Luces y sombras
Heptálogo poético
Hay poetas brillantes que iluminan con su ejemplo y sus palabras, que comparten destellos y auroras, que crean, que transforman. Poetas lúcidos, luminosos, deslumbrantes.
Y hay poetas oscuros, umbríos, lóbregos que tejen su sombra en los últimos días del invierno, que se esconden en bares y guaridas, que convierten en mitos las cavernas.
Pero también hay poetas que hablan, indistintamente, de la luz y de la sombra con absoluta claridad y sin oscuras pretensiones.
Todo poeta, al igual que el fotógrafo o el pintor, debe manejar la luz, domesticarla, acercarla al poema para vislumbrar sus palabras. Debe conocer los secretos de las luciérnagas, las fases de la luna, las clases de relámpagos, las especies abisales, las estrellas fugaces. Pero también debe conocer el lado oscuro del corazón, el interior de los sueños más profundos, la noche, las pasiones, nuestras sombras y asombros, los seres que inventaron nuestros miedos.
En todas las radiografías de todos los hombres y mujeres hay un poeta arrinconado, un esqueleto sensible e imaginativo al que la carne pone límite. Sólo el deseo, el trabajo, la paciencia y la mirada profunda distinguen al verdadero poeta.
Este heptálogo, y los textos que le acompañan nos ayudarán a entender las luces y las sombras de la poesía:
1. El poeta mira con los ojos cerrados y sueña con los ojos abiertos. Quienes mejor describen las cosas son los ciegos. Ellos entienden de metáforas, símiles y comparaciones porque describen con todos los sentidos.
Vi a una ciega que recorría con la punta del bastón el perímetro de un contendor de basuras.
No contaba con la presencia de ese obstáculo y se obstinaba en reconocerlo. Me pareció que estaba metida en un laberinto y la tomé del brazo para conducirla a la acera. El olor a pólvora era muy intenso y caminábamos sobre inmundicias de todos los tamaños. Escuché una sucesión de estallidos que procedían de una o dos calles más abajo. Un niño lloraba en algún sitio. Había anochecido y la niebla era espesa como un puré.
La invidente me explicó que había salido de la acera para no tropezar con el andamio. Miré a mi alrededor y no vi ningún andamio. Se lo dije, pero no me creyó. Sorteamos un coche volcado y tres papeleras esparcidas por el suelo antes de alcanzar la acera. ¿Dónde está el andamio?, insistió la mujer. Un estallido, acompañado de una ráfaga de luz, iluminó la calle. Repetí que no había ningún andamio a la vista. Tiene que estar por aquí, dijo ella. Empecé a tener miedo, pero no me atrevía a abandonarla. Se oyeron unos gritos ahogados por un estruendo ensordecedor. Una botella de cristal se hizo añicos a tres metros de nuestros pies. Pisé una rata.
La ciega me pidió que la siguiera acompañando. Todo empezaba a ser muy misterioso. yo sólo quería estar en mi cama, cubriéndome la cabeza con la almohada, que es la manera más desconsolada de llorar que conozco. Atravesamos tres calles y encontré un andamio. Se lo dije e hice ademán de marcharme. pero ella me tomó del brazo y comenzó a conducirme como si el invidente fuera yo. Entonces cerré los ojos y me dejé llevar. Los ruidos, los gritos y las porquerías del suelo adquirieron otra dimensión. Ignoraba si estábamos en Beirut, en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania o en la noche de fin de año madrileña. Y así estoy desde entonces, con los ojos cerrados para no ver nada.
“Final”, Articuento de Juan José Millás
2. El poeta busca el equilibrio, como buen funambulista, entre el abismo de la realidad y la altura de la ficción. Escribe sobre la luz y escribe sobre la sombra aunque en ocasiones la realidad y sus espejos las confundan.
Asusta que la flor se pase pronto.
Asusta querer mucho y que te quieran.
Asusta ver a un niño cara de hombre,
asusta que la noche…
que se tiemble por nada,
que se ría por nada asusta mucho.
