Pasa al interior y ponte cómodo

30.7.06

La segunda voz

Ilustración: Tomás Hijo


Ayer fue registrado en la Diputación de Salamanca un proyecto para publicar una antología poética de Remigio González “ADARES” con el título de La segunda voz (Poesía 1972-2000).
La petición fue cursada por Ángel, uno de sus hijos, y cuenta con el aval de Luis Calvo Rengel y José Yáñez, alcalde de Alba de Tormes. La selección y el prólogo corren de mi cuenta.
Esperamos que la Diputación resuelva de manera favorable nuestra petición y el libro vea la luz dentro de la colección de poesía de la entidad.
De este modo se vería saldada una de las muchas deudas que las instituciones aún tienen con el poeta, quién dedicó toda su vida a la poesía y durante veinte años guardó fidelidad a la Plaza del Corrillo, donde administraba sus libros y su mirada.
Ojalá que algún día se hagan realidad las palabras de Santiago Juanes y dicha plaza recuerde a su poeta como se merece:


Me gusta imaginar a un “ADARES” de bronce sentado en el Corrillo eternamente y a los niños preguntando a su padre quién es ese señor de las barbas... Un sencillo homenaje para quien fue un poeta sencillo y un amable ser humano unido al Corrillo por un verso. Santiago Juanes (La Gaceta Regional, 6 de febrero de 2001)

Este es sólo un aperitivo del contenido del libro:


Muerte

Porque yo ya he llegado a donde iba
al medio siglo estirajando chicle.
Por la cabaña tonta de la escoba
reventando botellas a la muerte.

¿Quién me robó el rancho de los pavos?
¿Quién me robó el cartón de mis comienzos?
Ella fue quien me ocupó la noche
sin perseguirme nadie; fui de entonces.

Ahora voy a morirme junto al río
donde hospedar a mi conciencia pueda
y que me juzgue el ansia y la vejez.

Olvidar el camino sólo quiero
y a la forofa calle de los vivos
porque ya desde ahora, soy del aire.

Publicado en Sangre talada


Un arbusto de mimosos

A la niña de los baberos
canesuados
de organdí.
A la que pone multas en los labios del estambre
y la fibra.
A la que junta barcos,
hierros,
antojos,
lugares y palabras de ajacintadas formas.
A ella.
Esta línea que aludo en todos los sonidos.
Yo, en todos los amores que he reunido, por el bien del
[amor,
nunca tomé medida para amarla

Publicado en Vuelo de papel


Me sorprendió este beso
de lavadero hondo
una tarde de mancos
árboles enanos


Los tristes océanos
y llamados por ellos
pasaron a ser dignos
por la primera vez.

Azúcar de terrón blanca y morena niña
de la guitarra ágil.
Son tus ojos oscuros de fuente y de árbol.
De chorro tu piel vibra hebras glaciales
y de lunas y luz.
Es tu nombre amapola que por tus cabellos
he soñado volar.
Alta abeja espiga primavera de los abanicos.
Tu canción y por dentro ola escrita segadora
de nardos oceánicos.
Escucho tu saliva tan honda como excitante
porque definitivamente
eres devoradora.

Publicado en Me enamoré sin permiso

29.7.06

Llorar a gritos




Cómo me hubiera gustado entrar un día en la peluquería de Luis Monzón (en la calle Meléndez) y leer, en lugar del Interviú, un libro de poemas. Y que ese libro fuera de Neruda y que se llamara Residencia en la tierra. Y que tuviera un poema titulado “Walking around” y que dijera: “El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. / Sólo quiero un descanso de piedras o de lana…”

Cómo me hubiera gustado entrar un día en la peluquería de Luis para hablar, no del partido del Madrid o de la guerra o la política, sino del vestido rojo con dibujos blancos de Anna Galiena, la Matilde de la película de Patrice Leconte “El marido de la peluquera”. O tararear juntos, no una canción de los cuarenta principales, sino de aquel barbero de Sevilla. O escuchar el hilo musical (como le gustaba hacer a Luis) de la calle Meléndez, antiguamente de Raspagatos. O conversar con él sobre la permanente de Quevedo, la perilla de Gustavo Adolfo Bécquer, la melena de Alberti, la tonsura de Fray Luis o las barbas de Valle Inclán. O hablar de la Salamanca de entonces, la que nació y creció en torno de la Plaza de la Yerba (o del Corrillo) y del poeta Adares, con su barca a la orilla del río de estudiantes y turistas que, día a día, van a dar a la Plaza Mayor, que es el vivir. O dejar que el silencio acallara el oído y despertara la nariz y la envolviera de olores extraños a lociones capilares y after shaves y colonias de niño y suavizantes. O escribir un poema a una mujer, sin más, y dedicárselo: La mujer que alisa, por ejemplo, su cabello rubio y sueña con la música del sueño de una noche de verano. La mujer que coloniza el corazón del hombre con su melena roja como el fuego o la noche. La mujer que es amada y cómplice de quien escala furtivo hasta sus ojos y huye por su trenza. La mujer que es tiempo y vida y corta las cabezas de los soñadores y verdugos que no puedan amarla. La mujer que llora a gritos.

Publicado en Avuelapluma

Nota: La peluquería de la imagen no es la de Luis Monzón, es una encontrada al azar en la web