Pasa al interior y ponte cómodo

11.1.19

La voz del animal bajo tu piel



El viernes, 17 de noviembre, tuve la inmensa fortuna de presentar, en la Librería Letras Corsarias, el libro "La voz del animal bajo la piel" de mi querida Celia Corral Cañas. Estas fueron mis palabras:


Señor Rector
Señor Decano de la Facultad de Letras
Señores Cónsules generales
Señores Profesores
Señoras Señoritas Señores
Niños
criadas de servir
trabajadores obreros
gatos y perros
hormigas


Así, con este poema titulado “Lección de apertura a los cursos de Mitologías Orientales en la Facultad de Letras de La Universidad de X” es como Carlos Edmundo de Ory, un extraordinario poeta que murió hace unos años, se presentaba en algunos foros donde leía sus poemas.
También tenía una forma curiosa de encabezar las cartas, con un “Muy ruiseñor mío”.
Así que muy ruiseñores y ruiseñoras nuestros sean bienvenidos a Letras Corsarias y a esta presentación.

Hay un conocido haiku de Chosui que dice:

El horizonte,
con gente en bajamar
cogiendo almejas


Permítanme un pequeño cambio en el último verso para dar la bienvenida a César García, editor de Bajamar, que hoy está con nosotros en esta presentación y que ha tenido la deferencia de viajar desde Asturias para acompañar a Celia en su horizonte poético. El nuevo haiku sería: El horizonte, / con gente en Bajamar / haciendo versos. Este es uno de los propósitos de esta editorial, aprovechar la marea baja de este gran océano que es la poesía para dar a conocer el trabajo de muchos escritores y escritoras jóvenes.
Rafa Pontes, autor del prólogo de este libro que hoy presentamos, señaló en una ocasión con relación a la escritura: “Si no es endecasílabo no es verdad”. Celia sabe de esta aseveración pues su libro está escrito con ese traje a medida que es el endecasílabo desde el título: “La voz del animal bajo tu piel” hasta la última de sus páginas. Aunque esos versos de once sílabas conviven con otros de cinco y de siete disfrazados de haikus.

¿Qué voz se escucha tras la piel de este animal llamado libro? En primer plano la voz inconfundible de Celia, pero también la voz de todos esos animales que viven con nosotros y en nosotros en forma de emoción, juego, miedo, recuerdo o grito. Los humanos somos en ocasiones domésticos, acariciables y tiernos. En otros momentos somos juguetones pero también hay instantes en que nos domina la fiera que llevamos dentro. Todos estos seres que conforman el cóctel de personalidades que somos –como decía Oliverio Girondo– se muestran con mayor evidencia en el terreno íntimo del amor o en nuestra relación con los iguales. La piel esconde el ronroneo pero también el grito o el rugido.

Decía el poeta Gabriel y Galán:

Al ver ciertos niños
me digo yo a veces:
mamíferos, aves,
reptiles y peces.


Somos animales dotados de razón pero en ocasiones ésta, la razón, no basta para domar a ese animal que ora aúlla, ora gime u ora canta. Quizá muchos de ustedes tengan claro qué animal o animales conviven con usted. Yo últimamente me siento mirlo, incluso estornino. A veces ruiseñor.
Este breve texto de Galán nos recuerda el haiku de Celia:

Somos ovejas,
zorros, lobos o hienas,
a veces hombres.


Hay una interesante anécdota relacionada con el poeta Miguel Hernández. En la casa de la Calle de Arriba, en Orihuela, donde vivía con su familia había entre los moradores del hogar un hermoso pájaro, un canario. La estancia en la que pasaba las horas, dentro de su jaula, se llenaba de amarillo con el canto y el breve vuelo del pájaro y todo era luz y alegría. Pero un día (Ay, qué pena me da que se me ha muerto el canario) muere el simpático pajarito y Encarna, la hermana pequeña de Miguel llora desconsolada por las esquinas. El poeta piensa en una manera de consolarla y sale al patio, a la huerta, y arranca un limón del limonero que introduce por la portecilla en la jaula. Sí, cierto que un canario amarillo no es un limón pero ambos comparten la misma luz y la misma presencia. Con ese sencillo y metafórico gesto Miguel dota de vida a un limón, lo convierte en ave. Años más tarde el poeta palentino Francisco Vighi escribiría: “Cuando murió mi canario / metí en la jaula un limón / soy un caso extraordinario / de imaginación”.