Asusta que la paz por los jardines
asome sus orejas de colores,
asusta porque es mayo y es buen tiempo,
asusta por si pasas sobre todo,
asusta lo completo, lo posible,
la demasiada luz, la cobardía,
la gente que se casa, la tormenta.
los aires que se forman y la lluvia.
Los ruidos que en la noche nadie hace
–la silla vacía siempre cruje–,
asusta la maldad y la alegría,
el dolor, la serpiente, el mar, el libro,
asusta ser feliz, asusta el fuego,
sobrecoge la paz, se teme algo,
asusta todo trigo, todo pobre,
lo mejor no sentarse en una silla.
Gloria Fuertes. Poemas del suburbio
Aprovechó su amor y la entrega para, hábilmente, apoderarse de su sombra. Con besos y caricias, con historias fantásticas en las que las islas serían testigos de su vida en común, fue despegando la sombra de su cuerpo; y ella -absorta y seducida- no notaba nada. Sólo cuando el amante huyó con la sombra, los gritos se mezclaron con las lágrimas.
“El amante de las sombras”, de Rafael Pérez Estrada
3. El poeta no descansa. Trabaja con la mirada día y noche. Escribe sobre la sombra y a la sombra. Escribe bajo la luz natural o la del flexo y da a la luz sus creaciones. Verbos como cosechar, abonar, fertilizar, sembrar, plantar, regar, remover, cavar y profundizar, propios del campo, pueden emplearse también para definir la labor poética.
Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses; esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe.
Cuando la muerte acabe, la raíz de esta palabra y la hoja de esta palabra arderán en un bosque que otro fuego consume.
Lo que fue amado como cuerpo, lo escrito en la docilidad del árbol único, será consolación en un paisaje lejano.
Como la inmóvil mirada del pájaro ante la ballesta, así la palabra y la sombra de esta palabra aguardan su permanencia más allá de la revelación de la muerte.
Sólo el aire, únicamente lo que del aire al aire mismo transmitimos como testamento de lo nombrado, permanecerá de nosotros.
La luz, la materia de esta palabra y el ruido de la sombra de esta palabra.
Juan Carlos Mestre
4. El poeta arroja luciérnagas sobre las dudas. Debe hacerse mil y una preguntas y buscar en sus versos, o en los ajenos, las respuestas.
Pablo Neruda escribió El libro de las preguntas. Bernardo Atxaga le hizo “37 preguntas a su único contacto al otro lado de la frontera”. Benjamín Prado escribió un poema con el título de “Acertijo” que exige, del lector, las respuestas.
¿Qué poeta
comparó al humo con el Laocoonte?
¿Qué poeta escribió:
basta que alguien me piense, para ser un recuerdo?
¿Quién afirma que la última gota es siempre una lágrima?
Era una noche oscura.
Y volví a preguntarlo:
¿Quién escribió:
quiero morir de día, cuando aman los leones?
¿Quién escribió:
todo lo que no ha sido contado, es infinito?
¿Quién afirma
que el canto de los gallos sólo existe en los sueños?
Era una noche oscura
y nadie respondía.
¿Qué poeta
comparaba al diamante con el vuelo de un pájaro?
¿Quién oía la lluvia
caer como las gotas de una espada?
¿Quién escribió:
este vaso que yo bebo,
quedará eternamente vacío para ti?
Y quién llamó a las rosas música aprisionada.
Y quién dijo: -La mano que valía
para el amor,
también servirá para el odio.
Y quién dijo que sólo nuestras obras más puras
deberían unirse al séquito del pasado.
Aquel que me responda;
aquel que sepa
quién me robó cada uno de esos versos:
aquel será mi hermano.
Benjamín Prado. Iceberg
Y Gonzalo Rojas, una y otra vez, se preguntó qué se ama cuando se ama.
Hay poetas brillantes que iluminan con su ejemplo y sus palabras, que comparten destellos y auroras, que crean, que transforman. Poetas lúcidos, luminosos, deslumbrantes.
