Pasa al interior y ponte cómodo

28.2.06

Fachada



Salamanca no es, o no debiera ser, una postal con vistas, franqueada; ni mucho menos una pancarta con palabras ajenas que no se prestan al propósito popular.
Salamanca es, o debiera ser, mucho más que su pasado. Debiera ser maravillosa y renaciente; blanca como en la canción pero, a pesar del tiempo, su presente y su futuro se resumen, una y otra vez, en palabras, titulares y pancartas que hacen válido el verso de Manrique: “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Dadle un punto de apoyo, y con su ilegítima palanca, Lanzarote moverá las ideas y las voluntades de los salmantinos con su mano siniestra. Esa es la política de nuestro ayuntamiento: la oscura búsqueda de los puntos de apoyo y los favores de los salmantinos a cualquier precio.
Y ese es el sentir, desgraciadamente, de quienes a diario rompen lanzas a favor de Lanzarote; imantados por su beligerante propaganda y el pensamiento único de su partido.
Las pancartas, dice el diccionario de la RAE, son “cartelones de tela o de cartón que se exhiben en reuniones públicas y contienen letreros de grandes caracteres, con lemas, expresiones de deseos colectivos, peticiones, etcétera” Pero la pancarta que ha salpicado de recuerdos y de odios el balcón de la Plaza Mayor no llevaba impresa una petición ni un deseo colectivo, sino la huella del lema con que Unamuno hizo frente a la incultura de la muerte y de la fuerza.
La Plaza Mayor de Salamanca, la misma que hace tan sólo unos meses exhibía con orgullo sus doscientos cincuenta años en la pasarela del mundo, ha lucido otra facha, otro traje.
Inseminar en los carretes y en la memoria de los turistas las medias verdades, es una forma zafia de mostrar una imagen velada de Salamanca y el deseo, reiterado, de no revelar la verdad.
La justicia no distingue vencedores de vencidos. La justicia busca el equilibrio y la ecuanimidad. La justicia ha observado, desde lo alto de la espadaña del Ayuntamiento, las palabras que embadurnaban el balcón, usadas sin derecho ni verdad.
La palabra “ayuntamiento” significa: “juntar, añadir, aunar”, pero el nuestro desune y divide en vencidos y convencidos a salmantinos y catalanes y excava la memoria de los Bandos para hacer un parking.
Salamanca no es el Archivo, ni el Archivo es Salamanca. El Archivo es tan sólo el desván de una memoria que custodia y honra a sus papeles y se olvida de sus dueños y sus muertos, muchos aún por exhumar.
El Archivo no es la imagen de Salamanca, es sólo una postal de la otra Salamanca: la que no enhechiza las voluntades sino los odios. La Salamanca que divide, que confunde, que no ayunta, que se sustenta con los nombres y palabras de los hombres que le dieron nombre. La Salamanca de la Calle Gibraltar que ofendió a la Casa Lis y defendió el Archivo. La de la Calle El Expolio.
Nuestros valores, nuestra historia común y nuestra dignidad no son el lema de una pancarta política, como tampoco las palabras de Unamuno.
La expresión es libre, incluso la de nuestro alcalde, pero la imagen no. Y la imagen de la Plaza Mayor, la imagen de Salamanca, la imagen de Unamuno, la imagen de los salmantinos, nuestra propia imagen es un derecho constitucional convertido en pancarta.
Que cada cual gobierne sus palabras y con sus palabras: “Quod Natura non dat, Salmantica non praestat”.

17.2.06

Érase otra vez...



CAPERUCITA. Insatisfecha. Pechos grandes.
Hoteles y domicilios. Tfno. 906422924


Y un día de verano, al mediodía,
Caperucita se quedó en la casa,
echó un par de costillas en la brasa
y puso el brécol al bañomaría.

Comió, fregó, se dio una ducha fría,
se puso el camisón de fina gasa,
llamaron a la puerta y dijo pasa,
creí que no venías, vida mía.

Luego de rematar la sobremesa,
llevó a su cama al joven cazador
y, en bragas, le propuso ser su presa.

Después él le quitó el sujetador
pero ella le advirtió con voz francesa:
Son cinco de los grandes, por favor.

