Todo me sabe a ginebra
Que en época de recortes (desechemos los eufemismos de "ajustes" o "contención del gasto público") una institución como la Diputación de Salamanca, decida iniciar una colección de poesía para poetas noveles es de agradecer.
Tal vez preocupe a los diputados el deterioro de la imagen pública que sufre la institución y quieran maquillar su imagen con buenos propósitos, muy propio en estas fechas. O quizá sea el fruto del trabajo, callado y constante, de un equipo, con Aníbal Lozano al frente, que confía en la poesía y en los poetas y que llevan trabajando muchos años en el Servicio de Publicaciones sin salir en la foto.
Ya sabe Aníbal que conmigo puede contar para lo que quiera, y mucho más a título personal. Confío en él y en su criterio y le agradezco su apoyo y su voluntad de querer publicar un libro mío antes en los próximos años. De momento pensaré en la propuesta. Nada me haría más ilusión que mi nombre compartiera estantería con Luis Javier Moreno, Aníbal Núñez, Tomás Sánchez Santiago, Mari Ángeles Pérez López y muchos otros poetas que forman parte de una espléndida colección de poesía y en la que tuve el placer de aportar mi trabajo en la antología de Remigio González "ADARES" titulada La segunda voz.
A esta colección se suma ahora el libro número 53, Materia y sombra, la poesía completa de Julio Vélez. Un libro que nos devuelve la memoria y la obra de un poeta que trabajó por la poesía en la Universidad y al que le debo mucho. La exposición que organizó sobre César Vallejo en el año 92, y de la que guardo aún el folleto explicativo, coincidió con mis primeros pasos, ya firmes, en el territorio de la poesía.
La colección "Versos sueltos" se inaugura con el libro Todo me sabe a ginebra de Alfredo Pérez, que coincide en nombre y apellido con otro Alfredo Pérez, también poeta, al que tengo mucho que agradecerle en mis inicios, Alencart.
Conozco a Alfredo desde hace años. Coincidimos en el antiguo CAP (Curso de Adaptación Pedagógica), hoy convertido en máster, y ambos hemos trazado nuestra andadura por la senda de la educación.
Lo que hoy es un libro eran entonces pliegos sueltos unidos bajo un título. Alfredo me confío una copia y yo la leí con agrado. Anoté algunos comentarios junto a algunos poemas y subrayé versos que me gustaban o que precisaban de un ajuste métrico. El tiempo pasó. Después de algunas correrías juntos y de compartir sidra y canciones con su tío Pipo Prendes en Candás (Asturias) o escenario en EL SAVOR, nuestros caminos se separaron. Ambos, sin embargo, sabíamos que esa distancia no era real, tan solo nos separaba un número de teléfono o una dirección de correo electrónico.
Al principio del verano pasado Alfredo me llamó para decirme que iba a publicar su libro la Diputación de Salamanca. Yo me alegré y le ofrecí mi ayuda. Desde ese instante comenzamos a beber, sorbo a sorbo, cada poema y a dar forma al libro.
Hoy toca disfrutar de la resaca -valga la paradoja- que nos trae la mezcla de ginebra y versos y de hacer volar el libro entre todos.
Gracias, Alfredo, por confiar en mí, por ofrecerme el prólogo y por contar conmigo en la presentación. Ojalá que este libro, y mucho otros proyectos, te lleven muy lejos y que podamos brindar una y otra vez por la poesía.
Una extraña industria
En
esta extraña industria que es la poesía, como afirmara Valery, Alfredo Pérez
nos entrega con emoción su producto recién manufacturado: un libro hecho de sí
mismo, con cada uno de los sentimientos y palabras que han salpicado su vida en
los últimos años. Un libro sin colorantes, sin conservantes y sin
estabilizadores autorizados que dejará en el lector un extraño vértigo muy
similar al de una resaca de domingo.
“Todo
me sabe a ginebra” es un menú bajo en calorías para compartir en calma, como se
comparten la decepción o el éxito o el pan tostado nuestro de cada día. Un
libro para mirarnos en él, como en un espejo, y tratar de entender un poco más
al “antropoide, anónimo y social” que nos habita y que Alejandro Romualdo
retrató en un poema.
Alfredo
nos muestra en su primer poema la brújula de su creación. Allí, en medio del
realismo sucio y la cotidianeidad, enmarca su visión del mundo, allí se deja
contaminar por la dulce radiación de la poesía y allí, con las manos abiertas, nos
descubre sus cartas. Raymond
Carver, Karmelo Iribarren, Roger Wolfe, Ángel González y Bukowski, entre otros,
son algunos de sus referentes. Y Alfredo se acerca una y otra vez a ellos como
quien va a llenar el cántaro a la fuente. Pero también ocupan su atención los
muchos músicos que interpretan la banda sonora de su día a día: Joaquín Sabina,
Andrés Calamaro, Luis Ramiro, Quique González o Leiva, por citar a los más
significativos.
