Pasa al interior y ponte cómodo

20.12.12

Todo me sabe a ginebra

Que en época de recortes (desechemos los eufemismos de "ajustes" o "contención del gasto público") una institución como la Diputación de Salamanca, decida iniciar una colección de poesía para poetas noveles es de agradecer.

Tal vez preocupe a los diputados el deterioro de la imagen pública que sufre la institución y quieran maquillar su imagen con buenos propósitos, muy propio en estas fechas. O quizá sea el fruto del trabajo, callado y constante, de un equipo, con Aníbal Lozano al frente, que confía en la poesía y en los poetas y que llevan trabajando muchos años en el Servicio de Publicaciones sin salir en la foto.
Ya sabe Aníbal que conmigo puede contar para lo que quiera, y mucho más a título personal. Confío en él y en su criterio y le agradezco su apoyo y su voluntad de querer publicar un libro mío antes en los próximos años. De momento pensaré en la propuesta. Nada me haría más ilusión que mi nombre compartiera estantería con Luis Javier Moreno, Aníbal Núñez, Tomás Sánchez Santiago, Mari Ángeles Pérez López y muchos otros poetas que forman parte de una espléndida colección de poesía y en la que tuve el placer de aportar mi trabajo en la antología de Remigio González "ADARES" titulada La segunda voz.
A esta colección se suma ahora el libro número 53, Materia y sombra, la poesía completa de Julio Vélez. Un libro que nos devuelve la memoria y la obra de un poeta que trabajó por la poesía en la Universidad y al que le debo mucho. La exposición que organizó sobre César Vallejo en el año 92, y de la que guardo aún el folleto explicativo, coincidió con mis primeros pasos, ya firmes, en el territorio de la poesía.

La colección "Versos sueltos" se inaugura con el libro Todo me sabe a ginebra de Alfredo Pérez, que coincide en nombre y apellido con otro Alfredo Pérez, también poeta, al que tengo mucho que agradecerle en mis inicios, Alencart.
Conozco a Alfredo desde hace años. Coincidimos en el antiguo CAP (Curso de Adaptación Pedagógica), hoy convertido en máster, y ambos hemos trazado nuestra andadura por la senda de la educación. 
Lo que hoy es un libro eran entonces pliegos sueltos unidos bajo un título. Alfredo me confío una copia y yo la leí con agrado. Anoté algunos comentarios junto a algunos poemas y subrayé versos que me gustaban o que precisaban de un ajuste métrico. El tiempo pasó. Después de algunas correrías juntos y de compartir sidra y canciones con su tío Pipo Prendes en Candás (Asturias) o escenario en EL SAVOR, nuestros caminos se separaron. Ambos, sin embargo, sabíamos que esa distancia no era real, tan solo nos separaba un número de teléfono o una dirección de correo electrónico.
Al principio del verano pasado Alfredo me llamó para decirme que iba a publicar su libro la Diputación de Salamanca. Yo me alegré y le ofrecí mi ayuda. Desde ese instante comenzamos a beber, sorbo a sorbo, cada poema y a dar forma al libro.
Hoy toca disfrutar de la resaca -valga la paradoja- que nos trae la mezcla de ginebra y versos y de hacer volar el libro entre todos.
Gracias, Alfredo, por confiar en mí, por ofrecerme el prólogo y por contar conmigo en la presentación. Ojalá que este libro, y mucho otros proyectos, te lleven muy lejos y que podamos brindar una y otra vez por la poesía.



Una extraña industria

En esta extraña industria que es la poesía, como afirmara Valery, Alfredo Pérez nos entrega con emoción su producto recién manufacturado: un libro hecho de sí mismo, con cada uno de los sentimientos y palabras que han salpicado su vida en los últimos años. Un libro sin colorantes, sin conservantes y sin estabilizadores autorizados que dejará en el lector un extraño vértigo muy similar al de una resaca de domingo.