Y hay poetas oscuros, umbríos, lóbregos que tejen su sombra en los últimos días del invierno, que se esconden en bares y guaridas, que convierten en mitos las cavernas.
Pero también hay poetas que hablan, indistintamente, de la luz y de la sombra con absoluta claridad y sin oscuras pretensiones.
Todo poeta, al igual que el fotógrafo o el pintor, debe manejar la luz, domesticarla, acercarla al poema para vislumbrar sus palabras. Debe conocer los secretos de las luciérnagas, las fases de la luna, las clases de relámpagos, las especies abisales, las estrellas fugaces. Pero también debe conocer el lado oscuro del corazón, el interior de los sueños más profundos, la noche, las pasiones, nuestras sombras y asombros, los seres que inventaron nuestros miedos.
En todas las radiografías de todos los hombres y mujeres hay un poeta arrinconado, un esqueleto sensible e imaginativo al que la carne pone límite. Sólo el deseo, el trabajo, la paciencia y la mirada profunda distinguen al verdadero poeta.
Este heptálogo, y los textos que le acompañan nos ayudarán a entender las luces y las sombras de la poesía:
1. El poeta mira con los ojos cerrados y sueña con los ojos abiertos. Quienes mejor describen las cosas son los ciegos. Ellos entienden de metáforas, símiles y comparaciones porque describen con todos los sentidos.
Vi a una ciega que recorría con la punta del bastón el perímetro de un contendor de basuras.
No contaba con la presencia de ese obstáculo y se obstinaba en reconocerlo. Me pareció que estaba metida en un laberinto y la tomé del brazo para conducirla a la acera. El olor a pólvora era muy intenso y caminábamos sobre inmundicias de todos los tamaños. Escuché una sucesión de estallidos que procedían de una o dos calles más abajo. Un niño lloraba en algún sitio. Había anochecido y la niebla era espesa como un puré.
La invidente me explicó que había salido de la acera para no tropezar con el andamio. Miré a mi alrededor y no vi ningún andamio. Se lo dije, pero no me creyó. Sorteamos un coche volcado y tres papeleras esparcidas por el suelo antes de alcanzar la acera. ¿Dónde está el andamio?, insistió la mujer. Un estallido, acompañado de una ráfaga de luz, iluminó la calle. Repetí que no había ningún andamio a la vista. Tiene que estar por aquí, dijo ella. Empecé a tener miedo, pero no me atrevía a abandonarla. Se oyeron unos gritos ahogados por un estruendo ensordecedor. Una botella de cristal se hizo añicos a tres metros de nuestros pies. Pisé una rata.
La ciega me pidió que la siguiera acompañando. Todo empezaba a ser muy misterioso. yo sólo quería estar en mi cama, cubriéndome la cabeza con la almohada, que es la manera más desconsolada de llorar que conozco. Atravesamos tres calles y encontré un andamio. Se lo dije e hice ademán de marcharme. pero ella me tomó del brazo y comenzó a conducirme como si el invidente fuera yo. Entonces cerré los ojos y me dejé llevar. Los ruidos, los gritos y las porquerías del suelo adquirieron otra dimensión. Ignoraba si estábamos en Beirut, en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania o en la noche de fin de año madrileña. Y así estoy desde entonces, con los ojos cerrados para no ver nada.
“Final”, Articuento de Juan José Millás
2. El poeta busca el equilibrio, como buen funambulista, entre el abismo de la realidad y la altura de la ficción. Escribe sobre la luz y escribe sobre la sombra aunque en ocasiones la realidad y sus espejos las confundan.
Asusta que la flor se pase pronto.
Asusta querer mucho y que te quieran.
Asusta ver a un niño cara de hombre,
asusta que la noche…
que se tiemble por nada,
que se ría por nada asusta mucho.
Asusta que la paz por los jardines
asome sus orejas de colores,
asusta porque es mayo y es buen tiempo,
asusta por si pasas sobre todo,
asusta lo completo, lo posible,
la demasiada luz, la cobardía,
la gente que se casa, la tormenta.
los aires que se forman y la lluvia.
