La noche de las libélulas. XI Aniversario del Museo de la Casa Lis
Antes de dar cuerda a mis palabras permítanme una reivindicación:
Expoliar –dice el diccionario– es despojar con violencia o mala fe.
Aunque “El expolio” es un nombre que hace justicia a la verdad histórica del archivo y a los legítimos propietarios de los documentos, la Casa Lis siempre tendrá su sede en la Calle Gibraltar.
Si al abrir la boca –dice Juan José Millás– en lugar de palabras, nos salieran libélulas, estudiaríamos entomología para conocernos mejor. Pero las palabras son también formas biológicas perfectamente articuladas que segregan ideas, como las serpientes veneno o las abejas miel.
Tal vez en mis palabras reconozcan una dosis de veneno y muchas cucharadas de miel. Prevengo, de esto último, a los diabéticos.
Es una suerte que Manuel Ramos Andrade –Manolo como le gusta decir con familiaridad a Pedro Pérez Castro, director del Museo-, no fuera entomólogo. Porque en vez de arte nuevo y decorativo, el Museo exhibiría en sus vitrinas toda suerte de especies exóticas o raras de ortópteros y lepidópteros prendidos en sus respectivos lienzos con alfileres.
Hoy, en cambio, el único insecto que llevamos con orgullo prendido en la solapa, es la chapa con el icono de la Casa Lis, la libélula.
Siempre me fascinaron las libélulas. Y a una gran amiga y escritora, Susana Barragués. Uno de sus libros lleva por título Libélulame y en él revolotean las palabras con destellos de diferentes colores. Uno de sus poemas dice así:
A las tantas de la luna
que cuelga
todas las ausencias tienen
su salida de emergencia
al final de los pasillos.
El insomnio se convierte
en tiempo
no catalogado, perdido
contra la luz de la nevera
en la noche que espío de puntillas
con la ciudad dormida
abajo,
el sueño se embotella
se detiene, titubea
parece
insoportablemente lento.
Entonces va y estalla una libélula
Las libélulas son auténticos prodigios de la tecnología. Y puro equilibrio: vuelan hacia delante y hacia atrás en línea recta, suben y bajan verticalmente, se detienen ante nuestras miradas.
Son helicópteros a escala teledirigidos con el invisible mando de la imaginación.
¿Quién no ha visto en alguna laguna el reflejo de una libélula? ¿Quién no ha asistido al instante en que, con vuelo rasante, introducen su abdomen en el agua para realizar la puesta?
Las libélulas tienen hasta 30.000 cristalinos en los ojos y obtienen una imagen parecida a una fotografía de grano muy abierto. De modo que, cuando vean una libélula, déjense mirar por ella. Traten de seguir su rastro. Vean durante unos instantes el mundo a través de sus ojos. Sientan el motor de sus alas y de su diminuto corazón; su escurridiza sombra.
Creo que fue un acierto elegir la imagen del broche de René Lalique, cuyo nombre original es “Dragonfly” (Dragón volador) como imagen del Museo.
Adviértanse las notables coincidencias que existen entre la vida de la libélula y la vida de la Casa Lis:
Las libélulas se dividen en dos subórdenes: los caballitos del diablo y las verdaderas libélulas.
Los caballitos del diablo –a pesar de sus 30.000 cristalinos- tienen dificultades para ver y controlar sus movimientos en situaciones difíciles. Las verdaderas libélulas tienen una mirada transparente y son constantes en el vuelo
Más de 5.000 especies de estos insectos sobrevuelan el mundo. Una media de más de 120.000 visitantes anuales de todos los lugares del mundo sobrevuelan el museo.
Las libélulas viven cerca de los ríos. La Casa Lis comparte luz con las aguas del Tormes.
La libélula, cuando sale del huevo es una ninfa y tarda años en abandonar su funda, ventilar sus alas y lanzarse a un vuelo cargado de dudas. Esta es una etapa conocida como de emergencia.