El hombre... del café




El hombre… del café es un proyecto acabado y listo para llevar a imprenta, después de un proceso largo de trabajo.
Hace dos años, Mario Martín, director de Amarú Ediciones, se interesó por los cuadernos de trabajo del escultor Aquilino González. En dichos cuadernos (más de 50) se resume su actividad diaria durante largos años: dibujos, notas, fechas, recortes, apuntes, teléfonos, bocetos... todo cuanto en el día a día llegaba a las manos de Aquilino pasaba a formar parte de su cuaderno.
El proyecto inicial consistía en un álbum con una selección de ilustraciones pero Aquilino hizo partícipe del proyecto a Raúl Vacas para que se encargara de poner voz a las imágenes.
Después de un largo periodo de selección y de organización del material de trabajo se compusieron diferentes series de ilustraciones, atendiendo a criterios de estilo y de temas.
Posteriormente se añadieron los textos y se agruparon y ordenaron en dos volúmenes con los títulos de Instantáneo y Soluble.
Dichos títulos, junto al de El hombre... del café, reflejan el modo con que Aquilino realizó su trabajo y forman parte de la personalidad de su autor. Aquilino González, gran amante del café, emplea dicho elemento para dar color y textura a la mayoría de sus ilustraciones, en algunos casos simples apuntes instantáneos y en otros formas mucho más solubles, trabajadas con técnicas mixtas: aguadas, acuarelas.
El resultado es un libro (dos volúmenes) con gran variedad de ilustraciones y con textos de diferentes formas métricas (haiku, égloga, soneto, verso libre, prosa), además de una serie de propuestas poéticas visuales.

Financiación
Conscientes del coste que supone la edición del libro, autores y editor buscan diferentes modos de cofinanciar el proyecto con instituciones castellano-leonesas vinculadas a la poesía y el arte.

* * *

El hombre busca solo la razón
de sus sueños, la noche mineral,
la piel domesticada en la costumbre.
Busca tal vez la luz del corazón,
busca el amor, el mar, algún retal
del tiempo consumido por la lumbre,
huye de la tristeza y de la herrumbre
que sobró del pasado,
del laberinto usado.
El hombre mira, aprende, continúa
dormido en los extremos de la grúa
del miedo, de los días sucesivos.
El hombre solo actúa
piensa en la muerte, busca sus motivos.


Nada y todo

a Pepe Hierro


En el principio tal vez fue la nada:
un hombre, una mujer, la vida, todo,
el árbol de la muerte y, sobre todo,
las huellas de regreso, el tiempo, nada.

Tal vez en el final sea la nada
-incógnita y excusa para todo-,
la que venza al amor después de todo
e imponga su memoria blanca. De nada

sirve que el olvido administre todo
lo que el hombre sueña en vano. De nada
el corazón, la suerte y, pese a todo,

la carne amarillenta de la nada.
De Dios no quiero nada, de ti todo.
Aquí tienes mi piel. Gracias. De nada.

14.2.06

Entre líneas


Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal,
donde queda tu oficina para irte a buscar.

JOAQUÍN SABINA



Gran Vía, Noviciado, Fuencarral,
Pacífico, Pirámides, Colón,
Argüelles, Avenida Ilustración,
Aluche, Lavapiés, Ciudad Lineal.

Legazpi, Herrera Oria, Tribunal,
Cuatro Caminos, Diego de León,
Vicálvaro, Gregorio Marañón,
Miguel Hernández, Sol, Mar de Cristal.

Santiago Bernabeu, Ascao, Ventilla,
República Argentina, Chueca, Urgel,
Valdebernardo, Plaza de Castilla.

Tetuán, Prosperidad, Carabanchel,
Usera, Plaza Elíptica, Sevilla,
Moncloa, Atocha Renfe y Opañel.

9.2.06

Ver al dorso


Trece maneras de mirar a un muerto


Ver al dorso es una plaquette inédita.


