha poemas y el equipaje lleno de nostalgia y de amor a repartir en partes iguales.

La poesía de Emily tiene su propia respiración. Hay música en sus versos, hay ritmo y hay latido pero también silencio. Conviene antes de pasar a un nuevo poema asegurarse de no introducir el pie entre coche y andén, después hay que tomar impulso y cambiar de línea. Cada texto es un trayecto, un recorrido, y entre todos conforman el destino que se advierte en las líneas de la mano de Emily, con su pasado, su presente y su futuro.

Esto es lo que Emily opina de la poesía en la entrevista –ya mencionada– que le hizo Luna Miguel:

Definiría mi poesía como muy personal, que no es lo mismo que autobiográfica. Para mí, la gran diferencia entre la poesía y la narrativa es la falta del personaje en la poesía, de ese gran disfraz que permite ocultarte. En la poesía, el yo está desnudo y solo: no hay diálogos, no hay más personajes, y, si los hay, siempre están teñidos de subjetividad por el yo poético. Por ello, mi poesía bebe mucho de la experiencia: es lo que más me inspira. Más que vivencias concretas, de sentimientos, estados de ánimo pasajeros a los que intento anclar el lenguaje, buscar una forma de expresarlos. Mis influencias son mi vida y las personas que me rodean, por eso mis principales temas de interés son el viaje, el hogar, el cuerpo, el otro y la búsqueda de la identidad como algo cambiante y a veces inaprensible: temas que al final se complementan y van unidos, que a veces no se distinguen bien unos de otros. A través de la poesía intento conocerme a mí misma y darme a conocer al “otro”, a ese gran desconocido que supone todo aquello ajeno a nosotros –a veces, incluso, nosotros mismos–. La poesía es un monólogo que se responde a sí mismo: eso es lo que la hace avanzar y evolucionar; siento que mi poesía cambia mucho más rápido que mi narrativa: porque a través de la narrativa intento conocer a los demás, y a través de la poesía a mí misma.

Querida Emily. Yo escribo poesía porque estoy convencido de lo que dice Andrés Trapiello: “La poesía es la distancia más corta (una línea recta) entre nuestras dudas y nuestras incertidumbres”. Ojalá que los poemas nos ayuden a ir del corazón a los asuntos como a Miguel Hernández. Que nos arrojen luz y luciérnagas en los momentos oscuros de la vida. Que nos indiquen el camino en las encrucijadas. Que nos salven de esta gran incertidumbre que es vivir en estos tiempos. Que resuelvan nuestras dudas.

Gracias a Alberto Trinidad y a Ediciones Oblicuas por apostar por Emily. Enhorabuena a Violeta Bergara por la portada y a Mercedes Fernández Laguna por la fotografía en que está inspirada. Y enhorabuena también a Laura por este espléndido libro.

Permíteme, para terminar, que comparta contigo dos poemas. Uno de Jaime Sabines, “Lento, amargo animal” y otro titulado “Marca de agua” del libro de Esteban Peicovich Poemas plagiados:

Lento, amargo animal

Lento, amargo animal
Que soy, que he sido,
Amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
Que en la primera generación del hombre pedía a Dios.

Amargo como esos minerales amargos
Que en las noches de exacta soledad
-Maldita y arruinada soledad
Sin uno mismo-
Trepan a la garganta
Y, costras de silencio,
Asfixian, matan, resucitan.

Amargo como esa voz amarga
Prenatal, presubstancial, que dijo
Nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
Que murió nuestra muerte,
Y que en todo momento descubrimos.

Amargo desde dentro,
Desde lo que no soy,
-Mi piel como mi lengua-
Desde el primer viviente,
Anuncio y profecía.

Lento desde hace siglos,
Remoto -nada hay detrás-,
Lejano, lejos, desconocido.

Lento, amargo animal


Y el segundo y último poema quiero dedicárselo a los que aún no creen en la poesía, que es tanto como decir que no creen en el amor, en los sueños, en la muerte, en la vida.

Marca de agua

-¿Su profesión?
-Soy poeta. Supongo.
-Nada de supongos aquí. Ponte derecho. No te apoyes en la pared. Mira al tribunal. ¿Tienes una profesión estable?
-Creía que eso era una profesión estable.
-Pero en términos generales, ¿cuál es tu especialidad?
-Soy poeta, traductor poeta.
-¿Quién te ha reconocido como poeta? ¿Quién te ha metido en las filas de los poetas?
-Nadie. ¿Quién me ha metido en las filas de la especie humana?
-¿Has estudiado para serlo?
-¿Para ser qué?
-Poeta. ¿No has encontrado la manera de proseguir tus estudios en el instituto, donde podías prepararte y aprender?
-Nunca he creído que eso fuera materia de enseñanza.
-Entonces, ¿qué?
-Creo que eso… viene de Dios.