“Todo me sabe a ginebra” es un menú bajo en calorías para compartir en calma, como se comparten la decepción o el éxito o el pan tostado nuestro de cada día. Un libro para mirarnos en él, como en un espejo, y tratar de entender un poco más al “antropoide, anónimo y social” que nos habita y que Alejandro Romualdo retrató en un poema.

Alfredo nos muestra en su primer poema la brújula de su creación. Allí, en medio del realismo sucio y la cotidianeidad, enmarca su visión del mundo, allí se deja contaminar por la dulce radiación de la poesía y allí, con las manos abiertas, nos descubre sus cartas. Raymond Carver, Karmelo Iribarren, Roger Wolfe, Ángel González y Bukowski, entre otros, son algunos de sus referentes. Y Alfredo se acerca una y otra vez a ellos como quien va a llenar el cántaro a la fuente. Pero también ocupan su atención los muchos músicos que interpretan la banda sonora de su día a día: Joaquín Sabina, Andrés Calamaro, Luis Ramiro, Quique González o Leiva, por citar a los más significativos.

Pero en realidad el libro comienza en lunes, como la semana, y la búsqueda, el amor en todas sus formas y la felicidad son el paisaje donde el poeta pone sus primeras miradas con poemas breves y concisos, a modo de pedradas, que dan voz a sus pensamientos y sentimientos:

A veces
me gustaría buscar entre lo que era
un poquito de lo que soy
para saber si estoy soñando
o estoy enamorado.

Como buen forense, examina una a una sus vísceras y las disecciona con palabras: desde el hígado hasta al corazón y del corazón al folio.

Por el libro transitan las esperanzas y desesperanzas con que está hecho este oleaje continuo que es la vida. Prueba de ello son muchos de los poemas que nos mecen en un amor en calma o que sacuden nuestros sentidos en plena tempestad.
Esa tensión se advierte en el modo en que el poeta administra la rima y el verso libre, incluso en la extensión del texto. Hay poemas en los que no se sujeta a ningún cliché métrico, son textos mucho más vivenciales, marcados por el discurso de las emociones. Otros, mucho más breves, llevan una carga racional más grande: juegan con el lenguaje, más allá de los sentimientos, o se adentran en un discurso filosófico de andar por casa.

Alfredo es un hombre de música y sabe que la rima le obliga a entrar en el poema y a dejarse llevar como quien se arroja a un río de montaña. Son textos que nacen a la sombra de la sabina, o de Sabina, en terrenos menos profundos y pedregosos y con un carácter mucho más lúdico. El juego, el reto y la provocación también forman parte de las distintas maneras en que el poeta afronta su trabajo.

Día a día explora en lo cotidiano y, poema a poema, nos hace partícipes de su búsqueda  y de su mirada necesitadas de sorpresas.
Es así como se ajusta sus gafas de ver y nos señala uno de sus deseos: “descubrir el secreto que guarda esta tormenta”. Afirmar esto es como tratar de averiguar la materia de que están hechas la poesía, la vida y el amor. Alfredo lo sabe y quiere participar de esa búsqueda, tal y como sugiere Juan Antonio González Iglesias en su poema “Arte poética”: “Si no quieres quedarte a mirar la tormenta, yo la miro por ti”. Ese afán por descubrir de que están hechas las cosas es lo que da sentido a su poesía.

Porque todo puede ser poético, tal y como cree D. Wellershoff, desde “una voz incomprensible en el cuarto de al lado” hasta “el ruido de un motor, la gota de agua de un grifo...” y Alfredo, consciente de ello, se empeña en nombrar el mundo, su mundo, con palabras de ida y vuelta.