La muerte está dentro de uno, conoce nuestros huesos. Es una sombra con oficio, dulce, apasionada, que gusta de salir de vez en cuando por la boca para traernos el horror y la mentira y el sudor del invierno.
La noche, la verdadera noche del maldito, es un recuerdo de la muerte, un anticipo de la tierra y de sus ruidos que huele a porcelana y electrones.
Por eso, con la luna, cuando los gritos se acomodan en los cines del sueño los hombres se confunden y suicidan detrás de algún fracaso.
La muerte nos conoce uno por uno. Tiene un estilo personal e inconfundible que la hace tan terrible como hermosa. Cada poema, cada beso, cada orgasmo son revisados con minucia por la muerte. Y cuando surge alguna duda o un amor y el miedo nos aplasta, la muerte fuerza un poco más su rosca y nos morimos tres centímetros y pico.
Yo sé de una mujer de algún lugar a quien le hicieron la cesárea antes de tiempo y por allí se le salió la muerte. Poco después una enfermera del hospicio nos dijo que la vio, que huyó tres pisos más arriba hasta la planta de los locos para jugar con una niña rubia de dos años que se perdió en el mar.
Ayer hice el amor con una camarera en los pasillos de la morgue. Tenía la mirada descompuesta y huía de una sala precintada donde había un muerto. Después me confesó que estaba a punto de morir, que se ponía cloroformo en las mejillas para atrapar los labios de los hombres y que la muerte está vacía por dentro.
Quizá la solución para la muerte sea nuestro amor constante más allá de la vida y los espejos, reconocer el ruido de los gatos en las calles asfaltadas de los camposantos, perfumar los pistilos de la flores que oxidó la memoria.
No sé al final que contesté cuando el maestro nos propuso definir la muerte en una hoja de examen. Lo cierto es que hubo muchos estudiantes que anotaron crucigramas de revista, que despejaron fórmulas absurdas y que plagiaron versos de Panero.
Cuando me muera apuntaré paso por paso la maquinaria de la muerte. Redactaré con mil detalles las sustancias de su prisa y de su efecto. Les contaré, por fin, por qué es tan seria, por qué nos acomoda en el olvido y todo lo que ustedes me pregunten.
Después, cuando los timbres suenen, yo cruzaré el semáforo tranquilo, feliz como un borracho.

(Publicado en el semanario TRIBUNA Universitaria con el título “Spot sobre la muerte” el 18 de febrero de 2002)



Todos los poemas que contienen la palabra muerte
producen un profundo y placentero sueño


Hay un muerto en el fondo de mi cama. Un muerto
que me dice que es allí dónde a diario duerme.
Que siempre ha estado ahí, como la noche. Que al apagar
la luz se asoma al interior del hombre para darle
fecha y forma.
Que en la profundidad del sueño, que también es un mar,
hay miles de cadáveres despiertos.
Que en todos los colchones de todos los hombres
de todos los mundos hay signos evidentes de los muertos:
nubes enfermas y apretadas, crisálidas, suspiros.
Que están allí para arroparnos cuando llueve.
Que temen que algún día algún anciano insomne
prenda las sábanas donde vivió la muerte.
Que piden en silencio que no limpien
sus perfumes y sus nombres.
Que nos invitan a abrazar sus sombras.
Que un día le contaron a los ciegos
cómo hay que hacer para tocar sus rostros.

* * *

La mujer de la limpieza

La mujer de la limpieza dio órdenes precisas de que sacaran al muerto. Era tal su obsesión por la higiene que vació seis litros de lejía para fregar, con la destreza y con la asepsia de un dentista, los rastros de la muerte.
Después de repasar la habitación, de recoger las heces de la cama y enjabonar al muerto con perfumes, se retiró a pensar, pero tampoco en su cabeza había huella alguna de la vida.

Corte y confección


Ofelia

Nunca la noche estuvo tan hermosa como cuando la tísica flotó, aguas abajo, escoltada por un banco de sardinillas que jugaban a pasar entre sus dientes tan blancos, con los cabellos enredados de algas y lotos y los brazos extendidos como alas.
Sin embargo, el forense indicó a los guardias que impidieran a la gente acercarse por miedo a que la muerte les contagiara su estética, y en las noches venideras se las pasara levantando cadáveres en un pueblo tan impresionable.