Aníbal Núñez y Pepe Ledesma describieron el abandono de la Casa Lis, que tras años de ruina, emergió de aquel estado y echó el vuelo. Dice Ledesma en su Memoria de la hiedra:
¡Cuánta ruina en la ausencia
y cuántos azulejos de herrumbre!
que ayer fueron caricia de unos ojos
que ahora en desmayo pueblan
esas viejas pisadas del olvido, [...]
La libélula tiene que sobrevivir a los depredadores de todos los tipos y tamaños ansiosos por comer insectos:
Hace años, con ocasión del cierre del Museo escribí:
El cazador de libélulas se atusó el bigote con ademán altivo. Era tal su destreza en las técnicas de depredación que contrató a un equipo de entomólogos para inventariar, organizar y administrar cada una de las piezas logradas.
A pesar de todo hubo una libélula que nunca fue capaz de apresar: la de la Casa Lis.
Y por último, la libélula es capaz de enfrentarse a enemigos mayores que le doblan en tamaño y fuerza.
De esto último son testigos muchos hombres y mujeres anónimos.
Permítanme, por último, un pequeño homenaje a las libélulas, de la mano de algunos poetas:
El escritor japonés Shinanomachi dice en su texto “Poesía cerca del agua”:
Uno de los nombres del Japón antiguo fue Akitsushima, la isla de las libélulas.
La caza de la libélula era una especie de cultura infantil. Pero esa multitud de libélulas hace mucho que han desaparecido de los cielos de Tokio. Las libélulas rojas se han convertido en aerolíneas, y las luciérnagas han cedido su paso a los avisos de neón. Tristemente, parece que con las libélulas se ha ido el espíritu poético del pueblo.
El poeta Juan Carlos Mestre dedica un poema a la libélula del que les muestro algunos aleteos:
Yo tenía una libélula en el corazón como otros tienen una patriaa la que adulan con la semilla de los ojos
En aquel tiempoyo tenía el sueño de una libélula entre los juncos del corazón.Yo tenía la costura de una libélula en el corazónYo solo tenía una libélula en el corazón como otros son hermanos del vértigoy llevan la aorta de las constelaciones acogida en sus sienes.
José Juan Tablada piensa en voz alta:
Porfía la libélula
Por prender su cruz transparente
En la rama desnuda y trémula...
Un discípulo del poeta japonés Matsuo Basho escribió:
Exenta de alas
esa roja libélula
sería gajo.
Y el maestro le corrigió:
Si un par de alas
brotaran a ese gajo
sería libélula.
Y José Zacarías Tallet afirma:
Yo soy un raro injerto de sapo y de paloma,
con algo de serpiente, con algo de león;
un poco de libélula, un mucho de carnero,
cuatro pelos de gato y de cisne un plumón.
[...]
Intenta la libélula volar a la región
soñada en que presiente la flor de la ilusión.
Ojalá que todos ustedes persigan y encuentren su ilusión más querida, en esta noche llena de libélulas, y que en ningún caso esa ilusión sea efímera o vana, como la de la princesa triste de Rubén Darío.
Gracias a todos por compartir esta fiesta. Gracias a los Amigos de la Casa Lis por su trabajo. Gracias a Pedro por su generosidad.
Disfruten de la música, vuelen de un lado a otro del Museo. Esta noche, más que nunca, son ustedes libélulas.
Quede entonces, a buen recaudo para sus vitrinas, la última especie.
ResponderEliminarDescubierta por unos elinfantiles que la dejaron en mi mesilla de noche para el sinalfiler de algún poema (tal vez suyo):
La Vivélula
pd:cuidado no se pinche con sus vuelos.
Gracias Raúl, es un alivio que tú sigas siendo el mismo.
ResponderEliminarEcho de menos nuestros pasos.
No es veneno lo que lleva la libélula en las alas y en la lengua. Es poesía que planea sobre calles polinombres.
ResponderEliminarQué hermosos textos para tan hermoso lugar. Siempre he pensado que la Casa Lis es un charco de colores que refleja el oro de los muros de la ciudad con altivez e inocencia. Es una extranjera en Castilla. Es hermosa.
Abrazos de paseo.
Porque tendrán tanto imán estos seres alados? A mí siempre me han fascinado...que pena que viva en Barcelona...sino iría seguro porla casa Lis!!
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