El propio Alfredo deja claros sus propósitos con relación al libro: “soy partidario de bajar la poesía a ras del suelo. Se acabaron la luna, el sol y las estrellas, vamos a hablar de las ventanas, las farolas y los recibos de la luz. Vamos a hablar también de desamor”. Y en ese tránsito por la cuerda floja, en busca de su propia voz y destino, se acerca a Celaya, quien nos sugería poner la mirada y las palabras junto a nuestra respiración: “Cantemos como quien respira. Hablemos de lo que cada día nos ocupa. No hagamos poesía como quien se va al quinto cielo o como quien posa para la posteridad. La poesía no es no puede ser intemporal o, como suele decirse un poco alegremente, eterna. Hay que apostar al “ahora o nunca”.

Alfredo apuesta por el presente y no se va “al quinto cielo” porque es, en esencia, un poeta terrestre, apegado a la realidad de lo cotidiano. Un hombre, como todos los poetas, obsesionado con el tiempo, que extrae de la vida sus propiedades y sus principios activos. Pero todo, incluso el tiempo, está imantando de amor y desamor, con sus secretos y tormentas.

 “A veces pretendo hacer vivir al lector experiencias comunes como escalofríos y recuerdos en tiempo presente” señala Alfredo. Y así es. El poeta, acostumbrado a mirar por la cerradura de los días, nos hace partícipes de su vida que es un río que va a dar, casi siempre, al amor

Absorto en la más inquietante soledad del frío
recorro las señales,
los nombres de las calles,
el pulso que una mujer le echa
-cargada con bolsas del supermercado-
al viento.

Vigilo las luces de los apartamentos,
las esquinas,
las copas de los árboles
peinadas por el escalofrío
del calendario.

Camino por las huellas de un gato
que parece solo,
feliz,
ajeno a mi mirada furtiva,
dibujando mariposas en la nieve.
Entonces,
ilusionado,
las sigo…

y
llego
a
ti.

La vida está en el anverso y el reverso de la poética de Alfredo. Y la poesía le ayuda a encauzar, cada emoción, cada latido, cada herida

El tiempo va encauzando
el río de la vida.

Algunos se desbordan
otros desembocan en el mar...

Alejandro Cuevas lo dice de otro modo, con permiso de Jorge Manrique: "Nuestras vidas son los ríos de letras que, tras mucho meandro y mucho circunloquio, van a dar a una esquela necrológica"

El río, en su curso diario, lima las aristas de las piedras, horada la tierra, se remansa, se precipita con fuerza con la complicidad de la lluvia o el calor y discurre -en ocasiones- bajo tierra. El poeta con oficio tacha, busca, pule una y otra vez las palabras y aparece y desaparece para remontar con belleza y eficacia el rumbo de su pensamiento o de su corazón. Ambos, río y poeta, profundizan en la búsqueda del sentido de su curso y de su vida y dejan a su paso cantos rodados.

De nuevo Alfredo se sincera: “He intentado hacer una selección de los poemas más "míos" o con los que yo me siento más cómodo, con un nexo común entre ellos..., que responden a la experiencia vital. He sentido la necesidad de escribir, de escribir mucho, para sacar todos los pensamientos que a veces me abruman. Es una necesidad de compartir”. Y en esa necesidad de entregarse está la posibilidad de reescribirse, de renacer, de remontar la rutina diaria y redimirse:

Escapar del ostracismo
y del ocaso
del pasado que gobierna,
de tu espina.

Despedir al corazón
malherido
y revolver en el baúl.

Ilusionarte

Empastarte de pasiones
malgastar el sueño
rubricar
la última apuesta
y testificar
contra el hastío.

Rebañar el día
morder la noche y
saciar el hambre
del amor
con purpurina y fresas.

Sembrar en el jardín
cada mañana
alunizar en las miradas
con descaro
sonreír a las farolas
respirar la prisa
seducir a la luna
con poesía.

Desnudarte por el día,
regalarte por la noche,
concebir el tiempo
como credo
rezar por lo prohibido,
deshacer,
sudar en el pecado,
despertar,
renacer.