Isabel Castaño


Sabuesos

Las madres de Rodas tienen la nariz alargada como un perro de caza y encierran en ella un laboratorio con el que descifran y manipulan el ánima de sus hijos.
Las madres de Rodas son capaces de oler y capturar la esencia de la risa, que es un unte colorado que lustra la piel de las mejillas y curva la comisura de los labios, y con ella se embadurnan los domingos rodillas y codos para acudir risueñas al baile.
Las madres de Rodas destilan el miedo, gélido y gris, que tiene sonido de huesos sueltos y castañuelas en los dientes y agranda los ojos y los asombra, y lo atrapan en calabacillas con las que espantan lobisomes, enlutados y raposas.
Las madres de Rodas atemperan la calma, un sedante azul de olor templado que vigilan a menudo, porque si comienza a oler a caramelo tostado se convierte en desgana y ablanda las ternillas del niño y lo vuelve marrón y singüeso.
La inquietud y la angustia, con su olor a palomar, las atrapan con añagazas de hembra, y cuando una madre de Rodas lo huele sabe que una paloma anida en el pecho de su hijo, y zurea amorosa y saca pechuga para engañar al pájaro prometiéndole palomares más anchos y habitados, y la paloma, envidiosa, se traslada al suyo.
Saben las madres de Rodas que en los rollos del cuello del niño cuando sestea está el olor más dulce, como de miel templada al sol, y con él doran pestiños y garrapiñan almendras que le ofrecen cuando despierta.
Con el olor de los pies de sus hijos, que son de tierra y desprenden el aroma de las piedras de arcilla cuando les echas el aliento, las madres destilan pachuli para engatusar a los hombres, y con el de las manos, tan aéreas, ambientan sus casas y barren el rastro a pócima de sus cocinas.
Las madres de Rodas tienen la nariz alargada de un sabueso, e intercambian entre ellas los ungüentos y esencias que extraen del cuerpo de sus hijos formando un extraño arco iris en las alacenas.

Isabel Castaño


Un paso

Distancia recorrida en cada movimiento al andar

Hoy hace frío, amor.

He caminado al bosque de los sueños
con el ánimo de hallar, tras la maleza,
al lobo de las cacerolas.

Tal vez no queden números,
respuestas, pasos, malvavisco que cortar
mientras derramo la mirada
entre las zarzas tristes como las lechuzas.

Llegará, cuando muerda las raíces tiernas,
el tiempo de los cazadores
que esconden su fortuna en las veletas
y te diré, quizá, que soy y he sido.

Hoy hace frío, amor

Un frío que recuerda a las caricias
de los muertos de ciudad,
a los cabos del tiempo y la memoria,
a fragmentos de lluvia y armaduras.

Hoy hace frío amor, hoy hace frío.
Vuelvo al hogar,
y hay lumbre en la ventana.



Siete pasos

p.us. Repaso o explicación que hace el pasante a sus discípulos,
o conferencia de esos entre sí sobre las materias que estudian.


Despertad a la rosa, al ganso, al hombre escandinavo,
al perro del infierno. Tomad en posesión todos
los úteros, todas las latas de conservas,
toda la lluvia de los aspersores.
Perdonad al amor y a los bastardos
cuando mude sus pieles.
Levantad vuestros ojos por encima del mundo.
Llorad en broma.
Vigilad el pulso de los elefantes machos
que sueñan con oboes.
Escribid al lado del poema.
Mordedlo, cabreadlo, destruidlo incluso.Resucitad, amigos, resucitad.

Raúl Vacas

Tenemos que advertirles de que éste no es un libro como los otros. Éste tiene espinas, encierra dentro el número de nuestro pie, la medida del tiempo recién muerto, las huellas del forense, el perfume de los cuerpos que contagia por inhalación y no tiene cura conocida. Éste es un libro sin pespuntes, nacido de las sombras y la sangre espesa, del corazón del sastre, del rencor del rayo, empollado de noche en un nidal oscuro y sin gallinas, criado entre las sayas de las viudas a la luz de la lumbre y las tormentas. Léanlo, o no lo intenten siquiera. Vivirán más años.

A la venta en: Víctor Jara (Salamanca), Librería Núñez (Zamora)

Proceso de amor



Premio de la Academia de la Poesía de Castilla y León en 1999.
Ediciones Mar Adentro (Amarú)


Un libro con una pretensión fundamental: llegar al público que aún no ha descubierto el trébol de cuatro hojas de la poesía.
Pero es también un libro indicado para quiénes sufren o celebran el más cotizado bien de primera necesidad que es el amor.
Nadie, de los que se asomen a estas páginas, podrá permanecer indiferente.
Pasen y vean.



