Pasa al interior y ponte cómodo

24.6.06

La mujer sintáctica



Ayer soñé con la mujer sintáctica. Por un instante me sentí subordinado a ella, todo un párrafo, en una conjunción sin límites y al borde de la exclamación y las interjecciones.
No le bastó con tenerme sujeto sino que en el instante exacto del deseo me besó bilabial, me agarró el atributo por la raíz e hizo de él un gerundio como si tal cosa. Y así de oral y sustantiva copuló su nombre con el mío en la frase exacta, sin complementos, ni futuros perfectos, ni predicados falsos; acentuando cada uno de sus fonemas, de sus sílabas. Tan sólo ser y estar; con el futuro por delante.
Ayer soñé con la mujer sintáctica, una mujer determinante, una maestra del adverbio, el paradigma de la voz activa y el amor posesivo, el mejor género para el deseo, todo un artículo de lujo.
Recuerdo el argumento de mi sueño y su deseo infinitivo conjugado en los pronombres de Salinas: “Para vivir no quiero / islas, palacios, torres. / ¡Qué alegría más alta: / vivir en los pronombres!”
Pero también soñé con la mujer sin táctica. La que se rinde al signo del amor oscuro y no pide palabras. La que se eriza en cada verbo. La que calienta el sexo con los ojos. La que me vuelve reflexivo en el lavabo y se deshace en besos imposibles. Esa mujer que al fin me da, y cruza los dedos, su nombre de mentira, su número y prefijo; ajena a cualquier otra proposición, perdida en el imperativo de su cuerpo, dueña de la emoción y los paréntesis. La que despierta in media res, sin sueños cardinales, sin árboles inéditos, sin rostro definido, sin palabras corrientes, sin la oración propicia, sin taxis donde huir al fondo del poema, sin forma de enseñar la lengua.
Ayer soñé con la mujer sintáctica. No recuerdo su nombre.

Artículo publicado en el semanario Avuelapluma