Poema, poemita, poemazo
Presentación del libro “Poema, poemita, poemazo” de Sofía Montero
Biblioteca Pública “Casa de las Conchas”
Las palabras son extraños insectos que hacen sus madrigueras en los libros, en los diccionarios y en las personas y que, al igual que las abejas, acostumbran a pasearse por las flores y las cosas para aprender su sabor y endulzarnos la vida.
Muchas de esas palabras las hemos visto crecer. Han vivido tanto tiempo dentro de nosotros que ya las consideramos nuestras. Otras, en cambio, las descubrimos a diario en medio de una conversación, dentro de la tele o tumbadas en el césped de los encerados.
Las palabras son tan necesarias como el pan o la leche que tomamos en el desayuno. Y aunque en ocasiones nos persigan para clavarnos su aguijón, la mayoría de las veces revoletean cerca de nosotros con ganas de jugar.
Creo que las palabras sirven para todo, incluso para abrir una lata de sardinas con guantes de boxeo o tocar el clarinete debajo del agua.
Las palabras son, en manos de los niños, una herramienta de comunicación, de descubrimiento del mundo, de juego, de ahí que Sofía le de voz a muchas vivencias y escenarios cotidianos de esa infancia donde tienen lugar esos descubrimientos del niño, como la clase, o el colegio, donde aprenden y donde desarrollan sus habilidades. Sofía conoce bien el terreno pues ha dedicado su vida a la enseñanza como maestra de infantil durante muchos años en el Colegio Maristas. “Son las cuatro de la tarde / la clase vuelve a empezar / primero escribimos cuentos / después hablamos del mar” dice Sofía en uno de sus poemas.
Sofía es a su vez una mujer comprometida no solo con la escuela sino con la actividad literaria de la ciudad en la que participa de manera activa.
María Elena Walsh, compositora, profesora y poeta señala, en este sentido, que “la poesía es, en definitiva, reconstrucción y reconciliación, es el elemento más importante que tenemos para no hacer de nuestros niños ni robots ni muñecos conformistas, sino para ayudarlos a ser lo que deben ser: auténticos humanos”.
No sé si recuerdan la película Don Quijote cabalga de nuevo, donde Mario Moreno Cantinflas interpreta el papel de Sancho Panza. Hay un fragmento de dicho filme en el que el escudero se refiere a los libros como la mejor herramienta para que los niños se “desenrrollen”. Y en esa manera de trastocar desde el humor la palabra “desarrollar” hay una gran verdad. El niño es un ovillo que se va desenrrollando poco a poco. El adulto deberá ayudarle cuando se lía, cuando no encuentra el cabo de hilo por donde seguir.
Montaigne lo dice de otro modo: "el niño no es una botella que hay que llena sino un fuego que es preciso encender o avivar".
Y esa es labor de maestros, padres y bibliotecarios, arropados por buenos libros y buenos hábitos. Y con la poesía como herramienta para ese aprendizaje.
Son esos descubrimientos que el niño hace por sí mismo o con ayuda de un igual o un adulto los que moldean sus capacidades y le enseñan a conocerse y aceptarse: el conocimiento del cuerpo o el trabajo con los sentidos son importantes para aprehender (con hache) lo importante de la vida. Recordemos que Luis García Montero afirma que “la poesía nace de una mirada”. Yo haría extensiva esta idea a todos los sentidos. La imaginación es de hecho, como señala Francisco Umbral, un juego en el que se trastocan los sentidos:
La imaginación es el vuelo de un sentido a través de todos los otros. La imaginación es la sinestesia, el olfato que quiere ser tacto, el tacto que quiere ser mirada. La imaginación nace de una limitación.
En el libro que hoy presentamos también la naturaleza tiene su lugar y se acomoda entre sus páginas con la presencia del viento húmedo, del invierno blanco, de la luna y el sol ( o Catalina y Lorenzo), el agua, las flores, los árboles, la lluvia, los animales y el otoño.
Sofía se sirve del verso octosílabo para darnos a conocer los animales que conforman uno de los poemas con ese mismo título. El niño, al final deberá hacer recuento de picos y patas que aparecen en el texto, tal y como sugiere el dicho “100 pollos en un cajón, ¿cuántas patas y picos son? Con una pregunta al final del poema, similar a ésta, Sofía invita a sus lectores al juego que casi todo poema, deliberadamente o no, encierra. Ese es el objetivo de la literatura, poner frente al niño el espejo de la realidad y la ficción y aprender desde las emoción o el juego.
Me gusta especialmente su poema sobre “El otoño”, esa estación que no acaba de instalarse entre nosotros:
Árboles perennes
no mueren sus ramas,
pinos y cipreses
frondosos se alzan.
Árboles con hojas
caducas y planas
se quedan desnudos,
solo con sus ramas.
Los frutos de Otoño
maduran con ganas,
unos son muy secos
y otros jugo sacan:
bellotas, almendras,
peras y avellanas.
El verde ya pierde
su color de gala,
la savia no corre
por tallos, ni ramas.
Hojas que al caer
vuelan de sus ramas,
quedan ya sin fuerza,
mueren asfixiadas.
Paisaje rasgado
cuando el viento brama:
¡Reclamad las hojas
que el viento arrebata!