“Un libro sin pudor -ni falta que hace-, donde la materia que somos no encuentra la paz, un libro decididamente carnal, aunque no sólo, un libro erótico, a veces lúbrico y voraz, un libro encendido por el mordisco de amor, la efervescencia”.
Mari Ángeles Pérez López
Profesora de Literatura Hispanoamericana


“Raúl habla del amor nuestro de cada día. Un amor que mendigamos por las esquinas, que recogemos, como en pedazos, y al que intentamos darle una forma que coincida con nuestro yo”.
Asunción Escribano
Profesora de Literatura de la Facultad de Comunicación


“El autor de Proceso de amor ha tratado aquí de indagar en los límites de la ternura y el distanciamiento entre los huecos del mundo y sus pasiones (inexacta mecánica) y ha ofrecido la emoción escrita bajo los diferentes planos de la ausencia, deseos de una geografía afectiva, nostalgias de un destino compartido.”
José María Barrera
ABC Cultural, febrero de 2000





CURSO PRÁCTICO DE LECTURA INTERACTIVA

A Óscar Olivo

Bienvenido al Servicio Internacional de Poesía Interactiva:
Si desea leer un poema de amor pulse la tecla número 2.
Si desea leer un poema triste pulse la tecla número 3.
Si desea llorar amargamente pulse la tecla número 0.
Si desea tan solo suicidarse, pulse el gatillo de una Magnum.
Si desea un poema de risa escríbalo usted mismo por favor
y si no desea nada pulse la tecla número 4 hasta que explote.
Después de la señal puede hacer la selección: Pi.
El número marcado no existe.
Por sobrecarga en la red rogamos vuelva a marcar
dentro de cinco minutos.
Son las 5 horas 25 minutos treinta y siete segundos
treinta y ocho treinta y nueve. Le habla la unidad 5.


ABRE MARÍA

Dios te salve mujer del cielo y de
la tierra,
de los hombres con quien sueñas
por la tarde,
de los perros con quien duermes
por oficio.

Bendita seas por tus pecados
entre todos
los hombres y mujeres
y bendita la tasa de tu cuerpo.

Santa mujer, hija de Dios,
ruega por nosotros, tan cabrones,
ahora y en la hora.


PROCESO DE AMOR

Y si después de tantos años no me amas
procederé contra ti judicialmente


POEMA CON TÍPEX

El m r, la n che os ur
la vi a y l muer e,
Di s.
Mi cor z´n r to sin ti.


PORQUE MIS DEDOS SON DE LA TALLA
DE TU PIEL

Plagio para Helga

Porque mis dedos son como alfileres
y tus caderas son de alta costura
voy a inventarme alguna arquitectura
para albergar tu frío y tus quereres.

Porque mis labios son como tú quieres
y tu pasión es álgebra madura,
no habrá rincón, ni piel, ni comisura
donde el amor no lleve sus placeres.

Porque tus ojos son como una mecha
y tu palabra es novia de mi almohada
voy a dictarte un nombre y una fecha

para quererte líquida y mojada.
Porque tu cuerpo es tierra y es cosecha
voy a invadir tu inútil madrugada.

Las palabras

Las palabras son extraños insectos que hacen sus madrigueras en los libros, los diccionarios y las personas y que, al igual que las abejas, acostumbran a pasearse por las flores y las cosas para aprender su sabor y endulzarnos la vida. Muchas de esas palabras las hemos visto crecer y han vivido tanto tiempo dentro de nosotros que ya las consideramos nuestras. Otras, en cambio, las descubrimos a diario en medio de una conversación, al fondo de la tele o tumbadas en el césped de los encerados. Las palabras son tan necesarias como el pan o la leche que tomamos en el desayuno. Y aunque en ocasiones nos persigan para clavarnos su aguijón, la mayoría de las veces revolotean cerca de nosotros con ganas de jugar y de contarnos cosas. Las palabras sirven para todo, incluso para abrir una lata de sardinas con guantes de boxeo o tocar el clarinete debajo del agua.

Al fondo a la derecha



Ya está en las librerías Al fondo a la derecha.
Este libro, editado por Caja Duero, es una antología de artículos publicados
por Raúl Vacas (bajo el seudónimo de eltiopaco) en el semanario
TRIBUNA UNIVERSITARIA, durante los años 1999, 2000 y 2001.


