Pasa al interior y ponte cómodo

3.8.19

Dejar huella quería

Dejar huella quería 
Presentación del libro “Prisma de huellas” Ángela Mancebo


Buenas tardes, y muchas gracias por acompañarnos en esta reunión de amigos cuyo propósito es celebrar la escritura de Ángela Mancebo, Angelina para los amigos, y dar aliento a este libro que hoy presentamos: Prisma de huellas.

Y para acompañarla en este momento vívido y vivido estamos hoy aquí, Fernando E. Gómez, amigo y vecino de Angelina, quien prologa su libro y un servidor.

Gracias a la Diputación de Salamanca por hacerse cargo de la edición y a la Casa de las Conchas por acogernos y cedernos este espacio y por apoyar una y otra vez la cultura local.

Permítanme un breve recordatorio de cómo conocí a Angelina. Fue hace unos veinte años, que como dice el tango “no son nada”. Entonces no peinaba canas sino que era un poeta alevín con ganas de aprender el oficio de las palabras. Coincidí con Angelina en el Ateneo de Salamanca, lugar que me concita muchos buenos recuerdos. Desde allí emprendimos juntos, y por separado, el camino, de manera sencilla, sin otra pretensión que la de ser y estar en la poesía. Con el tiempo volvimos a encontrarnos en esta casa, donde coordino un taller de escritura desde hace años. Y aquí estaba Angelina cada lunes, fiel a la cita con la poesía, siempre dispuesta a aprender y a compartir su memoria y sus versos. Gracias, querida amiga, por tanto.

Saben ustedes que las palabras, en ocasiones, se las lleva el aire, o el tiempo que es una forma de aire suave, una brisa imperceptible que acaba por hacer mella en el tuétano. Así que por eso he escrito unas líneas que he titulado “Dejar huella quería”, un verso de Jaime Gil de Biedma en el que nos dice que es pasada la juventud cuando descubrimos que la vida iba en serio.

Hay una cita que prende la llama de mis palabras. Se trata de un poema de Manuel Díaz Luis titulado “Las cosas” que recoge con precisión la labor del poeta y que le sienta muy bien al libro de Angelina:
Y porque estoy aquí de paso y sé
que quizá nunca vuelva,
quiero dejar los ojos en las cosas,
quedarme un poco en ellas,
y en ellas verme y ser
y darme, hacerme entrega.

Y aunque jamás regresen, los que pasen
que sientan mi latido y sepan
que hemos estado juntos, que hemos sido
camino para los que vengan.

 Allá van, ahora sí mis palabras:

 La memoria es un árbol de hoja caduca cuyas raíces se abren paso en el recuerdo, ese lugar y ese lagar donde volvemos una y otra vez para prensar nuestra nostalgia y hacer recuento del que fuimos. Hay en la memoria un filamento casi inadvertido que se enciende si pulsamos el interruptor del verbo recordar. De este modo vibran y resuenan los acordes que se ordenan y desordenan en la partitura que interpreta el corazón. Recordar es esto mismo: pasar por la cuerda más o menos tensa del latido las experiencias que marcaron nuestra vida o aquellas circunstancias que malograron la cosecha del vivir.
Somos huella. Y las huellas tejen con su fino contorno de hilo nuestra vida. Dice en uno de sus versos Chantal Maillard: “Siempre están los hilos, la maraña de hilos que la memoria ensambla por analogía. De no ser por esos hilos la existencia sería un cúmulo de fragmentos”. Huella y paisaje somos. Hitos que marcan la distancia recorrida, los pasos que dejamos atrás y que hicieron camino. Meandros que dibujan nuestras vidas y que van a dar a la mar, que es el morir. Somos camino. Pero de cuando en cuando es necesario detenerse y mirar a atrás, como Lot; desenredar el hilo, desandar lo andado, volver a las huellas de nuestras primeras pisadas, reencontrarnos con la sombra del que fuimos una vez, con el niño o con el joven que aún se esconde en nosotros, con la tierra en que arraigamos y crecimos.

Este es el propósito de Ángela Mancebo –Angelina para los amigos– en este libro: estimular los recuerdos, volver a la raíz, al origen, descubrir el paisaje exterior e interior de la infancia, desde el silencio de la encina y la meseta, ese otro paisaje íntimo que forma y conforma la mirada y el pulso.

Angelina tiende sus recuerdos al oreo, blancos como las sábanas o el folio blanco: “Mi verso es ropa tendida / en los prados bajo el cielo” dice en uno de sus poemas. Y esos versos me recuerdan a Claudio Rodríguez quién también puso a secar su alma en un poema. Dice así el poeta zamorano:

Me la están refregando, alguien la aclara. 
¡Yo que desde aquel día 
la eché a lo sucio para siempre, para 
ya no lavarla más, y me servía! 
¡Si hasta me está más justa! No la he puesto 
pero ahí la veis todos, ahí, tendida,
ropa tendida al sol. ¿Quién es? ¿Qué es esto? 
¿Qué lejía inmortal, y que perdida 
jabonadura vuelve, qué blancura?
 Como al atardecer el cerro es nuestra ropa 
desde la infancia, más y más oscura 
y ved la mía ahora. ¡Ved mi ropa, 
mi aposento de par en par! ¡Adentro 
con todo el aire y todo el cielo encima! 

 Angelina remueve las brasas del recuerdo con la badila del tiempo, tal y como hace el escritor Georges Perec en su libro “Me acuerdo”, una lista de 480 recuerdos que conforman un paisaje colectivo. A la luz del carburo la escritora alumbra su memoria y por ella transitan la casa de la infancia (“mi pulso está habitado / por el grito de sus huellas” dice Angelina) , su madre ("En la casa habitada / estabas presidiendo / el pan y los arrullos, / la lumbre / y sus destellos”), su abuelo (“Recuerdo que entonces / mi abuelo soñaba / con verme a su lado / por tenderme alas”), la escuela, esa misma escuela donde como dice Juan Carlos Mestre en un poema, aletean todavía en la pizarra / las mariposas blancas de la melancolía”).

Palabra sobre palabra se anda el camino. Somos palabras. Palabras que nos revelan quiénes fuimos, que reescriben nuestras huellas, que son memoria de lo andado.

La palabra “prisma”, que da nombre al título del libro –Prisma de mis huellas– es “un medio transparente limitado por caras planas no paralelas con el que se producen reflexiones, refracciones y descomposiciones de la luz”. No podía ser otro el título de este “caleidoscopio de recuerdos” como dice Fernando E. Gómez en el hermoso prólogo, una mirada transparente al pasado y a las huellas, a la luz de la reflexión y del recuerdo, una mirada perfumada de nostalgia.
La nostalgia es, precisamente, la puerta de atrás de la rutina, el espejo lleno de azogue, la oscuridad más amplia, la ventana más alta, el mirador del tiempo.

Y así, como Penélope, va tejiendo Angelina su ajuar de nostalgias, va hilvanando recuerdos uno a uno para coserlos después con un hilo irrompible y evitar que los descosa el tiempo. Y ahora encendamos esos recuerdos que aviva el libro con la voz cálida y pausada de Angelina. Yo te preguntaría, y así te cedo la palabra, si esas preguntas del poema con el que abres el libro son las que te empujan a escribir y si son los poemas que dan forma a este “Prisma de huellas” las respuestas:

¿Tiene la querencia peso?
¿Contabiliza pisadas?
¿Tiene color lo intangible?
¿Tiene medida reglada
 el alma cuando se abre
y se atreve a ser palabra?

No hay comentarios:

Publicar un comentario