Llorar a gritos
Cómo me hubiera gustado entrar un día en la peluquería de Luis Monzón (en la calle Meléndez) y leer, en lugar del Interviú, un libro de poemas. Y que ese libro fuera de Neruda y que se llamara Residencia en la tierra. Y que tuviera un poema titulado “Walking around” y que dijera: “El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. / Sólo quiero un descanso de piedras o de lana…”
Cómo me hubiera gustado entrar un día en la peluquería de Luis para hablar, no del partido del Madrid o de la guerra o la política, sino del vestido rojo con dibujos blancos de Anna Galiena, la Matilde de la película de Patrice Leconte “El marido de la peluquera”. O tararear juntos, no una canción de los cuarenta principales, sino de aquel barbero de Sevilla. O escuchar el hilo musical (como le gustaba hacer a Luis) de la calle Meléndez, antiguamente de Raspagatos. O conversar con él sobre la permanente de Quevedo, la perilla de Gustavo Adolfo Bécquer, la melena de Alberti, la tonsura de Fray Luis o las barbas de Valle Inclán. O hablar de la Salamanca de entonces, la que nació y creció en torno de la Plaza de la Yerba (o del Corrillo) y del poeta Adares, con su barca a la orilla del río de estudiantes y turistas que, día a día, van a dar a la Plaza Mayor, que es el vivir. O dejar que el silencio acallara el oído y despertara la nariz y la envolviera de olores extraños a lociones capilares y after shaves y colonias de niño y suavizantes. O escribir un poema a una mujer, sin más, y dedicárselo: La mujer que alisa, por ejemplo, su cabello rubio y sueña con la música del sueño de una noche de verano. La mujer que coloniza el corazón del hombre con su melena roja como el fuego o la noche. La mujer que es amada y cómplice de quien escala furtivo hasta sus ojos y huye por su trenza. La mujer que es tiempo y vida y corta las cabezas de los soñadores y verdugos que no puedan amarla. La mujer que llora a gritos.
Publicado en Avuelapluma
Nota: La peluquería de la imagen no es la de Luis Monzón, es una encontrada al azar en la web
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