Isabel Castaño escribe en la portada del libro:

"Hay artículos que huelen a café de máquina, a sábanas pegadas, y a horas muertas […] y van de boca en boca como besos furtivos".
Así comienza eltiopaco este librito que construyó desde la clandestinidad de su telaraña. Aquella que tejía cada lunes al fondo a la derecha en Tribuna Universitaria. Durante tres años, esta araña laboriosa nos atrapó y zarandeó de una parte a otra envolviéndonos con sus jugos; tocando, como al arpa, nuestras fibras; encandilándonos con su palabrería de vendedor de fetiches y amuletos para la suerte; preparándonos como meros voceadores de sus encantos, porque nadie como eltiopaco sabe del poder contagioso del boca a boca.
Somos muchos los afectados por su locura, y es seguro que este libro reavivará el veneno que inoculó en nuestra mente. He visto a mi madre con los primeros síntomas: se ha hecho un gorrito de papel con el ABC y ha salido armada con la mano de un mortero para hacerse con un ejemplar de este libro.
Allá las Autoridades Sanitarias si no piensan hacer nada para impedírselo”.


María Jesús San José (Coordinadora de TRIBUNA Universitaria) apunta en el prólogo:

“A veces cierro los ojos y viajo hasta “el fondo a la derecha”. Allí me encuentro con el abecedario conjugado en pretérito perfecto de poesía; con el mejor lugar para descansar de la pirámide invertida, los titulares y las entradillas, y en el que poder disfrutar del placer de las palabras con mayúsculas, bien escritas y sentidas, ordenadas y bañadas de ilusión y trabajo.
El tío Raúl (Paco para los amigos) nos invitó en su rincón a compartir su vida, y de paso su poesía, su yo auténtico, su corazón rojo, y su canción protesta.
Te echábamos de menos, pero ahora nos regalas este libro para que nos ‘empachemos’ de ti. Gracias por existir, pero sobre todo por escribir.”

Para muestra, un par de botones:


Definir el amor
20 de noviembre de 2000

Llevo días buscando una definición para el amor. Al menos una respuesta que me tranquilice o una metáfora de saldo, pero nada. He navegado millas por Internet y por el diccionario. He releído un libro titulado Te amo y he vuelto a la primera hoja de mi agenda, pero tan sólo había cáscaras. Unos apuntes. Nada más.
He removido en los poemas de Cernuda, en los pronombres de Salinas, en el polvo enamorado de Quevedo, en las películas de Almodóvar, en los horóscopos del teletexto, en las canciones de Sabina, en los test del Super Pop, en El Cantar de los Cantares, en cientos de autodefinidos y hasta en las páginas blancas y amarillas. Y me he tenido que tomar una aspirina efervescente.
Difícil tarea la de cazar al vuelo la palabra “amor”. Ni hurgando en las cloacas de mis sueños, ni afilando mis neuronas, ni escuchando en un fonendo el corazón, ni entre las líneas de mi mano, ni detrás de la bragueta hallé una pista, una respuesta sólida.
¿A qué huele el amor? ¿A qué demonios se parece?
¿Qué es el amor? ¿Es una gota de agua en un cristal? ¿Es un vacío largo sin hablar? ¿Es una fruta para dos? Nada de cuanto oigo, leo o escucho me convence. Nada me saca de esta indecisión, de la terrible duda. ¿Es compartir un tallarín hasta juntar los labios? ¿Es un deporte de alto riesgo?
“Nada me dice la A, nada me dice la M, nada me dice la O, nada me dice la R”, escribe Félix Grande igual de escéptico. ¿Qué es el amor? ¿Leer a medias el periódico? ¿Andar a saltos entre el tráfico? ¿Cantar hasta quedar afónicos?
Ay. Si alguien me dijera con palabras qué se ama cuando se ama. Si alguien me contara que el amor no tiene límites, que un día hace su nido en nuestro ombligo y crece como un árbol o huye cualquier noche como un ave migratoria. Ay, el amor. Ni Hegel, ni Pitágoras, ni Gauss supieron despejar con éxito la incógnita y abrir la caja de Pandora.
Ay el amor de Jeremy Iron por Lolita, el amor con IVA de las prostitutas, el amor de ultramar de los pescadores, el amor sin red de los funambulistas, el amor del psicópata, el amor reumático de los ancianos, el amor en Braille, el amor imposible, el amor de los solitarios, el amor del suicida, el amor del loco, el amor de los recién casados, el amor de los homosexuales, el amor de los poetas, el amor de los cardiólogos. Ay, el amor.