Los ruidos que en la noche nadie hace
–la silla vacía siempre cruje–,
asusta la maldad y la alegría,
el dolor, la serpiente, el mar, el libro,
asusta ser feliz, asusta el fuego,
sobrecoge la paz, se teme algo,
asusta todo trigo, todo pobre,
lo mejor no sentarse en una silla.
Gloria Fuertes. Poemas del suburbio
Aprovechó su amor y la entrega para, hábilmente, apoderarse de su sombra. Con besos y caricias, con historias fantásticas en las que las islas serían testigos de su vida en común, fue despegando la sombra de su cuerpo; y ella -absorta y seducida- no notaba nada. Sólo cuando el amante huyó con la sombra, los gritos se mezclaron con las lágrimas.
“El amante de las sombras”, de Rafael Pérez Estrada
3. El poeta no descansa. Trabaja con la mirada día y noche. Escribe sobre la sombra y a la sombra. Escribe bajo la luz natural o la del flexo y da a la luz sus creaciones. Verbos como cosechar, abonar, fertilizar, sembrar, plantar, regar, remover, cavar y profundizar, propios del campo, pueden emplearse también para definir la labor poética.
Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses; esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe.
Cuando la muerte acabe, la raíz de esta palabra y la hoja de esta palabra arderán en un bosque que otro fuego consume.
Lo que fue amado como cuerpo, lo escrito en la docilidad del árbol único, será consolación en un paisaje lejano.
Como la inmóvil mirada del pájaro ante la ballesta, así la palabra y la sombra de esta palabra aguardan su permanencia más allá de la revelación de la muerte.
Sólo el aire, únicamente lo que del aire al aire mismo transmitimos como testamento de lo nombrado, permanecerá de nosotros.
La luz, la materia de esta palabra y el ruido de la sombra de esta palabra.
Juan Carlos Mestre
4. El poeta arroja luciérnagas sobre las dudas. Debe hacerse mil y una preguntas y buscar en sus versos, o en los ajenos, las respuestas.
Pablo Neruda escribió El libro de las preguntas. Bernardo Atxaga le hizo “37 preguntas a su único contacto al otro lado de la frontera”. Benjamín Prado escribió un poema con el título de “Acertijo” que exige, del lector, las respuestas.
¿Qué poeta
comparó al humo con el Laocoonte?
¿Qué poeta escribió:
basta que alguien me piense, para ser un recuerdo?
¿Quién afirma que la última gota es siempre una lágrima?
Era una noche oscura.
Y volví a preguntarlo:
¿Quién escribió:
quiero morir de día, cuando aman los leones?
¿Quién escribió:
todo lo que no ha sido contado, es infinito?
¿Quién afirma
que el canto de los gallos sólo existe en los sueños?
Era una noche oscura
y nadie respondía.
¿Qué poeta
comparaba al diamante con el vuelo de un pájaro?
¿Quién oía la lluvia
caer como las gotas de una espada?
¿Quién escribió:
este vaso que yo bebo,
quedará eternamente vacío para ti?
Y quién llamó a las rosas música aprisionada.
Y quién dijo: -La mano que valía
para el amor,
también servirá para el odio.
Y quién dijo que sólo nuestras obras más puras
deberían unirse al séquito del pasado.
Aquel que me responda;
aquel que sepa
quién me robó cada uno de esos versos:
aquel será mi hermano.
Benjamín Prado. Iceberg
Y Gonzalo Rojas, una y otra vez, se preguntó qué se ama cuando se ama.
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
“¿Qué se ama cuando se ama?, Gonzalo Rojas
5. El poeta es paciente. Aguarda a que los días maduren su cosecha. Pero no todos sabemos manejar el tiempo. No todos tenemos la suficiente serenidad para organizar nuestra prisa y nuestra espera.
Tal vez no pensemos en los agricultores que, año tras año, siembran las tierras para pasado un tiempo cosechar, o en quienes repueblan los bosques arrasados por las llamas con nuevos árboles, o en la generosidad del que planta un árbol centenario.