Pero
en realidad el libro comienza en lunes, como la semana, y la búsqueda, el amor
en todas sus formas y la felicidad son el paisaje donde el poeta pone sus
primeras miradas con poemas breves y concisos, a modo de pedradas, que dan voz
a sus pensamientos y sentimientos:
A veces
me gustaría buscar entre lo
que era
un poquito de lo que soy
para saber si estoy soñando
o estoy enamorado.
Como
buen forense, examina una a una sus vísceras y las disecciona con palabras: desde
el hígado hasta al corazón y del corazón al folio.
Por
el libro transitan las esperanzas y desesperanzas con que está hecho este
oleaje continuo que es la vida. Prueba de ello son muchos de los poemas que nos
mecen en un amor en calma o que sacuden nuestros sentidos en plena tempestad.
Esa
tensión se advierte en el modo en que el poeta administra la rima y el verso
libre, incluso en la extensión del texto. Hay poemas en los que no se sujeta a
ningún cliché métrico, son textos mucho más vivenciales, marcados por el
discurso de las emociones. Otros, mucho más breves, llevan una carga racional
más grande: juegan con el lenguaje, más allá de los sentimientos, o se adentran
en un discurso filosófico de andar por casa.
Alfredo
es un hombre de música y sabe que la rima le obliga a entrar en el poema y a
dejarse llevar como quien se arroja a un río de montaña. Son textos que nacen a
la sombra de la sabina, o de Sabina, en terrenos menos profundos y pedregosos y
con un carácter mucho más lúdico. El juego, el reto y la provocación también forman
parte de las distintas maneras en que el poeta afronta su trabajo.
Día
a día explora en lo cotidiano y, poema a poema, nos hace partícipes de su
búsqueda y de su mirada necesitadas de
sorpresas.
Es
así como se ajusta sus gafas de ver y nos señala uno de sus deseos: “descubrir
el secreto que guarda esta tormenta”. Afirmar esto es como tratar de averiguar
la materia de que están hechas la poesía, la vida y el amor. Alfredo lo sabe y
quiere participar de esa búsqueda, tal y como sugiere Juan Antonio González
Iglesias en su poema “Arte poética”: “Si no quieres quedarte a mirar la
tormenta, yo la miro por ti”. Ese afán por descubrir de que están hechas las
cosas es lo que da sentido a su poesía.
Porque
todo puede ser poético, tal y como cree D. Wellershoff, desde “una voz
incomprensible en el cuarto de al lado” hasta “el ruido de un motor, la gota de
agua de un grifo...” y Alfredo, consciente de ello, se empeña en nombrar el
mundo, su mundo, con palabras de ida y vuelta.
El propio Alfredo deja claros sus propósitos
con relación al libro: “soy
partidario de bajar la poesía a ras del suelo. Se acabaron la luna, el sol y
las estrellas, vamos a hablar de las ventanas, las farolas y los recibos de la
luz. Vamos a hablar también de desamor”. Y en ese tránsito por la cuerda floja,
en busca de su propia voz y destino, se acerca a Celaya, quien nos sugería
poner la mirada y las palabras junto a nuestra respiración: “Cantemos como quien
respira. Hablemos de lo que cada día nos ocupa. No hagamos poesía como quien se
va al quinto cielo o como quien posa para la posteridad. La poesía no es –no puede ser– intemporal o, como
suele decirse un poco alegremente, eterna. Hay que apostar al “ahora o nunca”.
Alfredo
apuesta por el presente y no se va “al quinto cielo” porque es, en esencia, un
poeta terrestre, apegado a la realidad de lo cotidiano. Un hombre, como todos
los poetas, obsesionado con el tiempo, que extrae de la vida sus propiedades y
sus principios activos. Pero todo, incluso el tiempo, está imantando de amor y
desamor, con sus secretos y tormentas.
“A veces pretendo hacer vivir al lector
experiencias comunes como escalofríos y recuerdos en tiempo presente” señala
Alfredo. Y así es. El poeta, acostumbrado a mirar por la cerradura de los días,
nos hace partícipes de su vida que es un río que va a dar, casi siempre, al
amor
Absorto en la más inquietante soledad del frío
recorro las señales,
los nombres de las calles,
el pulso que una mujer le echa
-cargada con bolsas del supermercado-
al viento.
Vigilo las luces de los apartamentos,
las esquinas,
las copas de los árboles
peinadas por el escalofrío
del calendario.
Camino por las huellas de un gato
que parece solo,
feliz,
ajeno a mi mirada furtiva,
dibujando mariposas en la nieve.
Entonces,
ilusionado,
las sigo…
y
llego
a
ti.
La vida está
en el anverso y el reverso de la poética de Alfredo. Y la poesía le ayuda a
encauzar, cada emoción, cada latido, cada herida
El tiempo va encauzando
el río de la vida.
Algunos se desbordan
otros desembocan en el mar...