Pongamos que hablo
4 de diciembre de 2000

Hoy escribo en el autobús como los novelistas más vendidos o los articulistas de la prensa del domingo. Es hora de comer. Delante, una mujer desconocida llora sola. Al lado está Miguel regando la mirada en un poema babilonio. Hoy no discrepa sobre nada.
Es una sensación extraña la de recorrer kilómetros y palabras escuchando las conversaciones anejas y ajenas, administrando el sueño de Madrid y los pecados capitales, untando el corazón con la película del autobús que casi nadie mira.
Hoy en Madrid el cielo es del color de las aceras. Llueve sin prisa. Los coches han tomado la eme treinta y desfilan veloces y apretados como los ñus del Serengeti.
Y también la memoria tiene su autopista y su peaje, y por allí transitan los recuerdos como coches de choque.
Atrás queda la gran ciudad, el frío de sus áticos, las cervezas que importan en Santa Ana, los libreros de la Cuesta de Moyano, el crujido del otoño en el Retiro, las rebajas del metro, los charcos de la Plaza y el reloj de Sol.
Todo parece distinto en Madrid. El Madrid de los Austrias y de los Borbones. El Madrid insólito con sus tiendas de fajas y licores carísimos, con su olor a café y a gasolina, a cartón empapado y a manzana de feria. El Madrid rubio y moreno de las chulapas. El Madrid noctámbulo y ambiguo de Sabina. El Madrid impersonal y terrible de los vagabundos y los hombres de traje gris. El Madrid atlético y real.
Madrid me gana el corazón. Allí la vida es de otro modo. Allí la realidad es más confusa y fascinante, como el telediario del Milá o una película subtitulada.
Y en medio de esa algarabía, uno siente que es el dueño de una historia anónima, que es uno más en esa cabalgata del trabajo y la rutina, que el tiempo allí es más caro que las prostitutas, que nadie teme al silencio, que los pájaros no dicen ni pío y los taxistas ponen precio a cada paso.
Todo es orégano en Madrid. Allí no puedo gritar, no puedo caminar sin gafas, no puedo contar chistes en el metro. Tengo que atar cada palabra, desenvolver mi soledad, morirme un rato. Pero me encantan los murciélagos del Ritz, el ruido del teatro, el sueño de los árboles, la luna urbanizada.
Un día de estos, cuando acabe la carrera, me mudaré a Madrid. Alquilaré una habitación en Fuencarral o Antón Martín con vistas al futuro. Me anunciaré como poeta en Internet. Aprenderé a bailar el chotis y el cuplé. Y a dormir de un tirón. Y a deshacer el nudo de corbata. Y a decir hasta luego.
Y puede que algún día compre un piso, allí en Madrid, y me hagan presidente de la comunidad de vecinos, y me aprenda los bares que hay en Huertas, y me encuentre a Belén en medio de un atasco y la vuelva a besar en la boca del metro.
Hoy escribo en el autobús, con Miguel a mi lado, con una mujer que llora porque murió algún familiar, con un señor que habla con su móvil y bosteza consonantes, con el recuerdo aún reciente de Madrid.
También en Salamanca el día es triste como papel de celofán. Quizá me quede aquí toda la vida. Quizá me pudo la aventura de ser náufrago en Callao. Quizá esta noche juegue al Monopoly con mi hermana. Madrid empieza con eme y termina con te.