Celia Corral Cañas sabe que el endecasílabo y la metáfora son dos pilares del hecho poético, de ahí su empeño en convertir en verdad nuestros impulsos y nuestros pulsos animales.
Señala Rafa Pontes en el prólogo: “Celia vive en el mundo con párpados, labios y metáforas: ve, nombra, trasciende. Así acontecen los días de la artista en esta selva de hombres que, por mor de la palabra, se transfigura en la ciudad ideal de los animales. Un espacio donde los seres convivimos, amantes y amados, civilizada y salvajemente”.

Voz, animal y piel son los puntos cardinales que permiten a Celia explorar el mundo con la brújula de la metáfora pero son también parte constitutiva del poema.
Un poema ha de tener voz y música y ritmo y cadencia, y el endecasílabo se encarga de afinar las palabras para que suenen en un hilo de voz y un hilo musical que enfatiza su mensaje, su ADN interno. Pero el poema también ha de tener piel y éste debe respirar hacia dentro y hacia fuera de la epidermis. Mirar debajo del caparazón, del corazón coraza que señalaba Mario Benedetti en uno de sus conocidos poemas.
Y el poema ha de ser también ese animal que vive y se defiende por sí solo. Que nos muestra los miedos y nos invita a mudar la piel o el sentimiento.
Todos los seres que se concitan, a modo de bestiario, en este libro conforman el ecosistema habitual de Celia, su hábitat natural. Ella es en sí misma muchos de los animales aquí reseñados y nos enseña a buscar la oveja de nuestra pareja. Un bestiario, como bien señala José María Cumbreño –en una de las citas del libro– es un “álbum de familia”.

Busquen una foto familiar de algún momento importante en sus vidas, un bautizo o una boda, por ejemplo. Escriban qué ven en esa foto, qué emociones y sentimientos pasan por cada uno de sus protagonistas. Hagan después un ligero cambio. Dónde escribieron padre pongan “lobo”, donde pusieron abuelo escriban “búho”, donde anotaron novia pongan “gacela”. El resultado será una fábula –con moraleja o no– y el escenario donde tuvo lugar esa instantánea se convertirá por unos momentos en bosque.

En un espléndido ensayo titulado “En la traza. Pequeña zoología poemática” Chantal Maillard acude a la imaginería zoológica para explicarnos el trabajo de creación del poeta.
El erizo y el cangrejo ermitaño –dirá Maillard– son ejemplo de descubrimiento. Al creador poco le importan las alturas, no es el fénix o el águila con su omnisciente vista de pájaro el que atrae únicamente su atención. El poeta ha de mirar a ras de tierra la realidad que existe y ha de aprender a devanarla como a un ovillo. Hay un poema, cercano al haiku, de Julien Vocance (seudónimo de Joseph Seguin) en el que relata una de sus muchas visiones de la Primera Guerra Mundial:

Quince días a ras de suelo,
mi ojo conoce los más leves montículos,
las mínimas hierbas.