(Diálogo que tuvo lugar la mañana del 18 de febrero de 1964 en el juzgado de distrito de Leningrado entre la jueza Irina Savaleva y el “parásito social y vago maleante” de 24 años Joseph Brodsky, quien 23 años después, -1987, y a sus 47- alcanzó el Premio Nobel de Literatura)


Hoy yo también quiero convertirme en Animal de huida y huir con este libro dedicado bajo el brazo susurrando estos versos que te pertenecen: “Nunca renuncies al viaje. Nunca renuncies al viaje. Nunca renuncies al viaje. La quietud es la muerte”.

Tal vez mi huida solo dure lo que dura su lectura (ahora podré leerlo de nuevo y pasar mis notas del borrador al libro). Me basta así, como bien dijo tu tocaya Emily Dickinson en su poema “Ensueño”, traducido por Carlos López Narváez:

Para fugarnos de la tierra
un libro es el mejor bajel;
se viaja mejor en el poema
que en el más brioso y rápido corcel


Yo viajo, tú escribes, él le... No dejes nunca, querida Emily, de conjugar estos tres verbos.

Raúl Vacas
Salamanca, 28 de diciembre de 2013

2.12.13

Me acuerdo

Este fin de semana se han celebrado los 20 años de Leer Juntos en Ballobar. Yo no pude estar allí pero les envié mi pequeño homenaje.



He decidido seguir los pasos de Joe Brainard y Georges Perec para trazar mi recuerdo emocionado de mi paso por Ballobar y mi relación con “Leer Juntos”.

Me acuerdo

Me acuerdo del día en que Samuel Alonso me llamó para que fuera en su lugar, y en el de Antonio Ventura, a unas jornadas de Animación a la Lectura en Ballobar. En ellas presenté la colección “Otros espacios” de la editorial Anaya y comprobé, con emoción, que “A veces suceden cosas”.

Me acuerdo del viaje en AVE desde Madrid a Lleida. Era la primera vez que me subía a un tren de alta velocidad. Y recuerdo también el trayecto en coche desde la estación de tren hasta Ballobar. Lo que no recuerdo es si me fueron a buscar o enviaron un taxi reservado a mi nombre.

Me acuerdo del recibimiento que tuvimos en la plaza del Ayuntamiento. Hasta allí llegó un pasacalles formado por un enorme dragón debajo del cual había muchos niños. También había una pequeña estructura con ruedas sobre la que había dispuestos un montón de cubos de colores que de repente empezaron a sonar al ser golpeados por los niños con baquetas. Aquello era una fiesta. Recuerdo también que había un niño grandullón al que llamaban Alberto Gamón. Fue el ilustrador que diseñó ese año el cartel de las Jornadas.

Me acuerdo de la lluvia torrencial que cayó el primer día y de cómo tuve que ir sorteando charcos desde el polideportivo al hotel cantando, como Gene Kelly, bajo la lluvia.

Me acuerdo del ruido que hacía la lluvia sobre la cubierta del pabellón donde se realizaban las Jornadas y de la serenidad y el buen humor de Clara Obligado ante estas circunstancias que complicaban su alocución y su lectura. Leyó textos de su libro “Las otras vidas”, del que yo, más adelante, haría una reseña. Recuerdo que también estuvo Jesús Munárriz. Aún conservo una foto con los dos y con Paco Bailo.

Me acuerdo de Alegría, la carnicera, cuyo nombre hace honor a su carácter y de cómo junto al kilo y cuarto de morcillo que despachaba en la tienda podía añadir un poema de regalo. Cuando regresé de Ballobar me encontré con un mensaje suyo en mi blog en el que me contaba que ella no disfrutó tanto del encuentro por cuestiones de intendencia. Qué mujeres más trabajadoras, además de buenas lectoras, las de Ballobar.

Me acuerdo cómo mucha gente me confundía con Samuel Alonso, hasta que tuve que poner en mi camiseta de velcro mi nombre y mi primer apellido.

Me acuerdo de un tipo muy peculiar que nos contó cómo había llegado hasta allí desde Segovia caminando en línea recta. Luego supe que aquel tipo, que también nos habló de cochinos y de los peligros del libro (en forma de romance) se llamaba Ignacio Sanz. Con el tiempo fuimos coincidiendo en otros lugares y ahora somos buenos amigos.

Me acuerdo de Toni, de Stela y de su amiga (de la que no recuerdo el nombre) y de lo bien que nos lo pasamos en las jornadas. Stela me regaló un dibujo que guardo en una agenda como oro en paño. Desde entonces no la volví a ver aunque sí mantuve contacto con ella por correo electrónico durante un año.

Me acuerdo de la ponencia contrarreloj de Toni y de María Dolores Busquets, una maestra que me felicitó por mi intervención y que me recomendó el poema “Retrato de mujer” de Ana Merino. Yo le anoté en un post-it mi correo electrónico y lo pegué junto al poema.