Escribir es un trabajo de reforestación permanente, una manera eficaz de dar forma a las semillas de nuestra imaginación. Pero para que el resultado sea satisfactorio, tenga sentido y sea verdaderamente natural, debemos ser pacientes.
Ni tu nombre ni el mío son gran cosa,
sólo unas cuantas letras, un dibujo
si los vemos escritos, un sonido
si alguien pronuncia juntas esas letras.
Por eso no comprendo muy bien lo que me pasa,
por qué tiemblo o me asombro,
por qué sonrío o me impaciento,
por qué hago tonterías o me pongo tan triste
si me salen al paso las letras de tu nombre.
Ni siquiera es preciso que te nombren a ti,
siempre nombran la luz del mediodía,
la fruta, el paraíso
antes de la expulsión.
Amalia Bautista, Luz del mediodía
6. Cada poeta esconde un propósito en su poesía. “No importa cómo es un poema / sino en quién te convierte” dice Benjamín Prado, “Preguntarme qué pienso de la poesía es preguntarme dónde / y cuándo un poema me salvó y de qué” afirma Marjiatta Gottopo. “Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser”. suscribe Vicente Huidobro. “Más de una vez he pensado que la poesía es algo que se excava mientras que la prosa es algo que se amontona, aunque esto no evite que haya prosa profunda y poesía del montón...” piensa en voz alta Javier Rodríguez Marcos, “Ser poeta no es una ambición mía: es mi manera de estar solo” confiesa Fernando Pessoa, “La poesía es un proyecto más que una definición, un iceberg del que ignoramos volumen y desplazamiento”, concluye Antonio Piedra.
La aparición del pájaro que vuela
y vuelve y que se posa
sobre tu pecho y te reduce a grano,
a grumo, a gota cereal, el pájaro
que vuela dentro
de ti, mientras te vas haciendo
de sola transparencia,
de sola luz,
de tu sola materia, cuerpo
bebido por el pájaro.
José Ángel Valente. El Fulgor
7. El poeta cree en la utopía y en la fuerza transformadora de los libros. Dijo Gonzalo Moure en una ocasión: “En esos ratos en los que creeréis que no es posible hacer nada, que no hay manera de avanzar, que no es posible ni siquiera encender la luz de uno solo de vuestros alumnos, de vuestros vecinos, de vuestros compañeros, todavía os queda una luz por encender: encender la luz de vuestra lámpara y leer un libro”.
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar
Eduardo Galeano
Es una suerte para todas/os las que te escuchamos en el bosque, que hayas escrito el heptálogo en el blog. También para las/os que no fueron allí, ni pudieron oirtelo bajo los hermosos árboles.
ResponderEliminarRealmente, cada día me sorprendes más... Es también una gran suerte para mi haberte llevado al bosque. Nos has dado mucho más de lo que esperábamos. Gracias Raúl
Grande, Raúl.
ResponderEliminarSí, sabía lo de Juan Miguel González... tienes que presentármelo, por Dios... je,je!!
Un abrazo
Me sumo al agradecimiento de Isabel: Ha sido un regalo encontrarte por el bosque. Ojalá cada año acudas a la cita y nos sigas encantando.
ResponderEliminarMientras llega junio...recuerda que te esperamos en La Adrada
Hola amigo, gracias por citarme, pero me llamo Marjiatta Gottopo, lo digo porque a veces me van a desaparecer de lo que me alteran el nombre.
ResponderEliminarUn beso neurótico.
Hola Marjiatta: gracias por tu comentario. Ahora mismo rectifico tu nombre. Creo que el error se debe a mi afición a poner los puntos sobre las íes.
ResponderEliminarMe gustaría contactar contigo.
Un beso aséptico.
Me sumo al agradecimiento de Isabel. Fue muy agradable escucharte en el bosque de Arenas. Y es un lujazo poder leer tu heptálogo aquí.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por colarme entre esos nombres tan sagrados...
ResponderEliminarPor cierto, si quieres contactar conmigo (lo acabo de leer) pues ésta es mi dirección, un beso (Si, me gustan asépticos)
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