Para Chantal el poema es “como el erizo de Derrida, un pequeño animal que se cierra sobre sí mismo. Un animal temeroso y humilde que solamente se abre en la mano de quien está a la escucha. El poema para mí es algo así. Es algo que se encuentra a ras de suelo.”
El cangrejo ermitaño, por su parte, toma su vestimenta de un muerto, del mismo modo que el poeta toma sus palabras de otros poetas vivos o muertos en un ejercicio de tanatocresis. Porque la poesía está hecha de velos y desvelos. Un poema, o un poeta, como una cebolla, tienen muchas capas. Y todas se complementan.
Junto al acto creativo que descubre, encarnado en el erizo y el cangrejo ermitaño, está el poema que construye. El mundo y su materia no son una realidad dada, hay que manufacturarla. La araña se encarga de tejer y destejer como Penélope las distancias y las esperas, el día a día. Este sería el modelo de construcción que propone Chantal.
Y junto al descubrimiento y la construcción de la realidad tendríamos el estremecimiento y el cuestionamiento que nos producen las cosas al mirarlas, incluso antes de ser nombradas.
La realidad no es algo estático sino inestable. A Maillard le interesa, más que la materia y la forma, el ritmo y la trayectoria que alteran dicha materia.
Y aboga por una escritura que cuestione las cosas y su concepto, plena de inocencia, que anteponga el estremecimiento que producen esas cosas antes de ser nominadas, cuando parecen muertas. Siempre el “esto” antes que la flor, dirá Maillard, para referirse al niño al que ya le han explicado qué es una flor pero vuelve a preguntar: ¿qué es esto?
El escritor y su escritura han de ser, en este sentido, como un caracol, humildes, han de trazar con hilo de baba el intersticio de las palabras y las cosas, sin pretensión alguna.
“El caracol pasa sin defenderse. Transita. En la mano, apenas sentimos una ligera humedad que luego cristaliza”, señala Chantal.
Celia es erizo, cangrejo ermitaño, araña y caracol. Y su literatura planea sobre su vida y muchas veces no acertamos a advertir cuándo está fuera o dentro del poema.

Todos ustedes conocen la máxima de Terencio: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”, con perdón. “Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno” o más certeramente “Hombre soy (y pienso que) nada de lo humano me es ajeno”. A Celia nada de lo animal le es ajeno de ahí que comience con el breve poema “Animal soy”. Y dirá también Celia en el pequeño envase de un haiku:

Es el humano
el peor animal
para el humano


Celia nos muestra qué misterios, además de las llaves, guarda el fondo del mar, qué hay en el océano, las “placenta de los dioses” como escribe la autora.

Pero también señala los secretos que nos aguardan en tierra como la araña que teje con su hilo la madeja “del te quiero y me quieres” que diría Lorca. Una araña que nos envuelve con su tela, que es frágil caparazón, o trampa o enredo. ¿No es la vida acaso un continuo tejer y destejer hasta que una de las Parcas corta el hilo definitivo?
Todos tenemos una máscara, o un papel animal que interpretar. Pero poco sabemos de esa trastienda donde ocurre todo. Así que Celia nos pasea por las bambalinas donde muda el animal su cuerpo o su piel y se transfigura. Somos oruga pero también mariposa.
Pero hay un animal, entre la fauna que transita por las páginas, que despierta con un rocío especial la curiosidad de Celia: la medusa, ser eléctrico, ser mitológico, ser divino pero también un ser doméstico en muchas de las playas y que provoca a un tiempo admiración y miedo.
Rafael Pérez Estrada, en su libro Diario de un tiempo difícil, un hermoso poema que concluye con medusas, en una comparación inolvidable:

[…]
En ocasiones es fácil confundir a los paracaidistas
náufragos con las grandes medusas.


También, en muchas ocasiones, nosotros confundimos al hombre o la mujer con el animal que late bajo su coraza. Hay un paralelismo continúo en los poemas de Celia entre hombre y animal. Tal vez las palomas, símbolo de paz y animal querido por su voluntad mensajera, nos recuerden el drama de muchas mujeres que pasaron de ser queridas a odiadas y maltratadas.
Ese es el ejercicio hermenéutico al que Celia nos invita al desentrañar, como augures, sus poemas. Y en esa tarea de exégesis descubrimos como la lucha fratricida entre hermanos puede ser contada por dos ratones que se enfrentan por el queso.
Cada animal refleja o simboliza una pulsión humana, de ahí que los seres de este libro tengan mucho que mostrarnos, tal y como hacían las fábulas de Esopo o La Fontaine. Pero aquí la moraleja está en manos del lector y de su capacidad de análisis o mimetismo.

Miremos por tanto al hombre a través de la piel del animal o viceversa y hallaremos poemas amables, dóciles como animal querido. Pero también poemas duros que esconden entre sus vísceras el grito y el dolor. Uno de esos textos titulado “La bestia” me recordó un poema que escuché a Laura Giordani aquí en Salamanca. Ambas autoras nos muestran a ese animal humano que es capaz de arrebatar la vida a unos frágiles gatos o perros recién nacidos y acabar con sus alientos en un saco de plástico en medio del río que es el morir.

