Pasa al interior y ponte cómodo

31.1.07

La mujer de la limpieza


La mujer de la limpieza dio órdenes precisas de que sacaran al muerto. Era tal su obsesión por la higiene que vació seis litros de lejía para fregar, con la destreza y con la asepsia de un dentista, los rastros de la muerte. Después de repasar la habitación, de recoger las heces y enjabonar al muerto con perfumes, se retiró a pensar, pero tampoco en su cabeza había huella alguna de la vida.


Del libro inédito "Ver al dorso"

30.1.07

De altura



Hoy me he propuesto una tarea de altura: subir a lo alto de un depósito de aguas (aquí en el pueblo) y contemplar la vida con ojos de milano.

Recuerdo entonces con nostalgia el depósito de mi infancia, junto al antiguo parque de bomberos de Campoamor.
Cuántas veces soñé tener dinero suficiente para defender su estructura de hormigón armado –la primera en España– de la ruina y las gaviotas.
Aquel depósito de ciudad fue, en mis sueños, una sala de exposiciones con horario nocturno, una plataforma giratoria para ver el cielo en los días de lluvia, una emisora de radio que repartía el sonido de los pájaros por los autobuses urbanos, un restaurante de lujo con sabor a pueblo.
La altura produce muchos males, como el vértigo o la sensación de dominio (muy habitual entre los políticos que vuelan a diario para defender sus intereses) pero también produce muchos bienes: como el sonido de las nubes más pesadas, la mirada que teje en el horizonte su hilo invisible de araña o la emoción del que sueña con los ojos abiertos.
Aquí, en el cielo de la Salamanca rural, las estrellas se acomodan en lo alto mucho más pronto que en la ciudad.
Aquí la vida es una cuestión de altura y, en ocasiones, andamos por los tejados, como gatos, para quitar goteras, orientar la señal de las antenas o expropiar el nido a más de un pájaro.
Y es costumbre mirar al cielo para predecir la lluvia, observar el vuelo de los tordos y los arrecángeles, trepar hasta el árbol más alto para huir del mundanal ruido o desafiar
la altura con las palabras: “Poetas. / ¿Y para qué poetas a esta altura? /A esta altura de sed y de pregunta. / A esta altura fundada contra el vértigo / por vocación de salto y plenitud". (José Manuel Díez, colaborador de Avuelapluma)
Un saludo para el padre de Daniela (que es piloto) y una recomendación: pasear la mirada por el libro La tierra vista desde el cielo, un libro que no hay que pasar por alto.




Fotografía aérea tomada en el verano de 1915, gentileza de José María Francia. http://club.telepolis.com/eldeposito/elinforme.htm




Publicado en el semanario "Avuelapluma" de Cáceres

La ausencia



Echo de menos la primera caricia, el amor estrenado, el lenguaje del llanto. Echo de menos tu ombligo, tus manos breves, tus sueños nítidos, la forma de abrazarme contra el frío y la noche, tus palabras tranquilas, tu mirada exacta.

La ausencia, cuando se instala en el corazón y la memoria, se convierte en equipaje del silencio, manual del exiliado, turrón de la viuda. Nadie es ajeno a la ausencia. Nadie que no sientan la palabra vacío en el estómago podrá decir que está rotundamente vivo.
Esas son fechas para contabilizar carencias y echar en falta un abrazo, un regalo, un hogar, un anuncio. El amor es suma de ausencias y presencias, un menú elaborado con presentes y pretéritos en la medida justa.
Basta con perder algo para recordar el lugar que ocupaba en nuestra pirámide isósceles de querencias, para otorgarle de nuevo su valor y recuperar su sentido primero.
San Antonio y San Cucufato entienden, ya sea por devoción o coacción, de pérdidas reparables e irreparables y a ellos acudimos, en primera instancia, cuando echamos algo en falta.
Hace unos días perdí la cartera y con ella una parte de mi vida: el bono del metro que nunca cogí, un surtido de fotos atadas al recuerdo, las tarjetas sin crédito, mis carnés poco hechos, mi identidad. Pero sentí mucho más tu ausencia de dos días. la ausencia que, en palabras de Borges “... me rodea / como la cuerda a la garganta, / el mar al que se hunde.”. La ausencia que al instante se presiente y que Neruda distribuye en la palabra “nosotros”: “Apenas te he dejado, / vas en mí, cristalina / o temblorosa, / o inquieta, herida por mí mismo / o colmada de amor, como cuando tus ojos / se cierran sobre el don de la vida / que sin cesar te entrego.”.
Sólo el recuerdo de lo perdido mitiga el vacío de la pérdida. Solo su regreso al presente. Perder es importante para aprender a ganar. Perder es importante para sentir. Perder es importante para vivir: perdemos la inocencia, la virginidad, el sentido, la vista, el oído, la vida, perdemos el amor. Pero la oficina de amores perdidos, aún brilla por su ausencia.


Imagen: Victorino G. Calderón


Publicado en el semanario "Avuelapluma" de Cáceres

28.1.07

La nostalgia



La nostalgia es un perfume extraño que se cuela en la piel en forma de caricia o escalofrío y vuelve la mirada tibia y extraviada.