Uno de los propósitos del autor es que el lector se mire en el azogue del poema, que reconozca las señales y las marcas que la vida, el amor y la muerte dejan en nuestra piel y en nuestro corazón y que identifique las suyas.

Aunque los temas se formulen una y otra vez, los códigos y las palabras cambian. La poesía es una experiencia íntima que nos ayuda a resolver las grandes cuestiones y las sencillas preguntas que nos hacemos a diario. Ese es también el proceder de Alfredo quien nos habla en sus poemas de la pérdida, del desamor, de los vacíos que llenan su vida y la de los demás. Es ahí donde el texto se vuelve reflexión, experiencia compartida, fonendoscopio que registra la intensidad y frecuencia de nuestros latidos. El desamor, la ausencia, el recuerdo, la muerte son una fuente de inspiración constante que cada escritor hace visible desde su compromiso personal con las palabras y con la realidad. Sin experiencias de vida y de muerte no existiría la poesía.

Alfredo nació en Candás (Asturias) en 1977. Es licenciado en Filología Española y profesor del Colegio “Delibes”. Muchos de sus poemas que no están entre estas páginas se reúnen bajo el título “Apendicitis crónica” y su oficio con las palabras le ha llevado a escribir letras para su tío y maestro, el músico Pipo Prendes quien –junto a su familia– le educó en el arte de escuchar, crear y escribir. En ellos se arropa y a ellos, y a sus amigos, les devuelve en forma de poema su cariño y reconocimiento.

Le gustan los metros clásicos y también la geometría pues en muchos textos juega a medir la distancia que  hay entre él y el poema, tal y como señala Andrés Trapiello: “la poesía es la distancia más corta (una línea recta) entre nuestras dudas y nuestras incertidumbres”. Y también le gusta, como él mismo afirma, “estar callado escuchando, viendo, oliendo, tocando y sintiendo la vida y el amor”.

La enfermedad de Alfredo es el amor y para ello sólo hay dos tratamientos posibles: las palabras, con las que da forma a todo cuanto el amor le enseña, y el gin tonic, el mismo tratamiento que probó Karmelo Iribarren en el poema “Desde que tú te fuiste”:  “Los días / se parecen / unos a otros / como dos gotas / de ginebra / de garrafa”. Pero también los poemas, como el gin tonic, dejan resaca.

Hay en este libro un regusto a cebada, y a bayas de enebro y a cardamomo y otras hierbas aromáticas así que no está exento de peligros. Alfredo lo ha escrito para que nos emborrachemos con él y de él, por eso ha puesto toda su carne en el asador:

Hoy es uno de esos sábados
en que pondría toda mi carne en el asador
 y después me comería crudo

A estas alturas del prólogo ya todo nos sabe a ginebra.

Raúl Vacas
En Rodasviejas, 6 de septiembre de 2012


Algunas noticias sobre la presentación del libro:

1.4.12

Abecé diario

Ya está en la calle un nuevo libro de poesía, Abecé diario, un proyecto que firmo junto a la ilustradora Elena Queralt, y está dedicado a los más pequeños.

Abecé diario es un inventario de letras y palabras, ordenadas alfabéticamente, que contienen en su interior un puñado de historias: los hechizos del amor, qué hace los domingos la mujer del presidente, lo breve que fue la vida de Fugaz, qué ocurrió con Don Gato tras resucitar con el olor de las sardinas, cómo se enamoraron el Conde Helado y Doña Comtessa, cómo fue la travesía que hizo una mamá en un barco de vapor, qué isla aparece y desaparece ante el único ojo de un temible pirata o cómo es la Prima Vera, entre otras.




Título Abecé diario / Autor Raúl Vacas / Ilustrador Elena Queralt / ADR, 67 / 64 páginas


Comentario
Abecé diario propone jugar con las letras y con las palabras, pero también encender o avivar el interés y el gusto por la poesía. Para ello es importante perderle el miedo y convertirla en un instrumento de aprendizaje y en un método de descubrimiento de las cosas.