Pero además del colegio y de la naturaleza hay otro ámbito importante para el desarrollo personal y creativo del niño: el hogar. La casa, la familia, la ropa con que nos vestimos, el juego, el pueblo… son recreados en muchos de los poemas del libro. Y utilizo el verbo recrear porque Sofía incide en lo que de recreo tienen también esos espacios físicos o afectivos para los niños. También el poema es recreo y es juego: “Jugando aprenderá / que la vida es juego / eso y mucho más” dice la autora en otro de sus poemas.
Junto a los textos que señalan los tres ámbitos recogidos en el libro –la familia, la escuela y la naturaleza- hay otros poemas que también forman parte de los intereses del niño: el reloj o las horas, por ejemplo, el ordenador, el teléfono, las excursiones, la fiesta de cumpleaños, las compras. Me llama la atención con relación a este último asunto el poema que con título “Vamos de compras” se refiere a un juego de piezas llamado “Cococrash”, y que desconocía por completo, una suerte de puzle tridimensional que invita al niño a poner en juego sus capacidades para formar un cubo u otra figura. También con las palabras jugamos de ese modo.
El libro concluye con varias páginas de trabalenguas para que niños y adultos se ejerciten en la dicción del poema o de las palabras, algo que interesa no solo a pedagogos y logopedas sino a los poetas. Recordemos que la palabra no sólo patrimonio de la escritura sino de la oralidad. Musa y música son palabras con muchos elementos en común y el inicio en la poesía se hace a través de la música. Sofía conoce esta cercanía entre palabra y música de ahí que en este libro se mezclen poemas para ser leídos con poemas para ser escuchados y que ha musicado la propia autora. Escuchemos las palabras de Antonio Rodríguez Almodóvar, gran maestro en cuestiones de cuentos y oralidad:
Siempre he defendido lo que vengo llamando la “pedagogía natural del folclore”, como algo de lo que deberíamos aprender para iniciar a los niños en el arte de la palabra, y que comienza, encantador, con los ritmos cordiales de las nanas; sigue, juguetón, con las delicias del trabalenguas, las cosquillas, los juegos de dedos y manos; se afianza, solidario, en las canciones de corro; se desarrolla, fantástico, en los cuentos –cuyo valor formativo para la mente es primordial–, y se adentra, poético, en las más deslumbrantes figuras de la comparación, el símil, la pura imagen, y, por fin, la metáfora, emperatriz del lenguaje.
Sofía rehúye la metáfora elaborada y el tono que utiliza cuando escribe para adultos. Aquí Sofía teje con otro hilo de luz las palabras, más eufónicas, más sencillas. Aunque advertimos en alguno de sus poemas el aliño poético de las metáforas: "Cogió un paraguas azul, / después corrió por la calle / las nubes la perseguían / como fantasmas gigantes” dice Sofía en un poema para referirse a una niña expuesta al viento húmedo.
La autora se sirve del hexasílabo, también llamado redondillo, para que el poema suene. Este tipo de verso corto fue muy empleado en los siglos XIV y XV entre los imitadores de la poesía provenzal y en los cantarcillos populares. Muchos villancicos, letrillas, endechas y romances incorporan este mismo número de sílabas. No es tan frecuente en la poesía actual el uso de versos con este número de seis sílabas.
Sofía se despide de sus lectores, niños y mayores, con un poema titulado “Adiós, amigo lector” en el que hay una invitación a la escritura. Sus poemas son para ser leídos por los niños pero también son el abono para que cada infante plante sobre un cuaderno sus propias palabras y poemas:
¿Te has divertido, muchacho,
o solamente has leído
sin pensar que los poemas
todos tienen su sentido?
Me estoy poniendo muy triste,
pues con este me despido,
pero volveré otra vez
con más poemas, amigo.
Mi tristeza se aminora
cuando pienso que tú mismo
continuarás otros versos
donde yo dejo los míos.
Permítanme que para cerrar mis palabras me refiera al poeta Rafael Pérez Estrada, quien da consejos en este poema a los jóvenes amantes de la escritura:
Los poemas mullidos son más fáciles de digerir; sin embargo, algunos los prefieren tensados. Las metáforas alivian el dolor de cabeza y son digestivas. Por una pequeña cantidad, el sabedor de ritmos, que es el contador de sílabas, podrá equivocarse a vuestro favor, y los sonetos os saldrán redondos.
A veces bastará con teñir un endecasílabo de color cereza pálido o de carmín agudo para que el verso parezca nuevo. El poema ha de hacer juego con vuestra corbata, nunca con vuestras intenciones. Bien envuelto en celofán, un paisaje acabará siendo poema. Los jovencitos sólo debieran regalarse haikus y rosas. Es desaconsejable leer elegías a los ancianos. Bien usada, la lluvia rejuvenecerá vuestros versos (hay octosílabos que incluso florecen con la lluvia). Un barco en la lejanía puede ser el final adecuado para un poema. Aviso: no excederse en cuestiones lunares.
A las rosas que habitan los poemas deberá cambiárseles el agua un día sí y otro también.
Un exceso de luces puede convertir el poema en una tarjeta navideña.
Si abundáis en lo argumental, correréis el riesgo de que vuestros poemas sean cantados.
La autocompasión mustia los mejores poemas.
Sólo los lectores de Borges tienen patente para pasear tigres en sus versos.
Es de buen tono que un ave cruce veloz de Norte a Sur el poema.
Nunca cambiar con otro poeta las metáforas repetidas.
Muchas gracias