Me acuerdo de que repartí entre los asistentes un texto titulado “Yo leo, tú lees, Bruce lee” en el que decía, entre otras cosas: “leo para tejer lazos, para responder preguntas, para preguntarme otras, para conocer al otro, para compartir proyectos, para fertilizar el gusto, para desinfectar la vista.”

Me acuerdo de la amabilidad de los ballobarenses (¿se dice así?) y lo maravillosa que fue la estancia y la convivencia en esas tierras en aquellos días.

Me acuerdo de Carmen Carramiñana contando “Vamos a cazar un oso” y de lo divertido que fue salir, junto con otros compañeros, a recrear con movimientos y onomatopeyas, la historia de este fantástico álbum.

Me acuerdo de que la mayoría de las mesas de las Jornadas eran presentadas por gente de “Leer Juntos” de Ballobar o por niños del colegio.

Me acuerdo del vídeo “A veces ocurren cosas” donde salía un tipo con barba blanca que con el tiempo resultaría ser el tutor legal de mis “Niños raros” y quien me abrió las puertas de los campos de refugiados en el Sáhara. Un abrazo, Gonzalo.

Me acuerdo de la cara que pusieron las maestras y los niños y niñas del colegio cuando les leí el poema de la “Vaca flaca”. Y me acuerdo de cómo un año después me regalaron esa misma vaca mejorada y encuadernada. Qué espléndida labor la de maestros y niños de Ballobar. Y qué acogedor el cole.

Me acuerdo de las muchas cosas maravillosas que surgieron tras aquel encuentro, gracias a la generosidad de Merche Caballud, de Carmen Carramiñana y de toda la gente de Leer Juntos. Ahora Huesca y Zaragoza (también Teruel) son mi segunda casa. Gracias Mar Martín, Elena Pueyo, familia Bailo, Charo Ochoa, Chus Juste, Ana Badía, Olga Asensio y Toni Martínez quien me invitó al “Leer Juntos” de Cifuentes.

Me acuerdo de la entrada que hice en mi blog poco después de llegar emocionado del Encuentro de Ballobar. Lo traigo de nuevo aquí para conmemorar el XX Aniversario de Leer Juntos:

Ballobar es un municipio de la comarca del Bajo Cinca en la Provincia de Huesca. Un lugar apacible y lleno de vida donde tractores y libros cultivan, por igual, tierras y habitantes. Allí, junto al río Alcanadre, a veces ocurren cosas.

Todas las semanas un grupo de ballobarinas se reúne para leer y compartir su afición por los libros, hábito que, desde hace más de diez años, forma parte de sus ocupaciones diarias y que llevan a la mesa de sus casas como el pan diario.
Alegría, carnicera del pueblo y según Gonzalo Moure auténtica metáfora de Ballobar, es una lectora comprometida y un derroche de júbilo. Al igual que el resto de madres y abuelas que leen juntas, su deseo es contagiar a jóvenes y niños su entusiasmo y hacer posible un mundo mejor. “Más libros, más libres”, dice Moure.
Si atendemos al significado de la palabra “labrar”, podemos considerar la literatura y la ilustración como aperos típicos del pueblo. Porque labrar es trabajar, hacer, formar algo y hoy, Ballobar, es un referente para muchos otros lugares donde la lectura, relegada al ámbito de lo personal, quiere ser un fenómeno colectivo.
Hace apenas unas semanas concluyeron las III Jornadas Aragonesas de Bibliotecas y Promoción de la Lectura y la Escritura en esta localidad. Bibliotecarios, Escritores, Maestros y lectores de todas partes de España pusieron en común sus cosechas literarias. Dichas jornadas, impulsadas por Carmen Carramiñana y Mercedes Caballud con ayuda de Gonzalo Moure, Mariona Martínez, Samuel Alonso y Antonio Martínez, son prueba del compromiso y el esfuerzo diarios por acercar la literatura a la familia, la escuela y la biblioteca de forma activa y duradera.
Y en este empeño maravilloso colaboran madres e hijos, abuelos y nietos, maestros y alumnos, bibliotecarios y lectores. Cada cual aporta su experiencia de vida, su herencia literaria, su trabajo.
Todo en las jornadas pasa por las manos de la gente: desde las presentaciones en las mesas redondas hasta la intendencia. Un claro ejercicio de entrega y generosidad que emociona a todo el que se acerca hasta allí, una gran fiesta (que no feria) del libro sin ninguna pompa ni oficialidad. Una sueño cumplido y aún por madurar.
Humildad, cercanía, cariño, espontaneidad y voluntad conforman el índice de ese gran libro abierto que es Ballobar y del que acabo de leer y vivir el primero de los capítulos.

Y me acordaré mucho de vosotros cuando brindéis, con la mirada y vuestras copas de vino, por otros veinte años (dice el bolero que no son nada) de “Leer Juntos”.

Os quiere