Temas
Cada poema propone un tema distinto: la vida de algunos animales (urraca, mosca, vaca, pato), el ámbito familiar del niño (padre, madre, prima), su universo interior (sueños, canciones, recuerdos, cuentos populares) o la relación del niño con el lenguaje (un texto elaborado con palabras que empiezan con la misma letra, juegos con esdrújulas, poemas en los que se altera el orden de los versos o en los que se intercalan unas palabras en otras, un poema incompleto...).

Reflexiones
El libro está concebido para el trabajo en el aula. El profesor se encargará de explorar su interior, de revelar algunos trucos ocultos, de comentar con sus alumnos las sensaciones que le ofrece cada texto y de invitar a los niños y niñas a que jueguen a imitar determinadas estructuras.
Uno de los objetivos del libro es poner en relieve la importancia del juego con las palabras, pero también propiciar la lectura en voz alta y hacer hincapié en la musicalidad del lenguaje.

Extracto de la Guía de Lectura de Abecé diario.



Algunos botones de muestra:

D, de domingo

Del presi la mujer dente
camina campa hacia el nario.
con su perma nueva nente
un día aniver de sario

Con torpe tacones mente
y cantando abecé el dario
camina dili muy gente
en vecin medio del dario.

Al barren pasar un dero
a la presu mujer mida
le peri silba en un quete,

y con alta gesto un nero
por alu y dándose dida
se colo retoca el rete.


H, de helado

Caminaba el Conde Helado
por la terraza del bar
envuelto en capa de plata
por no se descongelar.

Iba el conde de etiqueta,
la apariencia ha de guardar,
en esto una melodía
de pronto se oye sonar.

El Conde quedase helado
de esa voz al escuchar,
¿quién será la que así canta
con voz de frío polar?

Y derretido en amores,
cuando adentro quiso entrar,
con una tarta Comtessa
el Conde fue a tropezar.

Un camarero envidioso.
pronto los fue a separar,
el Conde sirvió de postre
a una niña del lugar

y la tarta de Comtessa
al punto fue a completar
el menú de una familia
de muy noble paladar.

La niña el helado esconde
para bien lo rebañar.
De la Comtessa en el plato
ni el rastro se pudo hallar.

Dicen que han visto de noche
a la niña del lugar
con el hijo de los nobles
tiritando frente al mar.


M, de mamá

Mi mamá se fue a la mar
en un barco de vapor,
con tinta de calamar
me escribe cartas de amor.

Mi mamá se fue al amor
en un barco calamar
y con tinta de vapor
me escribe cartas de mar.

Mi mamá se fue al vapor,
en un barco de la mar
con la tinta del amor
me escribe en un calamar.

10.2.12

La verdad

Nunca como ahora la verdad fue tan maleable y estuvo tan devaluada. La verdad del que jura con solemnidad ante el juez. La verdad del periodista que cree en la cláusula de conciencia. La verdad dialéctica del parlamentario. La verdad de los jueces. La verdad que nos ha de hacer libres, como profetizaba San Juan.


Una y otra vez se invoca a la verdad desde la duda y la mentira sin importar su verdadero valor o su constitución, únicamente sus consecuencias. Una y otra vez las medias verdades, o las mentiras, se enarbolan con fines políticos o partidistas. Una y otra vez dudamos si la verdad ya es únicamente patrimonio de niños y borrachos. Se cree y se confía en la verdad como castigo (verdades como puños que golpean) o como prueba testifical, pero nunca como valor añadido.

La verdad está en boca de todos pero no en el ánimo, el corazón o la mente. El desuso o la mala utilización que hacemos de ella ha conseguido destruir su inmutabilidad.

Dice el refranero que “la verdad más firme, surge de una mentira solidamente repetida” ¿Es esta verdad la que nos hará libres? ¿Es ésta la verdad que esclarece? ¿Qué uso hacemos, individual o colectivamente, de la verdad?