Si sentimos nostalgia es porque aún buscamos en el tiempo y la memoria la evidencia del sueño. Sólo así justificamos los suspiros.
Hay ancianos que huelen a nostalgia. Y hay niños que también. Pero éste es un olor menos acostumbrado al viento.
La enfermedad de la nostalgia no tiene cura conocida. El paciente presenta un cuadro de rechazo a la palabra futuro y se retrae y encoge en el abrigo de la palabra pasado.
Si la nostalgia es producida por un cuerpo extraño alojado en el corazón sólo hay un principio activo para combatirla: el recuerdo.
Si la nostalgia cursa con dolor y llamadas internacionales de locutorio, el único remedio es el regreso
La nostalgia es el pago de los pequeños triunfos en la vida, la puerta de atrás de la rutina, el espejo lleno de azogue, la oscuridad más amplia, la ventana más alta, el mirador del tiempo.
Me gusta la nostaljia de Juan Ramón Jiménez, la nostalgia con olor a tierra del emigrante, la nostalgia del pescador en ultramar, la nostalgia que tejía Penélope, la nostalgia del muerto.
La carta es, sin duda, el mayor contenedor de nostalgias. En ella laten los deseos más tangibles, los recuerdos más tiernos, las caricias más insospechadas.
Escríbeme una carta con tus lágrimas frías y te querré despacio como un náufrago, como un suicida, como un ladrón de rosas amarillas.
Escríbeme tus labios con posdata; recítame tus sueños y respira aquí, cerca, tan ausente, tan lejos, tan obstinada a veces.
Envíame tus besos, tu soledad de orfebre. Escríbeme un poema, una receta amarga, lo que sea, y cuídate de andar desnuda por la noche, de los niños descalzos, de la palabra nostalgia.


A Özlem Kumrular (Nostalgia Tórtolas, en turco)



Publicado en el semanario "Avuelapluma" de Cáceres

La matanza




Hace unos día vi, por vez primera, un mamífero artiodáctilo del grupo de los Suidos hecho carne. Dicho así, parece que estuviera hablando de una bestia de las Islas Reunión o un dinosaurio del jurásico. Pero se trata del mejor y más doméstico animal de compañía, el cerdo.

De pequeño tuve una hucha de cerámica con forma de cerdito. Cuando reunía algunas monedas lo descuartizaba para ir al quiosco a comprar unos jamones que luego chamuscaba y compartía con mi primo. Al cerdo de verdad se le engorda con bellotas que, en definitiva, una vez curado, se transforman en euros.
El cerdo es un animal omnívoro. Le das una zapatilla y se la come. Le das un bocadillo de bellotas y se lo come. Le das una mirada y se la come. Le ocurre como al hombre, que también es omnívoro y se come hasta los cerdos.
Me gusta la fiesta del mondongo. Ir con las mujeres a lavar las tripas al río. Coserlas. Tomar aguardiente con perrunillas. Apagar el pimentón. Remover la carne con las especias hasta encontrar la peseta. Embuchar con tacto. Y picar con esmero el culo de cada pieza. Y todo en una ceremonia exacta donde no hay mirones.
En algunos lugares aún se conserva la tradición de colgarle una tripa vaqueña al novato. Pedirle que ase la manteca. O mandarle, como se hace con los niños que dan guerra, a buscar el espéldere a casa de un vecino, que es como pedirle piñas a un almendro, cazar un gamusino o comer canguingos con patas de peces.
Quizá más de uno habrá ido a buscar el espéldere a los lugares más insospechados, incluso al diccionario. Me imagino a un niño, ancho de felicidad, regresando al lugar de la matanza con un dispositivo intrauterino, un fuelle viejo, el santo grial, la correa de transmisión de un coche, el vellocino de oro, o un llar para la lumbre. Y tan contento.San Antón generoso, bendice a los cerdos y sala con tu hisopo los jamones.



Ilustración: Matanza, Isabel Cosin. Óleo sobre madera. 2005

Publicado en el semanario "Avuelapluma" de Cáceres



La mujer insomne




La mujer insomne urdió un plan para entrar en el primer lunes de diciembre con la sonrisa llena de juguetes. Corrió a la calle en camisón. Se lavó la cara en una fuente blanca. Se atusó el pelo con la raspa de una sardina y, mojándose los labios, pidió un deseo.

Luego se encaminó al mercado mirando de reojo a los taxistas y los delincuentes. Una vez dentro, el río de la muchedumbre la arrastró entre la prisa falsa del hombre de negocios, la sonrisa pícara del vigilante, la mirada tierna del carnicero que acunaba en sus brazos un lechón, el hipo del vendedor de cupones y el llanto azul marino del pescadero.
Nadie, en su sano juicio, se atrevió a alertar a la mujer insomne sobre la inconveniencia de pasear dormida en camisón.
Fue entonces cuando la vieja de las coliflores la llamó por su nombre al interior de su despacho de verduras. Le preparó en un santiamén un consomé de zanahorias y le contó que aquella noche había soñado con pesetas. Que guardaba en el mandil las pesadillas de todos sus nietos. Y que echaba en falta una canción de amor y un libro lleno de hojas secas.
La mujer insomne se abrazó a ella, le hizo unas trenzas con perejil fresco y le cantó al oído un cuento sin final. Luego, bailando en un idioma extraño se enredó entre la gente, como si nada. Envuelta en el olor de las pistolas de la bollería recorrió aquel hangar lleno de luces tiernas y salió a la calle.
La lluvia marcaba, como un perro, el territorio ajeno y en los semáforos piaban los pardales.
Al volver a casa pasó de nuevo por la fuente de agua blanca donde una paloma enferma picoteaba el brillo de los euros que la gente canjeaba por deseos. La mujer insomne le robó un coscurro al agua. Miró adentro y se llevó en su puño una moneda usada.


Ilustración: Arte maya
Publicado en el semanario "Avuelapluma" de Cáceres