Alejandro
Cuevas lo dice de otro modo, con permiso de Jorge Manrique: "Nuestras
vidas son los ríos de letras que, tras mucho meandro y mucho circunloquio, van
a dar a una esquela necrológica"
El río, en
su curso diario, lima las aristas de las piedras, horada la tierra, se remansa,
se precipita con fuerza con la complicidad de la lluvia o el calor y discurre
-en ocasiones- bajo tierra. El poeta con oficio tacha, busca, pule una y otra
vez las palabras y aparece y desaparece para remontar con belleza y eficacia el
rumbo de su pensamiento o de su corazón. Ambos, río y poeta, profundizan en la
búsqueda del sentido de su curso y de su vida y dejan a su paso cantos rodados.
De nuevo
Alfredo se sincera: “He intentado hacer una selección de los poemas más
"míos" o con los que yo me siento más cómodo, con un nexo común entre
ellos..., que responden a la experiencia vital. He sentido la necesidad de
escribir, de escribir mucho, para sacar todos los pensamientos que a veces me
abruman. Es una necesidad de compartir”. Y en esa
necesidad de entregarse está la posibilidad de reescribirse, de renacer, de
remontar la rutina diaria y redimirse:
Escapar del ostracismo
y del ocaso
del pasado que gobierna,
de tu espina.
Despedir al corazón
malherido
y revolver en el baúl.
Ilusionarte
Empastarte de pasiones
malgastar el sueño
rubricar
la última apuesta
y testificar
contra el hastío.
Rebañar el día
morder la noche y
saciar el hambre
del amor
con purpurina y fresas.
Sembrar en el jardín
cada mañana
alunizar en las miradas
con descaro
sonreír a las farolas
respirar la prisa
seducir a la luna
con poesía.
Desnudarte por el día,
regalarte por la noche,
concebir el tiempo
como credo
rezar por lo prohibido,
deshacer,
sudar en el pecado,
despertar,
renacer.
Uno
de los propósitos del autor es que el lector se mire en el azogue del poema,
que reconozca las señales y las marcas que la vida, el amor y la muerte dejan
en nuestra piel y en nuestro corazón y que identifique las suyas.
Aunque
los temas se formulen una y otra vez, los códigos y las palabras cambian. La
poesía es una experiencia íntima que nos ayuda a resolver las grandes
cuestiones y las sencillas preguntas que nos hacemos a diario. Ese es también
el proceder de Alfredo quien nos habla en sus poemas de la pérdida, del
desamor, de los vacíos que llenan su vida y la de los demás. Es ahí donde el texto
se vuelve reflexión, experiencia compartida, fonendoscopio que registra la
intensidad y frecuencia de nuestros latidos. El desamor, la ausencia, el
recuerdo, la muerte son una fuente de inspiración constante que cada escritor
hace visible desde su compromiso personal con las palabras y con la realidad.
Sin experiencias de vida y de muerte no existiría la poesía.
Alfredo nació en Candás (Asturias) en 1977. Es
licenciado en Filología Española y profesor del Colegio “Delibes”. Muchos de
sus poemas que no están entre estas páginas se reúnen bajo el título
“Apendicitis crónica” y su oficio con las palabras le ha llevado a escribir letras
para su tío y maestro, el músico Pipo Prendes quien –junto a su familia– le
educó en el arte de escuchar, crear y escribir. En ellos se arropa y a ellos, y
a sus amigos, les devuelve en forma de poema su cariño y reconocimiento.
Le gustan los metros
clásicos y también la geometría pues en muchos textos juega a medir la
distancia que hay entre él y el poema, tal
y como señala Andrés Trapiello: “la poesía es la distancia más corta (una línea
recta) entre nuestras dudas y nuestras incertidumbres”. Y también le gusta,
como él mismo afirma, “estar callado escuchando, viendo, oliendo, tocando y
sintiendo la vida y el amor”.
La enfermedad de Alfredo es el amor y para ello
sólo hay dos tratamientos posibles: las palabras, con las que da forma a todo
cuanto el amor le enseña, y el gin tonic, el mismo tratamiento que probó Karmelo
Iribarren en el poema “Desde que tú te fuiste”:
“Los
días / se parecen / unos a otros / como dos gotas / de ginebra / de garrafa”.
Pero también los poemas, como el gin tonic, dejan resaca.
Hay en este libro un regusto
a cebada, y a bayas de enebro y a cardamomo y otras hierbas aromáticas así que
no está exento de peligros. Alfredo lo ha
escrito para que nos emborrachemos con él y de él, por eso ha puesto toda su
carne en el asador:
Hoy es uno de esos sábados
en que pondría toda mi carne en el
asador
y
después me comería crudo
A estas alturas del prólogo
ya todo nos sabe a ginebra.
Raúl Vacas
En
Rodasviejas, 6 de septiembre de 2012
Algunas noticias sobre la presentación del libro:
Algunas noticias sobre la presentación del libro:
En El Adelanto
Este blog es una pasada, no hay algo parecido, gracias.
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