Elegía concentrada
5 de febrero de 2001

Para qué negarlo, me gustan las mujeres. Todas. De aire, de tierra y de mar. Todas. Me gustan con dieciocho, con treinta y tres y con sesenta y pico.
Me gustan con vaqueros, con faldas y a lo loco, con peinado llongueras, con horquillas azules, con pijama de raso. Altas, tristes, silenciosas me gustan.
Me gustan en la cafetería de la facultad, mirando de reojo. En los supermercados céntricos, en las paradas de autobús, en los bares de alterne, en las mercerías, en su salsa.
Me gustan naturales como los danones, únicas como la vida y la muerte, irrepetibles. Con cara de frío, con sueño atrasado, con pan y cebolla, con uñas y dientes.
Me gustan las que callan, las que salen de noche perfumadas; las que roban piropos en los pasos de cebra, las que anuncian compresas de colores.
Me gustan las oficinistas rubias, las esposas de los policías, las bibliotecarias sin moño, las cantantes de jazz. Me gustan las azafatas miopes, las estudiantes de piano, las maestras descalzas. Todas.
No hay noche en que no sueñe con sus médulas; en que no cifre sus misterios una a una; en que me duerma, de una vez, sin ofrecerles un papel en uno de mis sueños. Porque con ellas me desnudo (es una metáfora), me hago el tonto, bailo, sufro, canto, sueño, corto y cambio. Con ellas me sonrojo, me hago el chulo, saco bola, enchufo el móvil. Con ellas se me cae toda la baba en el jersey como a un bobito.
Ay, las mujeres. Me gustan cuando lloran, cuando aprueban, cuando pagan con Visa en las boutiques de moda, cuando se tiran de los pelos en los cines, cuando se ponen mascarillas de pepino, cuando se rizan las pestañas y se pintan los besos.
Me gustan las que apenas me conocen, las que leen entre líneas en el metro, las que juegan al tenis los domingos y bajan, cada noche, la basura. Las que salen del baño con la piel perfumada y la toalla en el pelo, las mujeres platónicas, las mujeres maniáticas, las que pierden al mus, las que creen en los ovnis, las que entienden de fútbol, las que beben cerveza, las que lloran sin rímel, las sonámbulas. Todas. Te, o, de, a, ese.


¿Suspendido o suspenso?
26 de febrero de 2001

Hoy me sentaría a esperar frente a un escaparate. Recogería el corazón en la tintorería y tu silencio único. Caminaría al límite de ti.
Hoy –después de las noticias– me gustaría acariciarte el cuello como un actor de cine; besarte de memoria; morder tu soledad, tu sexo omnívoro.
Y en cambio estoy aquí, en medio del alambre de este circo, tratando de llegar al otro lado; soñando con el día en que por fin pueda brindar contigo por mi aprobado en el amor y la matrícula del coche. Pero es el tiempo el máximo enemigo de mi edad y espectador de mi fracaso y para colmo llueve.
No hay nada en este lunes que explique mi tristeza. Nada es ajeno al corazón o a las manías de la muerte. Somos amor y muerte, sangre y huesos, original disfraz de carnaval cortado por un sastre.
¿Qué precio tiene el corazón? ¿Quién es, por fin, el hombre? ¿Cuál es su historia íntima? ¿Quién, sino Dios –y algún controlador aéreo–, decide los destinos? ¿Quién califica y grapa nuestros sueños?
Hoy no me importaría morirme un rato, gritar en una iglesia, sonreír adrede. Ser uno de esos héroes cotidianos que lucha contra el hambre y el amor sin munición alguna. Entrar en los despachos de los profesores con una orden judicial. Jugar a ser mayor. Salir en los periódicos.
Pero es mejor andar de un lado para otro hasta encontrar mis ruinas. Entrevistarme con mi sombra. Sellar mi indiferencia en el INEM y echar un par de instancias –sin remite– a algún excelentísimo.
Hoy no es mi día, perdonadme. Hoy estoy harto de mirar el calendario como un preso. De entrar en la semana, cada lunes, igual que a un velatorio. De pelear por mi autodeterminación en cada papeleta. De armar estas palabras.
Y siento que mi vida –este febrero– está en las manos de un ventrílocuo. Que tengo que reír cuando él mueve mi boca o hacer el gesto de llorar sin apretar mis ojos de cerámica.
Hoy no he parado de pensar en mí. ¿Cómo podré abatir al francotirador de mis deseos? ¿Cómo podré aguardar hasta septiembre en esta guerra, igual que aguarda un jubilado su análisis de orina? ¿Es, quizá, el árbol de la fe de hoja perenne? ¿Dónde estará el interruptor de mi futuro?
Bienaventurados los que aprueben sus exámenes finales porque de ellos será –después de la licenciatura– el reino del empleo.