Ahora se impone el rumor, la ambigüedad, la falacia, la confusión. Y a medida que avanzan las discusiones ―señala de nuevo el refranero― retrocede la verdad.

Todos, de un modo u otro, hemos faltado en alguna ocasión a la verdad para obtener un pequeño favor o un beneficio, para defendernos de la opinión mayoritaria o para salir indemnes o con éxito de una situación difícil. Mentimos, si es necesario, para encubrir o defender a un amigo, o incluso para regalarle los oídos: “Si dices las verdades, pierdes las amistades”, insiste de nuevo el refranero. Pero ahora el uso es indiscriminado. Ahora cualquiera puede arrogarse con aquello de “Yo soy la verdad”.

Y hay quien se acostumbra a la mentira y la prefiere, aunque piadosa, a una verdad.

“Yo le quería decir la verdad por amarga que fuera... pero ella prefería escuchar mentiras piadosas”, canta Sabina.

Nunca la verdad estuvo tan devaluada. La verdad de los políticos y de los curas. La verdad de los editoriales. La verdad de Sálvame. La verdad de la máquina de la verdad. La verdad de los jueces. Y hasta la verdad de Perogrullo.

A decir verdad ya pocos creen en la verdad. Y aún menos en la justicia.

28.1.12

Con la venia

(Alegato en favor del sentido común ante una sociedad contaminada por la política, la publicidad, y la televisión basura).

Nos están engañando. Somos víctimas de los crupieres políticos, del imperio de la publicidad, del gran circo mundial que es la televisión. Día a día tratan de anestesiarnos con mil y un argumentos envenenados, de hacernos creer en todo cuánto nos inyectan vía oral, de anular nuestros sensores de la realidad e imantar los sentidos. Y apenas nos damos cuenta. O si sentimos en la piel el aguijón no le damos la mayor importancia.
Es un trabajo lento, minutado, de auténtico desgaste, que acaba por libarnos la conciencia y el sentido crítico. Que nos invita a la mediocridad y al conformismo. Que nos tatúa la desconfianza en la mirada. Que nos priva de los mejores sentimientos y valores. Que expone nuestras vísceras para el disfrute del ave carroñera.
Y una y otra vez caemos en la trampa y el engaño con distinto cebo. Y de nuevo somos espectadores de lujo de un espectáculo televisado a diario. Y es posible que no sepamos nada del vecino de al lado; ni de la viuda del segundo y de su hijo parapléjico; de nuestro primo el de San Sebastián que ya no cree en la autodeterminación; de nuestro abuelo el que murió en la guerra en sabe Dios qué bando. Y es posible que creamos ciegamente en lo que airean los periódicos, sin admitir otra versión. Que adoptemos otras voces como nuestras, sin márgenes para la crítica y el juicio propio. Que al final caigamos en la escombrera de la desesperanza y pensemos que todo, o casi todo, está manipulado y aliñado con intereses, hasta la cultura.
Claro que nos engañan. Nos venden el sueño del camino y el dinero fácil. Nos seducen con la más fina lencería publicitaria. Privatizan nuestras vidas. Nos invitan a tomar parte de la nueva era, o el nuevo erial. Nos enseñan que el amor es similar a la excursión de fin de curso. Inoculan la mentira en sus palabras. Compran nuestra atención y nuestros votos con pirotecnia barata. Dinamitan la moral del más débil. Y nos hacen cómplices de sus equívocos y miserias.
Y frente a esta operación de contrabando ético y estético apenas bostezamos. Nada viene a tambalear nuestra individualidad. Nadie nos da una honda para luchar contra el gigante. Nadie nos moviliza contra el miedo. Nadie nos hace creer en la verdad, la sinceridad y la humildad como única ideología posible.
Que buena falta nos hace, para cambiar las cosas, un buen supositorio de utopía.