¿Cómo es la vida de unos peces en esa región minifundista de agua que es una pecera? ¿Qué extrañas aves anidan en nuestras miradas? ¿Cuándo asoma en nosotros el tigre con sus garras o la libélula con su elegancia y levedad? ¿Qué cuentan a cerca de Colón y el genocidio del descubrimiento las aves del paraíso en sus tuits o en sus crónicas? ¿Qué nos enseñan animales como el perro, el gato, el pájaro, el hámster, los peces, los dragones? ¿Qué gime el animal herido que a veces somos?

Lean el libro y podrán despejar todas estas incógnitas pero cojan aliento antes del final pues Celia reserva para ese momento un poema collage, o un poema anaconda, donde enuncia con el metrónomo del endecasílabo qué hay más allá del transparente velo de la medusa, qué oscuras intimidades se ocultan en la piel, la suya propia, la de la medusa, la nuestra. Con el título “La oscura intimidad de la medusa” la autora teje un poema torrencial donde conviven Batman y Penélope, Ulises y Caperucita Roja, un ejercicio de patchwork donde lo real y lo irreal confluyen, un poema que es síntesis de una cultura globalizada y posmoderna donde la clásico y lo digital se dan la mano, donde literatura y música señalan sus convergencias, donde cabe la expresión del amor en sus dos variantes de alianza y condena. Un poema intenso y revelador que eriza nuestra piel tras una serie de poemas breves y de haikus, mucho más contenidos y cerrados.

No hay duda de que los animales han atraído desde siempre la curiosidad científica y social del hombre: sus modos de vida, su hábitat, su orden jerárquico, sus costumbres. Pero también los seres de fantasía que ocupan muchas páginas en los bestiarios han seducido a los poetas.
Pablo Neruda, Julio Cortázar, Borges, Juan José Arreola escribieron bestiarios con seres naturales o sobrenaturales. Existen bestiarios hasta en formato haiku como el de José Juan Tablada, poeta mexicano al que gustaba jibarizar el verso. Es comprensible entonces que Celia también se interese por las criaturas que pueblan nuestra vida y nuestra imaginación. Y por eso nos ofrece aquí, tras la piel de este libro, su voz y sus huellas. Corresponde ahora al lector explorar y reconocer esos rastros y esos indicios para saber qué voz late o grita en cada verso. Porque como bien dice la autora en otro haiku:

Todas las huellas
hablan del animal
que las observa


Quizá las tres edades de la alegoría de Tiziano sean en realidad cuatro y en cada una de ellas tal vez vistamos una piel distinta: de patito en la infancia, de cebra en la adolescencia, de gaviota en la juventud y de tortuga en la madurez. Cada piel con su voz y por tanto muchas voces diferentes.

Llegamos al final de estas palabras. Y he elegido para cerrar esta alocución un poema que arropa con su emoción la zoología de extravíos de mi querida Celia cuyo primer apellido, “Corral”, es casa y piel para el mío, “Vacas”. Se trata del poema dedicatoria que Ángel García López, un poeta del que he aprendido mucho, incluye en su libro “Bestiario”. Con él me despido:

Amados animales, monstruos míos,
mis familiares de lo cotidiano,
mis ingenuos, malvados enemigos,
compañeros de selva y de escenario,
de rostro semejante e igual oficio,
con los que vivo y envejezco y hablo
sin eco sobre un páramos infinito,
exactitud de oxígeno y de espacio.
En vosotros, a imagen, me defino.
Me nombro vuestro, os siento mis hermanos.
Os amo porque os odio, sois yo mismo,
espectros como yo, triste relámpago.
Gemelos de mi sombra, estáis conmigo,
edificados de mi mismo barro;
de misma carne, corazón, latido,
identidad de garras y de hálito.
Os amo porque os siento mis testigos
de tanta defunción de tantos años,
de tanto daño como el tiempo hizo.
Por eso os odio. Y por eso os amo.


Muchas gracias


Os dejo con un videopoema que Ada Trzeciakowska hizo sobre uno de los poemas de Celia:

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