Ver al dorso
Trece maneras de mirar a un muerto
Ver al dorso es una plaquette inédita.
La muerte está dentro de uno, conoce nuestros huesos. Es una sombra con oficio, dulce, apasionada, que gusta de salir de vez en cuando por la boca para traernos el horror y la mentira y el sudor del invierno.
La noche, la verdadera noche del maldito, es un recuerdo de la muerte, un anticipo de la tierra y de sus ruidos que huele a porcelana y electrones.
Por eso, con la luna, cuando los gritos se acomodan en los cines del sueño los hombres se confunden y suicidan detrás de algún fracaso.
La muerte nos conoce uno por uno. Tiene un estilo personal e inconfundible que la hace tan terrible como hermosa. Cada poema, cada beso, cada orgasmo son revisados con minucia por la muerte. Y cuando surge alguna duda o un amor y el miedo nos aplasta, la muerte fuerza un poco más su rosca y nos morimos tres centímetros y pico.
Yo sé de una mujer de algún lugar a quien le hicieron la cesárea antes de tiempo y por allí se le salió la muerte. Poco después una enfermera del hospicio nos dijo que la vio, que huyó tres pisos más arriba hasta la planta de los locos para jugar con una niña rubia de dos años que se perdió en el mar.
Ayer hice el amor con una camarera en los pasillos de la morgue. Tenía la mirada descompuesta y huía de una sala precintada donde había un muerto. Después me confesó que estaba a punto de morir, que se ponía cloroformo en las mejillas para atrapar los labios de los hombres y que la muerte está vacía por dentro.
Quizá la solución para la muerte sea nuestro amor constante más allá de la vida y los espejos, reconocer el ruido de los gatos en las calles asfaltadas de los camposantos, perfumar los pistilos de la flores que oxidó la memoria.
No sé al final que contesté cuando el maestro nos propuso definir la muerte en una hoja de examen. Lo cierto es que hubo muchos estudiantes que anotaron crucigramas de revista, que despejaron fórmulas absurdas y que plagiaron versos de Panero.
Cuando me muera apuntaré paso por paso la maquinaria de la muerte. Redactaré con mil detalles las sustancias de su prisa y de su efecto. Les contaré, por fin, por qué es tan seria, por qué nos acomoda en el olvido y todo lo que ustedes me pregunten.
Después, cuando los timbres suenen, yo cruzaré el semáforo tranquilo, feliz como un borracho.
(Publicado en el semanario TRIBUNA Universitaria con el título “Spot sobre la muerte” el 18 de febrero de 2002)
Todos los poemas que contienen la palabra muerte
producen un profundo y placentero sueño
Hay un muerto en el fondo de mi cama. Un muerto
que me dice que es allí dónde a diario duerme.
Que siempre ha estado ahí, como la noche. Que al apagar
la luz se asoma al interior del hombre para darle
fecha y forma.
Que en la profundidad del sueño, que también es un mar,
hay miles de cadáveres despiertos.
Que en todos los colchones de todos los hombres
de todos los mundos hay signos evidentes de los muertos:
nubes enfermas y apretadas, crisálidas, suspiros.
Que están allí para arroparnos cuando llueve.
Que temen que algún día algún anciano insomne
prenda las sábanas donde vivió la muerte.
Que piden en silencio que no limpien
sus perfumes y sus nombres.
Que nos invitan a abrazar sus sombras.
Que un día le contaron a los ciegos
cómo hay que hacer para tocar sus rostros.
* * *
La mujer de la limpieza
La mujer de la limpieza dio órdenes precisas de que sacaran al muerto. Era tal su obsesión por la higiene que vació seis litros de lejía para fregar, con la destreza y con la asepsia de un dentista, los rastros de la muerte.
Después de repasar la habitación, de recoger las heces de la cama y enjabonar al muerto con perfumes, se retiró a pensar, pero tampoco en su cabeza había huella alguna de la vida.
Que rabia haber llegado a Salamanca en el momento en que El Tio Paco hizo su sutil despedida. Encantada de poder leerte ahora desde cualquier punto :)
ResponderEliminaroye, k bonitos los textos, me estoy kedando alucinada,en serio, un saludo y enhorabuena
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